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Murió el Papa Francisco: adiós al pastor de los pobres y la misericordia

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Foto:EFE

El Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano de la historia y una de las figuras más transformadoras de la Iglesia católica en tiempos recientes, falleció este lunes a las 7:35 a. m. en su residencia de la Casa Santa Marta, en el Vaticano. El anuncio lo hizo el cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo de la Santa Sede, con voz entrecortada y visible emoción. “El obispo de Roma ha vuelto a la casa del Padre. Su vida entera ha estado dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó el valor del evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, sobre todo hacia los más pobres y marginados”, dijo.

Las campanas de la Basílica de San Pedro resonaron con gravedad, anunciando al mundo la partida del argentino Jorge Mario Bergoglio, quien murió a los 88 años, en el silencio solemne que sólo permite el luto profundo. Ayer, en su última aparición pública, había asomado brevemente al balcón central de la basílica para impartir la bendición Urbi et Orbi. La fragilidad en su rostro no ocultaba la serenidad de quien se sabe en paz con su misión cumplida.

Nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, hijo de migrantes italianos y criado entre los barrios de Flores y Almagro, Jorge Mario fue el mayor de cinco hermanos. Desde joven mostró una mezcla de humildad y liderazgo natural que lo llevaría, décadas más tarde, al corazón mismo de la Iglesia universal. Era hincha apasionado de San Lorenzo, lector voraz, amigo del silencio contemplativo, pero también de los gestos audaces. Su vocación sacerdotal germinó a los 17 años y lo llevó a recorrer el arduo camino del noviciado jesuita, donde estudió filosofía, teología, literatura y humanidades. Enseñó, escribió, aconsejó, escuchó. Su elección como Papa, el 13 de marzo de 2013, sorprendió al mundo. Nadie esperaba que el cónclave eligiera a un jesuita argentino, ya retirado del protagonismo eclesiástico y con pasaje de regreso a Buenos Aires para finales de ese mismo mes. Sin embargo, los cardenales fueron a buscar, como él mismo dijo desde el balcón de San Pedro, “casi hasta el fin del mundo”. En ese instante eligió llamarse Francisco, en honor a San Francisco de Asís, el santo de la pobreza radical y del amor a la Creación.

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Foto:AFP

Aquel nombre no fue una casualidad: fue un programa. Desde el primer día, Francisco marcó una ruptura con los hábitos del poder y del boato. Renunció al palacio papal y se mudó a la modesta Casa Santa Marta. Prefería los autos pequeños, los zapatos viejos, los discursos improvisados y las visitas sin escoltas a las periferias del mundo. Fue un Papa que incomodó, que habló con ternura y firmeza, que denunció la “cultura del descarte” y llamó a la Iglesia a “salir al encuentro”, a ensuciarse las manos, a vivir con “olor a oveja”.

La historia de su vida fue también la historia de una lucha interna por conservar la esencia del Evangelio frente a los desafíos del tiempo. Afrontó críticas dentro y fuera del Vaticano, pidió perdón a las víctimas de abusos sexuales y emprendió reformas estructurales en la Curia Romana. Fue un firme defensor de los migrantes, de los pueblos indígenas, del medio ambiente. En su encíclica Laudato si, denunció sin rodeos el crimen ecológico global, mientras en Fratelli tutti propuso una fraternidad sin fronteras.

Durante la pandemia de covid-19, su imagen solo en la Plaza de San Pedro bajo la lluvia, rezando por el mundo, conmovió incluso a quienes no profesaban la fe católica. Fue el pastor de la esperanza, como tituló su reciente autobiografía, y así quiso ser recordado.

Foto:AFP

Su lema episcopal, Miserando atque eligendo —“lo miró con misericordia y lo eligió”— lo acompañó hasta el final. Fue el reflejo de su estilo, de su sensibilidad, de su mirada hacia cada persona que sufría, que dudaba, que buscaba consuelo. Francisco no sólo hablaba de misericordia, la vivía.

Hoy el mundo despide al Papa que soñó con una Iglesia pobre para los pobres, al hijo de inmigrantes que se convirtió en la voz de los sin voz, al líder que predicó la unidad en medio de la diferencia y al creyente que, como San Francisco, se despojó del poder para ser simplemente servidor.

“Caminemos juntos en la esperanza”, fue su última invitación al pueblo de Dios. Esa esperanza, sencilla pero firme, es quizás su herencia más luminosa.

carloscastaneda@prensamercosur.org


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