

Vivimos una época en la que las virtudes democráticas —las fundamentales y reconocidas históricamente — corren el riesgo de ser secuestradas por caricaturas ideológicas que se presentan como su defensa última. Entre los extremos de los «MAGAs» internacionlizados y «globalizados» (siglas del Make America Great Again, hoy convertido en símbolo global del populismo reaccionario) y los nuevos cruzados del “wokeísmo” (una supuesta conciencia «fluida» , hiperprogresista de izquierdas, que raya a veces en la «patrulla moral» lo políticamente » corrupto» y el desastre económico- por desincentivador en sumó grado y burocrático- , la política se ha deslizado ( en Occidente) peligrosamente hacia el terreno del espectáculo, la indignación instantánea y la fragmentación identitaria. Ambos extremos, aparentemente opuestos, coinciden – entre otras cuestiones- en algo inquietante: vaciar de contenido a la democracia para convertirla en un juego de lealtades emocionales y narrativas absolutas.
Ambos hablan de libertad, pero la entienden como un arma: los MAGAs para blindar privilegios, y personalismos autocràticos, disfrazados de tradición y eficiencia, y los wokes para imponer correcciones y cancelaciones compulsivas al pensamiento que no sea único y colectivo; e inquisidores de lampureza de la fe Solidaria, entre otros desvaríos de «su» realidad . Ninguno parece dispuesto a dialogar con el centro real, ponderado, pragmático (!?» la política es el arte de lo posible?!), ese espacio incómodo donde conviven los matices, las contradicciones, la crítica razonada y los acuerdos que no nos hacen del todo felices pero que sostienen la paz social.
¿Dónde quedó la llamada «in illo témpore» la virtud cívica?
La democracia, decían los clásicos, no es solo una forma de gobierno, sino una escuela ética. Implica contención, tolerancia, reconocimiento de la alteridad y confianza en instituciones imperfectas pero perfectibles. Hoy, esa virtud está siendo desplazada por un griterío constante que eleva el juicio inmediato al rango de moral definitiva. La democracia, entendida como sistema de equilibrios, ha cedido terreno ante la lógica binaria del “nosotros contra ellos”.
Desde la filosofía política, ya advertía Hannah Arendt que «la banalidad del mal se gesta en la renuncia al pensamiento». Y hoy, con memes y vídeos de 15 segundos, hemos cambiado la deliberación por la reacción. Una ciudadanía emocionalmente sobreestimulada se convierte en campo fértil para los extremos: uno que niega la historia y otro que pretende reescribirla como tribunal.
El populismo, viejo conocido ciberdisfrazado de nuevo.
No hay nada muy nuevo en estos populismos. Cambian las banderas, los hashtags y los lemas, pero mantienen la lógica: ofrecer respuestas simples a problemas complejos, buscar enemigos internos o externos como explicación de todos los males y presentarse como única voz del pueblo verdadero. MAGAs y wokes se nutren de identidades rígidas, de indignación selectiva y de un narcisismo político que confunde la virtud con la pureza.
Y, sin embargo, ambos se alimentan de una realidad que la política tradicional ha ignorado: el malestar profundo por la desigualdad, la desafección institucional y desprecio a la representación política, la sensación de pérdida (ya sea de derechos o de certezas), y la ansiedad de vivir en un mundo hiperacelerado. Ignorar estas emociones sería tan irresponsable como instrumentalizarlas.
Iberoamérica en el espejo.
En Iberoamérica, estos fenómenos no son ajenos. Desde caudillos que prometen restaurar el orden a activismos que reducen la historia a etiquetas morales, atravesamos una etapa en la que las democracias jóvenes, y frágiles, se ven asediadas por ambos flancos. Y lo más peligroso no es el radical que grita, sino el ciudadano decente que empieza a desconfiar del diálogo, que renuncia al pluralismo por hastío.
El espacio iberoamericano necesita urgentemente una narrativa integradora, que no tema decir verdades incómodas ni ceda ante los chantajes emocionales de uno u otro lado. Que hable de justicia sin odio, de libertad sin desprecio, de identidad sin dogmase eficiencia, sin culpas, de colaboración pública- privada, de cesión de soberanía subsidiara- por abajo- e inergubwrnamenta y supranacional- por arriba-…
El centro como resistencia
No hablamos del “centrismo” como equidistancia tibia entre los polos, sino como virtud activa, como compromiso con lo complejo, con lo prudente, con lo justo como ejercicio consciente de no dejarse arrastrar por el viento dominante. Es más difícil, menos viral, más lento. Pero es el único camino para que la democracia no se convierta en una marca vacía, manipulable por oportunistas de todos los colores. Que pueden acabar adueñandose con las estructuras seudomafiosas del Estado y destruyendo la prosperidad y las sociedades civiles.
La democracia no sobrevive por decreto, ni por slogans, ni por algoritmos. Sobrevive por la fe silenciosa de millones que se esfuerzan en convivir. Y hoy más que nunca, esa fe debe traducirse en una ciudadanía crítica, paciente y valiente. Porque entre MAGAs y wokes, entre gritos y silencios forzados, todavía cabe la esperanza de una política que recupere la dignidad de pensar, la «centralidad los equilibrios, y comprobaciones, sociales económicos etc.
Lo grotesco, socialmente, es que se «fuerza», electoralmente, a pactar, gobernar y legislar a » las centralidades» con esas fuerzas populistas de » brocha gorda».
Tal vez sea otra grandeza pedagógica de las democracias…en estos tiempos » geoestratégicos», «neuroeconómicos» y tecno-apocalípticos que vuelan».
Fdo.
Javi Pertierra Antón
