

Desde que tiene memoria, Ingrid Schiebeck ha sentido el arte como una extensión natural de su ser. Nacida en Nueva Helvecia, conocida por su trabajo en el Banco República durante años, Ingrid encontró y busca en la pintura su lenguaje propio, una forma de expresar emociones, vivencias y la belleza que percibe en el mundo. Con décadas de dedicación a las artes visuales, su obra ha trascendido el ámbito personal.
Su primer contacto con los colores y las formas se dio en la infancia, cuando los lápices y las témperas se convirtieron en sus compañeros de juego. Sin embargo, cuando era pequeña sus padres no podían costear las famosas clases de dibujo de Francisco Siniscalchi (1914-2001), recordado artista plástico de Nueva Helvecia, por cuya escuela pasaron muchos talentos que hoy destacan por su búsqueda original. A medida que crecía, su curiosidad por las técnicas pictóricas continuaba intacta. Sin embargo, tuvo que partir a Montevideo a estudiar. Allí, pudo estudiar y concursar para entrar en el Banco y así volver.
En Nueva Helvecia empezó cumplir su antiguo anhelo: pintar en la escuela de Siniscalchi. “Nadie que haya pasado por su taller, lo ha olvidado”, comenta Ingrid y recuerda con mucho cariño aquel espacio de arte, que marcó la memoria de tantos, con sus pesebres, los paisajes de Nueva Helvecia; materia prima de Siniscalchi, así como también las clases de “Chunga” esposa del maestro, donde íbamos a parar los menos agraciados por las artes visuales como quien escribe, la inolvidable “Apocalipsis”, obra que no acabó del artista y que regía el salón con su autorretrato incluido. En ese ambiente, fue donde Ingrid comenzó su rica carrera de artista plástica.
El arte como refugio ante el duelo
La vida de Ingrid Schiebeck dio un giro cuando tuvo que enfrentar la pérdida de sus seres queridos más cercanos. En poco tiempo, falleció su padre, su madre y su hermana de manera inesperada. “Cuando las palabras no alcanzan, la pintura se convierte en mi voz”, confiesa.
Su padre era su apoyo, “mi crítico más sincero y el primero en celebrar cada logro”, recuerda con la mirada perdida en el tiempo. Su partida dejó un vacío inmenso, un silencio que parecía imposible de llenar. En aquellos días oscuros, Ingrid halló refugio en sus pinceles. En la casa de su padre encontró un montón de pintura de paredes que usó como insumos para sus próximas obras. Pasó incontables horas en su estudio, volcando su dolor en lienzos que hablaban de ausencia, de amor y de la huella imborrable de los que ya no están.
Cada pincelada era un diálogo con la memoria, un intento de capturar la esencia de quien había partido. “No quería olvidar, no quería que el tiempo borrara su rostro, su risa, su presencia en mi vida”, confiesa. Así nacieron algunas de sus obras más profundas, aquellas en las que los colores se tornaron más intensos, las formas más etéreas y la emoción más palpable. Sus cuadros de esa época están impregnados de una nostalgia serena, un testimonio visual de su proceso de duelo y aceptación.
Lejos de dejarse consumir por el dolor, Ingrid aprendió a transformarlo en arte. “Pintar me permitió seguir adelante, me dio una razón para levantarme cada mañana y llenar de color los días grises”, dice. Con el tiempo, sus cuadros fueron adquiriendo una nueva luz.
Los tonos sombríos dieron paso a colores más cálidos, como si su arte reflejara el proceso de sanación interna. “El duelo no desaparece, se transforma”, explica. “Aprendemos a convivir con la ausencia, a recordarlos con amor en lugar de tristeza”. Aunque ahora su color preferido es el azul y sus tonalidades.
