

Imagen Infopresidencia
América Latina está cambiando su brújula estratégica. En un contexto global cada vez más multipolar, la región ha comenzado a virar decididamente hacia China, no por razones ideológicas, sino por una lógica pragmática de intereses compartidos: inversión, conectividad, transferencia de conocimiento y autonomía frente a las tradicionales esferas de influencia. Este giro no es un simple cambio de socio; es una redefinición del modelo de desarrollo.
En las últimas dos décadas, China ha dejado de ser un actor marginal para convertirse en el principal socio comercial de buena parte del continente. Brasil, Chile, Perú y Argentina encabezan una relación económica marcada por el crecimiento exponencial de las exportaciones hacia el gigante asiático en sectores clave como la minería, la agroindustria o la energía. Sin embargo, la influencia china va mucho más allá del comercio: su apuesta por América Latina incluye una inversión sin precedentes en infraestructura crítica a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que ya suma más de 200 proyectos, desde autopistas y puertos hasta hospitales y plantas energéticas. Es un despliegue silencioso pero rotundo, que ha creado cerca de un millón de empleos y transformado territorios que durante décadas fueron olvidados.
A diferencia de otras potencias, China no impone condicionalidades ideológicas ni exige reformas estructurales. Su propuesta se basa en la cooperación práctica y la no injerencia, una postura que ha sido bien recibida por gobiernos de todas las tendencias políticas. Hasta ahora, 21 países latinoamericanos se han sumado formalmente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. El caso más reciente es el de Colombia, cuyo ingreso, anunciado por el gobierno de Gustavo Petro, marca un giro histórico en su política exterior. La adhesión abre las puertas a una oleada de inversiones en infraestructura, logística y tecnología para regiones históricamente marginadas del desarrollo.
El componente tecnológico de esta relación es cada vez más visible. Empresas chinas como Huawei, BYD o ZTE no solo exportan dispositivos; están estableciendo centros de innovación, transfiriendo tecnología y capacitando talento en el sur global. Argentina y Brasil ya cooperan con Beijing en programas satelitales, mientras que en México y Colombia se despliegan soluciones de movilidad eléctrica. Este salto cualitativo permite a América Latina insertarse en cadenas de valor más sofisticadas y comenzar a diseñar su transición hacia una economía digital.

Embajador de China en Colombia Zhu Jingyang , recibe al presidente de Colombia y de la CELAC, Gustavo Petro a su arribo al país oriental.
El respaldo político de esta nueva alianza quedó evidenciado en la IV Reunión Ministerial del Foro China-CELAC, celebrada el 13 de mayo en Beijing. Allí, líderes como Xi Jinping, Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro y Gabriel Boric suscribieron la Declaración de Beijing y el Plan de Acción Conjunto 2025–2027, que incluye más de 100 proyectos de cooperación en áreas estratégicas como infraestructura, energía limpia, tecnología digital y desarrollo sostenible. En ese marco, China anunció una línea de crédito por casi 10.000 millones de dólares y eliminó el visado para ciudadanos de cinco países de la región, facilitando el intercambio humano y comercial.
Uno de los símbolos más potentes de esta nueva era es el megapuerto de Chancay, en Perú. Con una inversión de más de 3.500 millones de dólares, financiada y ejecutada en gran parte por la estatal Cosco Shipping, esta obra se proyecta como un nuevo eje logístico del Pacífico sur. Pero su impacto trasciende las fronteras peruanas: se articula con el Corredor Bioceánico para conectar los mercados de Brasil, Bolivia, Paraguay y Argentina con Asia, redibujando el mapa del comercio global. Chancay no es solo un puerto: es una declaración geopolítica.
Mientras tanto, Estados Unidos, otrora socio excluyente de la región, parece mirar con desconcierto este acercamiento sino-latinoamericano. La retórica agresiva de Donald Trump hacia América Latina, sus amenazas arancelarias y su política migratoria despectiva han debilitado la confianza regional en Washington. Más aún, recientes declaraciones del enviado especial estadounidense para América Latina, Mauricio Claver-Carone, instando a Argentina a cortar sus líneas de crédito con China, han sido percibidas como un acto de presión improductiva y revelan la escasa disposición de Estados Unidos a ofrecer alternativas reales de cooperación.
En contraste, China ofrece una diplomacia del desarrollo. En lugar de imposiciones, propone puentes, satélites, trenes, escuelas y vacunas. Durante la pandemia de COVID-19, mientras Occidente acumulaba dosis, Beijing distribuyó millones de vacunas y toneladas de insumos médicos a los países latinoamericanos. Esa solidaridad pragmática ha dejado huella.
La era del alineamiento automático parece haber terminado. América Latina ya no busca tutores, sino socios. En el tablero global del siglo XXI, la región ha comenzado a diversificar sus relaciones con visión estratégica, asumiendo que la autonomía se construye con opciones, no con obediencia. Y en esa búsqueda, China no solo se ha posicionado como una alternativa viable, sino como un socio dispuesto a invertir en el futuro compartido.
Resumida por Prensa Mercosur
Todo crédito a: Portal Público
