

Prensa CEB Compartimos el comentario sobre la fiesta de la Presentación del Señor, que se celebra el 2 de febrero, y su significado espiritual en el contexto del cuarto domingo del Tiempo Ordinario. La Pontificia Unión Misional (PUM) destaca la importancia de la fidelidad de la Sagrada Familia al cumplimiento de la Ley de Moisés, simbolizando la obediencia y la humildad ante Dios.
Se hace hincapié en la figura de Jesús como «luz para las naciones» y «gloria de su pueblo, Israel», subrayando que su misión de salvación es universal y trasciende fronteras. La reflexión invita a los cristianos a ser portadores de esta luz en un mundo lleno de oscuridad, promoviendo una vida de fe activa y comprometida con los demás. Además, se menciona la relevancia del encuentro con Dios como fuente de alegría y esperanza, instando a los fieles a vivir con un corazón contemplativo y a participar en la transformación social desde una perspectiva de amor y servicio.
A continuación el texto completo:
Fiesta Presentación del Señor – IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2025 (AÑO C)
Ml 3,1-4; Sal 23; Hb 2,14-18; Lc 2,22-40
COMENTARIO
La misión del Divino Niño – Luz y esperanza de los gentiles y de su pueblo
La fiesta litúrgica de la Presentación del Señor se celebra cada año el 2 de febrero, 40 días después de Navidad, para conmemorar un acontecimiento importante, cuando María y José con el niño Jesús fueron al Templo de Jerusalén para la purificación ritual de la madre 40 días después del nacimiento, según la Ley de Moisés (cf. Lv 12,3-4) y al mismo tiempo «para presentarlo al Señor». Por Providencia divina, este año la fiesta coincide con el cuarto domingo del Tiempo Ordinario. El Evangelio proclamado en la Misa nos narra, una vez más, el episodio de la Presentación de Jesús en el Templo, ofreciéndonos la oportunidad de profundizar en algunos aspectos relevantes de la vida y misión de Jesús, tal y como se destacan en el relato del evangelista Lucas. Esta reflexión podría ser útil también a las personas consagradas en la Jornada Mundial dedicada a ellas, para una deseable renovación espiritual misionera en el Jubileo, así como a todos los que están comprometidos en la Pontificia Unión Misional, cuya fiesta anual se celebra hoy en muchos Iglesias del mundo, particularmente en África.
1. El contexto del cumplimiento de la Ley divina
El primer punto destacado por San Lucas es la fidelidad de la Sagrada Familia en el cumplimiento de los preceptos de la Ley en sus vidas. Este aspecto se destaca al principio del relato con la repetida referencia a la Ley (llamada «de Moisés» y «del Señor») como motivación de sus acciones, y también al final con la particular frase: «Cuando hubieron cumplido todo según la ley del Señor, volvieron…». Así pues, la presentación de Jesús en el Templo tiene lugar en el contexto del cumplimiento perfecto de lo que Dios ordenó a su pueblo por medio de Moisés.
A este respecto, es importante señalar que María y José, aunque conscientes de la extraordinaria misión de su hijo, se someten a las tradiciones y leyes de su pueblo. Esto, además, se refleja también al asistir al Templo de Jerusalén para la Pascua, como relata san Lucas (Lc 2,41). En la actitud de María y José podemos vislumbrar la del propio Jesús, que declarará que no ha venido a abolir la Ley divina, sino a darle cumplimiento. Esto nos ofrece una valiosa lección para nosotros, fieles de Dios hoy: el gran valor e importancia de realizar con obediencia y fidelidad las prácticas religiosas, que nos ayudan a vivir en constante comunión con Dios y nos unen al plan divino.
Hay que señalar también que María y José ofrecen «un par de tórtolas o dos pichones de paloma». Se trata de la ofrenda para la purificación de la madre después del parto, prescrita por la Ley mosaica para quienes carecían de medios económicos (cf. Lv 12,6.8: «Cuando se cumplan los días de su purificación por un hijo o una hija, traerá al sacerdote, a la entrada de la tienda de la alianza, un cordero de un año como holocausto y un palomo o una tórtola como expiación. […] Si no tiene medios para ofrecer un cordero, tomará dos tórtolas o dos pichones: uno para el holocausto y otro para la expiación»). La nota sobre la ofrenda nos deja entrever, por una parte, la pobreza de la familia de Nazaret y, por otra, la belleza de su voluntad de servir a Dios con lo que tenían. María, José y Jesús pueden considerarse parte de los pobres de Dios, como la viuda que ofreció sus dos únicas monedas a Dios en el Templo. Jesús declarará que ellos, los pobres del Señor, serán los destinatarios privilegiados del Reino de Dios; serán también los protagonistas del cumplimiento de la voluntad de Dios y, por tanto, de la realización del plan divino para la salvación de la humanidad. Aprendamos, en particular de María, José y Jesús, a renovar nuestra vida de fe como pobres de Dios.
