

Sebastián Caballero . gerente de FFIE – Imagen FFIE
En medio de selvas, riberas y montañas antes condenadas al olvido, hoy se alzan aulas nuevas, techos que ya no gotean, comedores donde antes solo había polvo y silencio. Es la geografía de la esperanza que el Fondo de Financiamiento de la Infraestructura Educativa (FFIE) ha dibujado sobre el mapa colombiano en apenas tres años de Gobierno.
Con una inversión que supera los 1,8 billones de pesos, el FFIE ha logrado entregar 1.289 obras que ya benefician a cerca de 400.000 estudiantes de todos los rincones del país, incluidos casi 400 municipios cobijados por los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), zonas marcadas por la violencia y la pobreza estructural.
El esfuerzo no se mide solo en cifras. Cada aula construida o reparada es un muro contra la deserción, cada comedor levantado es un plato servido donde antes faltaba el alimento, cada sanitario adecuado es dignidad para quienes crecieron viendo a sus escuelas venirse abajo. Desde los confines del Amazonas, en Macedonia, hasta las islas de San Andrés, pasando por los valles del Chocó y los territorios del Catatumbo, la promesa del derecho a la educación empieza, por fin, a tomar forma de ladrillo y cemento.
En total, 1.150 colegios fueron renovados y entregados, 4.038 ambientes escolares transformados, desde aulas y residencias escolares hasta cocinas y zonas de juego, con una inversión adicional de 288.000 millones de pesos. La mayoría de estas obras -el 95%- se ejecutaron en zonas rurales, muchas de ellas solo accesibles tras horas de viaje por río o trochas abiertas a machete.

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Pero la apuesta del Gobierno del Cambio va más allá de reparar. En estos años se han construido y ampliado 139 colegios nuevos. Son 3.850 espacios que ya habitan más de 115.000 niños y niñas que ahora cuentan con aulas modernas, comedores, cocinas equipadas y zonas recreativas que dan sentido real a la palabra infancia.
Detrás de estas cifras palpitan historias concretas, la Institución Educativa Francisco de Orellana en el Amazonas, la Jaime Roock en Buenaventura, la Tobías Queragama en Chocó, que hoy levantan la voz de comunidades enteras que durante décadas escucharon promesas incumplidas.
Bajo la gerencia de Sebastián Caballero, el FFIE también impulsa proyectos que tienden puentes entre la escuela y la universidad. En Zipaquirá, la renovada Institución Educativa San Juan Bautista de La Salle se prepara para convertirse en un colegio-universidad, más de 2.000 jóvenes podrán acceder allí mismo a formación técnica y profesional en Ingeniería TIC, sin tener que migrar a grandes ciudades. Un modelo que ya se replica en el Catatumbo, donde avanza la construcción de aulas con tecnología Steel Framing, símbolo de modernidad en uno de los rincones más golpeados por el conflicto armado.
Cada kilómetro recorrido, cada ladrillo puesto, cada niño que se sienta a aprender bajo un techo digno, confirman que la Revolución del Cambio no es un discurso, es la construcción de un país que por fin empieza a cerrar la brecha que divide a la Colombia olvidada de la que se cree moderna. Una lección que, en tiempos de incertidumbre y desigualdad, merece eco más allá de sus fronteras.
