

En una sociedad que premia el rendimiento, la lógica y la autosuficiencia, muchas mujeres han fortalecido su energía masculina para adaptarse, sobrevivir e incluso sobresalir. Esta energía —asociada con la acción, el control, la conquista y la racionalidad— no es negativa en sí misma. Sin embargo, cuando predomina en exceso, puede generar un desequilibrio interno que afecta el bienestar emocional, la salud física, las relaciones y la identidad femenina.
Energía masculina y femenina: dos polaridades en todo ser humano.
La energía masculina y femenina no se limitan al género. Todos los seres humanos portamos ambas polaridades: el Yang (masculino) y el Yin (femenino). La primera se vincula con el hacer, el liderazgo, la estrategia y la estructura. La segunda, con la receptividad, la intuición, la creatividad y la sensibilidad emocional. El equilibrio entre ambas es fuente de plenitud, pero cuando una eclipsa a la otra, surgen bloqueos, tensiones y una desconexión profunda del ser auténtico.
La mujer contemporánea: entre el empoderamiento y la desconexión.
Movidas por la necesidad de independencia, éxito y validación externa, muchas mujeres modernas han desarrollado cualidades como la competitividad, la rapidez para resolver problemas, la autonomía y el liderazgo. Estas características, valiosas y necesarias en ciertos contextos, pueden volverse tóxicas cuando se sostienen de forma crónica sin el contrapeso del autocuidado, la vulnerabilidad y la conexión emocional.
Esto puede manifestarse en una actitud hiperracional, controladora o desconfiada. Algunas mujeres llegan incluso a reprimir su lado más sensible y nutritivo por miedo a ser vistas como débiles. En las relaciones, esta energía desbordada puede llevar a asumir roles dominantes, dificultando la intimidad y generando una sensación de “tener que hacerlo todo solas”.
Desde la psicología, este patrón suele enraizarse en experiencias tempranas: ausencia de una figura masculina protectora, modelos familiares exigentes o traumas que llevaron a cerrarse emocionalmente como mecanismo de defensa.
Consecuencias del exceso de energía masculina en la mujer.
A nivel emocional:
- Desconexión de las emociones profundas.
- Dificultad para expresar vulnerabilidad.
- Ansiedad, estrés y falta de autocompasión.
A nivel relacional:
- Relaciones desequilibradas, con lucha de poder o rol de cuidadora constante.
- Incapacidad para recibir amor, ayuda o contención.
- Pérdida de intimidad auténtica.
A nivel físico:
- Fatiga crónica y tensión muscular.
- Insomnio, dolores de cabeza y desregulación hormonal.
- Afecciones ligadas al estrés como trastornos menstruales o infertilidad.
A nivel mental:
- Hiperactividad cognitiva y sobre análisis.
- Perfeccionismo y autoexigencia extrema.
- Dificultad para desconectar o descansar.
- A nivel espiritual y energético
- Desconexión del ser auténtico y de la sabiduría corporal.
- Bloqueo de la energía femenina (yin): pérdida de fluidez, creatividad y receptividad.
- Sensación de vacío o sin sentido, a pesar de logros visibles.
Recuperar el equilibrio: volver al yin
El proceso de sanación no implica rechazar la energía masculina, sino integrarla desde un lugar consciente y equilibrado. Significa abrazar lo femenino sin miedo, reconectar con el cuerpo, la emoción, la intuición y la ciclicidad natural.
Estrategias para cultivar el yin:
- Pausar sin culpa: valorar el descanso, el no-hacer y la contemplación.
- Conectar con la creatividad: arte, danza, canto, escritura libre.
- Habitar el cuerpo: meditación, respiración, caminatas en la naturaleza.
- Sanar heridas tempranas: revisar patrones adquiridos por necesidad y transformarlos con compasión.
- Ritualizar los ciclos: reconectar con la luna, el ciclo menstrual, los ritmos del alma.
- Abrirse a recibir: permitir la ternura, el afecto, el misterio y la contención.
Un enfoque desde el Tao: Yin y Yang:
En la filosofía taoísta, toda existencia está compuesta por dos energías opuestas y complementarias. Cuando una domina, el equilibrio vital se rompe. En muchas mujeres actuales, el yang —energía activa, racional y controladora— se ha hipertrofiado, eclipsando el yin natural: emocional, nutritivo, espontáneo.
Este desequilibrio no solo afecta lo individual, sino también lo colectivo. En la hiper productividad moderna, lo femenino ha sido relegado: la escucha profunda, la conexión emocional, la sabiduría intuitiva y el arte de simplemente “ser”.
Arquetipos femeninos y energía distorsionada.
Desde la psicología arquetipal (Jung, Bolen, Estés), las mujeres encarnan múltiples energías psíquicas representadas por arquetipos: la Madre, la Doncella, la Hechicera, la Sabia. El exceso de energía masculina puede distorsionar o reprimir estos aspectos, haciendo que la mujer olvide su poder cíclico, su capacidad de nutrir, su magia creativa y su intuición ancestral.
El camino hacia la integración.
Equilibrar no es retroceder. Es evolucionar hacia una versión más auténtica, completa y libre. Una mujer que armoniza su yang con su yin no pierde fuerza, gana profundidad. Se vuelve capaz de liderar sin desconectarse, de sostener sin agotarse, de crear sin destruirse en el intento.
Una mujer que se permite descansar, sentir y confiar no se debilita: se empodera desde lo más esencial.
Porque el verdadero poder femenino no está en negar el masculino, sino en danzar con él.
“La mujer sabia edifica su casa; más la necia con sus manos la derriba”. Proverbios 14 (Reina-Valera 1960).
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