2. Cristo, luz y esperanza de las naciones y de su pueblo
Cuando Jesús es presentado en el Templo, es recibido por el anciano Simeón y la profetisa Ana, dos personajes misteriosos pero emblemáticos. Ellos, hombre y mujer, son complementarios, y representan así a toda la humanidad que espera la salvación divina. En particular, representan a todos aquellos que, a pesar de los avatares de la vida, ponen su esperanza siempre y sólo en Dios. El Señor que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros y entre nosotros, es decir, pobre por/entre Simeón y Ana, se reveló sobre todo a ellos dos, y luego, a través de su testimonio, se revela al mundo.
En efecto, cuando Simeón toma a Jesús en sus brazos, pronuncia palabras de alegría y reconocimiento. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, declara que Jesús es «luz para las naciones» y «gloria de su pueblo, Israel». Este pasaje contiene un mensaje de esperanza y universalidad: la salvación que Dios ofrece en Cristo no se limita sólo al pueblo elegido de Israel, sino que es para todos. El cumplimiento de las promesas de Dios con y en Cristo va más allá de todas las expectativas humanas y, en consecuencia, la misión de Cristo se extiende siempre más allá de todos los límites visibles de la tierra. Tanto es así que pedirá a sus discípulos que vayan por todo el mundo para enseñar (literalmente hacer discípulos) a todos los pueblos, colaborando así consigo mismo en esta misión de revelarse a las naciones.
3. «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14)
Las palabras de Simeón nos llevan a reflexionar de nuevo sobre la misión de Jesús y, por consiguiente, de los cristianos, sus discípulos hoy, en el contexto del Jubileo 2025. Él no es sólo el Salvador de Israel, sino el Salvador del mundo. La luz de Cristo debe iluminar las tinieblas de todas nuestras vidas y sociedades, para promover una renovación espiritual divina. ¿Cuántas veces vivimos a la sombra del miedo, de la división, de la desesperanza? Como Él mismo reveló la identidad de sus seguidores: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14), somos todos nosotros, cristianos, quienes estamos llamados a llevar la luz del Evangelio a nuestras familias, a nuestras comunidades y al mundo. Preguntémonos entonces: ¿cómo podemos ser portadores de esta luz? ¿Cómo podemos transformar nuestra vida cotidiana en un reflejo de la luz de Cristo?
Fijemos de nuevo nuestros ojos en el Señor, presentado y revelado en el Templo. Observemos y aprendamos del ejemplo de María, José, Simeón y Ana, que viven su vida con Dios en la obediencia y la fidelidad a las prácticas religiosas, en la escucha del Espíritu y la perseverancia en la espera de Cristo «consolación de Israel», en el gusto por la oración y el culto, así como en el compartir con alegría el encuentro con Jesús con los demás. La Luz divina que reconocen Simeón y Ana no es sólo para nosotros, sino que es una invitación a todos a emprender un camino de fe y de misión. Estamos llamados a llevar la luz, a ser testigos del Evangelio en el mundo y a iluminar a quienes nos rodean. En un mundo en el que parecen prevalecer la desesperación y la oscuridad, estamos llamados a ser cada vez más portadores de luz, testigos del amor, la esperanza y la misericordia. Que nuestras palabras y acciones estén siempre guiadas por el Espíritu Santo para poder iluminar, inspirar y llevar a todos al encuentro con el Señor que viene.
Sugerencias útiles:
FRANCISCO, HOMILÍA 2 de febrero de 2017 FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR – XXI JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA
La liturgia de hoy nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor «fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente» (Misal Romano, 2 de febrero, Monición a la procesión de entrada). El encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza.
El canto de Simeón es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona (cf. Rm 5,5), Él no defrauda. Simeón y Ana, en la vejez, son capaces de una nueva fecundidad, y lo testimonian cantando: la vida vale la pena vivirla con esperanza porque el Señor mantiene su promesa; y será, más tarde, el mismo Jesús quien explicará esta promesa en la Sinagoga de Nazaret: los enfermos, los detenidos, los que están solos, los pobres, los ancianos, los pecadores también son invitados a entonar el mismo canto de esperanza. Jesús está con ellos, él está con nosotros (cf. Lc 4,18-19).
Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos, ninguno lo pone en duda. De ahí la importancia de que el consagrado y la consagrada estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. La misión —de acuerdo a cada carisma particular— es la que nos recuerda que fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. Es cierto podrán existir «harinas» mejores, pero el Señor nos invitó a leudar aquí y ahora, con los desafíos que se nos presentan. No desde la defensiva, no desde nuestros miedos sino con las manos en el arado ayudando a hacer crecer el trigo tantas veces sembrado en medio de la cizaña. Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar.
Acompañemos a Jesús en el encuentro con su pueblo, a estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu, Señor de los sueños y de la profecía. Y así compartamos lo que no nos pertenece: el canto que nace de la esperanza.
Pamela Arnez
Fuente de esta noticia: https://boliviamisionera.com/2025/01/31/comentario-biblico-misionero-domingo-de-la-presentacion-del-senor/
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