

Carlos Fajardo- Columnista Prensa Mercosur- @CarlosFarjardila «Fastidiardo»
Son las 8 am, estoy esperando desde las 6:45 am que me llamen para la administración de la quimio parenteral.
08:24 am Me llamaron hace ya 20 minutos, pero la silla que me asignaron estaba ocupada. Qué despelote, sólo espero que no me vayan a aplicar el esquema de otro paciente…
9:15 am Bueno, ya empecé.
Me dicen que el oxaliplatino puede provocarme calvicie, pero en últimas eso termina siendo una ventaja porque cuando las cosas estén tomando un camino no deseable me puedo acariciar mi calva y eso genera suerte. Además, cada vez que mi imagen se refleje o se pinte en un espejo, ello genera automáticamente una oportunidad.
Me dijeron que no me preocupara. Que en el mundo han existido calvos que han sido fundamentales para el desarrollo de la sociedad. La doctora, scon una sonrisa, me preguntó por el nombre de dos calvos que considerara yo importantes para el mundo.
Estaba tan nervioso que sólo acerté a decir “Kojac, el inventor del BomBomBún”
“Mmm”, replicó ella, “Dígame otro, por favor”, levantando apenas su mirada de la tabla donde se apoyaba para tomar nota de todas mis respuestas…
“¿Foucault?”, respondí con timidez, vaya uno a saber por qué me hace esas preguntas. “También próximamente yo”, complementé asertivamente.
La doctora me miró entre divertida y perpleja, me pareció, como cuando en frente de uno sucede un milagro o cuando de pronto de ese intrincado enredo neuronal del cerebro surge una Epifanía…
En seguida una enfermera llegó y sacándome de un momento crepuscular me formuló algunas preguntas que, por lo extenso de la espera, el aburrimiento y la ansiedad, me parecieron extrañas y un tanto cabalísticas.
En respuesta yo solo acerté a musitar con devoción el único conjuro que aprendí a escondidas de un brujo huitoto que se ocupaba del jardín de la casa de una tía en Túputa- Norte de Santander: “Avispita, avispita, hermana de San Gabriel, en vez de picarme a mí, pícalo en el culo a Él”.
Mi fascinación se frenó bruscamente cuando con un cimbronazo y una mirada aterradora, mi Cayita, habitualmente linda, se transformó por un momento en la Patasola, mientras que me decía, apretando los dientes, “¡Dígale a la niña donde quiere que le inserten la aguja para ponerle la medicación!”.
Aún sin salir de mi extraña ensoñación alcancé a balbucear con un hilo de voz y un tanto aterrorizado “Aquí…, señalando un entrecruzamiento de venas en el dorso de mi mano derecha.
El tiempo transcurrió lentamente, me colocaron unos centímetros de suero fisiológico después un corticoide, luego en ondansetrón, una sustancia para el vómito, finalmente el oxaliplatino y, por último, nuevamente un suero fisiológico.
Después de eso todo se tornó gris y monótono, el tiempo pareció detenerse como si algún Dick Tracy ocioso hubiera gritado de pronto su proverbial orden: “¡Paren la acción!”.
Tres horas después la señorita que me había pullado regresó con rostro anodino, presuntamente a despullarme, ahí fue cuando ya no pude más y por fin, luego de tres horas de terror apenas contenido, pude volver a parpadear.
12:00 m Ya terminé, la espera fue larga, pero me sirvió para leerme de cabo a rabo y disfrutar la enérgica y dilatada perorata de un amigo, en la que defendía con pasión la calvicie; varias personas se me acercaron y me recordaron algunos efectos que experimentaría: parestesia s en la lengua y los pulpejos de los dedos en contacto con el frio, descamación y fisuramiento de esos pulpejos y los de los pies, nausea, inapetencia.
Intenté con maña y con desespero que mi linda Cayita no se transformara en ese ser irascible de dientes apretados de unos momentos atrás y ante su insistente pregunta “¿Te sientes bien, mi vida?” respondí monótonamente, como una grabación del Call Center de citas de una EPS, “Tu pregunta es muy importante para mí, estamos tratando de incoar una respuesta” pero sólo alcancé a oírme decir un evasivo “Bien, nena, todo bien”, mientras intentaba caminar sin pisar las ranitas rosadas que saltaban por la acera y las calzadas y me abría paso entre las miríadas de mariposas multicolores que revoloteaban por todas partes.
“Me siento bien, muñequita, muy bien, vamos por una avena cubana y un pan de yuca de cuajada” le dije mientras meticulosamente, pero guardando lo mejor que podía las apariencias, intentaba entender cómo la gente no se sorprendía de esa explosión de mariposas y ranitas que ocupaban todos los espacios posibles…
Así las cosas, logramos pedir un taxi y en el más completo silencio llegamos a la casa donde, ¡vaya sorpresa!, no logré encontrar la primera mariposa revolotear ni a ninguna menuda ranita rosada saltarina. “A lo mejor se las comieron los gatos”, pensé para mis adentros.
Cayita me preguntaba solícita cada 30 segundos si estaba bien. No sé, creo que sí, ni modo de decirle que mientras intentaba librarme de un peso y mejorar mi personalidad en el inodoro, escupí dos motitas de algodón que se fueron retozando por ahí, como esos cabritos que saltan y retozan por las áridas lomas escarpadas de mi Santander.
Cuando terminé, luego de cerrar y asegurar muy bien la puerta del baño para que los gatos no se comieran a los minicabritos, en ese momento noté que tenía el pulso acelerado y me brotaba un sudor frío que apenas pude enjugar con uno o dos avioncitos de papeluche de esos que planeaban perezosamente en el corredor, la preocupación cedió de pronto ante el peso de la revelación de por qué no dura un bendito rollo ni dos semanas…
Opinión – Carlos Fajardo
Mayo 16 de 2025
