

El Concilio de Nicea, celebrado hace casi 1,700 años, sigue siendo un hito fundamental en la historia de la Iglesia Católica y un recordatorio de la importancia de la fidelidad a la verdad. Aunque el contexto histórico en el que tuvo lugar puede parecer lejano y ajeno, su relevancia trasciende los siglos y nos invita a reflexionar sobre nuestra fe, nuestras fuentes y nuestras prioridades en medio de un mundo lleno de ruido y confusión.
Para entender la magnitud de este evento, es necesario situarnos en la realidad de aquel tiempo. Los obispos que participaron en Nicea no eran líderes cómodamente instalados en sus diócesis. Muchos de ellos llevaban en su cuerpo las cicatrices de las persecuciones sufridas bajo el Imperio Romano, un régimen que durante siglos había tratado de extinguir la fe cristiana. Su presencia en el concilio no respondía a intereses políticos ni a agendas ideológicas; estaban ahí para defender y profundizar en la fe que habían recibido y que era su mayor tesoro, incluso a costa de sus vidas.
El tema central del Concilio de Nicea fue la naturaleza divina de Jesucristo. Hoy, para muchos católicos con una formación básica en catequesis, afirmar que Jesucristo es el Hijo de Dios parece algo sencillo y evidente. Sin embargo, en aquel entonces, esta verdad estaba seriamente amenazada por interpretaciones erróneas que se propagaban con rapidez. Las herejías no eran un fenómeno menor; ponían en riesgo la unidad de la Iglesia y la pureza del mensaje cristiano. Los obispos reunidos en Nicea entendieron que no podían permitir que estas ideas se infiltraran y contaminaran la fe auténtica.
Es importante subrayar que el Concilio de Nicea no «inventó» ninguna verdad ni creó una nueva fe. Lo que hizo fue profundizar, especificar y proclamar con claridad lo que ya estaba presente en la enseñanza de Jesús y los apóstoles. El Credo que hoy recitamos en misa no es otra cosa que el fruto de esa fidelidad a la verdad revelada, una verdad que fue defendida con valentía frente a las presiones y confusiones del momento.
En este sentido, la labor de los obispos en Nicea nos deja una enseñanza valiosa: la verdad no se define por la popularidad ni por el número de seguidores. En nuestra época, donde las redes sociales amplifican todo tipo de ideas, esta lección es más relevante que nunca. No todo lo que se presenta con elocuencia o envuelto en un discurso atractivo es verdadero. Como creyentes, estamos llamados a discernir con cuidado, a someter cualquier enseñanza al filtro de la prudencia y la búsqueda sincera de la verdad.
La historia nos muestra que después del Concilio de Nicea no todo fue fácil ni perfecto. La Iglesia continuó enfrentando desafíos, divisiones y crisis, pero también creció y se fortaleció. Esto nos recuerda que nuestra fe no está exenta de dificultades; al contrario, es precisamente en los momentos de prueba cuando se purifica y se robustece. Cada crisis eclesial, cuando se enfrenta con fidelidad y esperanza, termina siendo una oportunidad para renovar nuestra fe y acercarnos más a Dios.
Hoy, como ayer, estamos llamados a ser custodios de la verdad. Esto implica no dejarnos llevar por modas pasajeras ni por opiniones superficiales. La fe que hemos recibido es un regalo precioso, transmitido a lo largo de los siglos por evangelistas, mártires, teólogos y santos. Nuestra tarea es conservarla, vivirla y transmitirla con autenticidad.
Por último, recordemos que la historia humana no se resuelve en un instante ni se agota en un solo acontecimiento. El camino de la Iglesia es un proceso continuo, marcado por luces y sombras, pero siempre guiado por la providencia divina. Así como el Concilio de Nicea dejó una huella imborrable en nuestra fe, nosotros también estamos llamados a dejar un legado para las generaciones futuras.
Que esta reflexión nos inspire a valorar más profundamente nuestra fe católica y a vivirla con convicción en medio de un mundo cambiante. Y que nunca olvidemos que, aunque las olas del mar sean fuertes, nuestra barca está sostenida por Aquel que es la Verdad misma.
P. Eduardo Lozano
Fuente de esta noticia: https://desdelafe.mx/opinion-y-blogs/angelus/nicea-una-huella-que-seguiremos-con-fidelidad/
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