A través de su obra, Ingrid ha logrado conectar con muchas personas que han atravesado experiencias similares. En exposiciones y encuentros, ha escuchado historias de espectadores que encontraron consuelo en sus pinturas, que vieron en sus trazos un reflejo de su propio dolor y su propio renacer. “Es un honor cuando alguien me dice que mi arte lo ayudó a sanar”, expresa con humildad. “Porque, al final, el arte es eso: un puente entre almas, un refugio para el corazón”.
Formación y evolución artística
La necesidad de perfeccionar su técnica la llevó a formarse con reconocidos artistas y a participar en talleres donde experimentó con el óleo, la acuarela y el acrílico. “La pintura es una búsqueda constante”, dice Ingrid con una sonrisa, consciente de que el aprendizaje nunca termina. Su estilo ha evolucionado con los años, no se encasilla en una tendencia, le gusta el planismo pero su esencia permanece intacta: cada trazo es un diálogo entre la memoria y la imaginación, entre lo vivido y lo soñado.
En su recorrido artístico, ha expuesto en diversas galerías y centros culturales, tanto en Uruguay como en el exterior. Su obra ha sido elogiada por su sensibilidad y su capacidad para capturar la atmósfera de un momento con una pincelada precisa. “Pintar es mi manera de detener el tiempo”, confiesa. “Es una forma de inmortalizar la emoción de un instante y compartirlo con quienes observan la obra”.
Sin embargo, el camino del arte no ha sido siempre fácil. Ingrid recuerda que, en sus primeros años como artista, enfrentó el escepticismo de quienes veían la pintura como un pasatiempo y no como una vocación. “Tuve que demostrar que mi arte era más que una afición, que era mi vida”, afirma. Con perseverancia y dedicación, logró consolidar su carrera, ganándose el respeto de la comunidad artística y el cariño de quienes han seguido su trayectoria.
“Siempre me emociona ver cómo una persona que nunca ha pintado descubre su talento”, comenta. “El arte no es solo técnica, es también sentimiento, es atreverse a expresarse”. En su estudio, las paredes están cubiertas de obras en distintas etapas de creación, reflejando la diversidad de su producción y su inagotable entusiasmo por seguir explorando nuevos horizontes.
El contacto con alumnos de los talleres a los que sigue asistiendo ha enriquecido tanto como artista como persona. “Cada estudiante me enseña algo nuevo. Su forma de ver el mundo me inspira y me desafía a seguir creciendo”, dice con gratitud. Ingrid también ha trabajado con proyectos comunitarios, llevando el arte a espacios públicos y promoviendo la expresión artística como una herramienta de integración social.
Reconocimientos y futuro
El trabajo de Ingrid no ha pasado desapercibido. A lo largo de su carrera, ha recibido múltiples reconocimientos por su aporte a la cultura y su dedicación a la promoción del arte. Sin embargo, para ella, el mayor premio es el impacto que su obra genera en quienes la observan. “Si una persona se detiene frente a una de mis pinturas y siente algo, entonces mi misión está cumplida”, asegura.
Uno de los momentos más significativos de su carrera fue la inauguración de su primera exposición individual, un hito que recuerda con emoción. “Ver mis obras reunidas en un mismo espacio, saber que cada una de ellas contaba una historia, fue una sensación indescriptible”, relata. Desde entonces, ha seguido explorando nuevas temáticas y técnicas, siempre con la curiosidad de quien nunca deja de aprender.
Actualmente, se encuentra trabajando en una nueva serie inspirada en la identidad helvética de Nueva Helvecia, combinando elementos tradicionales con una visión contemporánea. Además, planea seguir expandiendo su labor, convencida de que el arte es un puente que une generaciones y culturas.
Ingrid Schiebeck sigue siendo una incansable exploradora del color y la forma, una artista que ha hecho de su pasión un modo de vida y que continúa dejando huella en cada pincelada.

pablo
Fuente de esta noticia: https://helvecia.com.uy/2025/04/12/ingrid-schiebeck-el-arte-es-un-refugio-para-el-corazon/
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