La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén nos lleva de nuevo al misterio de la Navidad que hemos celebrado. En esta fiesta recordamos como María y José entran en el Templo para circuncidar a su Hijo, y ponerle un nombre. La circuncisión es el rito judío por el que los varones pasaban a ser propiedad del Dios de Israel, y quedaban incorporados al pueblo de las promesas. De esta manera, José y María presentan dos tórtolas para ofrecer al niño en el Templo. Es la ofrenda de los pobres del Señor, que se une a la verdadera entrega del Hijo. Así, el Señor va a recibir un nombre nuevo: Jesús, porque él va a salvar a su pueblo de los pecados.
De este modo, el Hijo entra en el Templo de Jerusalén como Aquel en quien se cumple la alianza de Dios con el hombre. El Señor es el mediador de un pacto nuevo de Dios con toda la humanidad. Él se presenta a sí mismo, como la ofrenda verdadera, como el don definitivo de Dios para con nosotros. En el Templo entra el Señor, como la entrega de Dios para con cada uno.
Jesús se ofrece en el Templo para que el hombre se pueda unir a Dios. Él con la donación de su cuerpo, puede ofrecer el verdadero sacrificio a Dios por el hombre. Con su cuerpo entregado y su sangre derramada puede liberar al hombre del pecado que le ata y le hace esclavo. Él Hijo, que toma carne humana, puede salvar al hombre, porque se ha hecho uno con él. Jesús devuelve al hombre la amistad con Dios, por su entrega en la cruz, y le puede auxiliar porque se ha hecho hombre asumiendo todo lo humano: la tentación y la muerte, excepto el pecado (cf. Hb 4, 15). El Hijo de Dios es la ofrenda grata a Dios por el hombre.
En este sentido, Jesús entra en el Templo para ser reconocido como nuestro Señor y nuestro Salvador . En el anciano Simeón, Dios nos desvela el misterio: El Señor viene a hacerse uno como nosotros. Por ello, es el Espíritu quien nos puede ayudar a reconocer al Hijo que quiere entrar y acompañar nuestras vidas. Por eso, solo desde el Espíritu podemos señalar al Hijo como el verdadero Salvador del hombre. Así, reconocemos al Señor como la luz que viene a iluminar la vida del ser humano, y en el que se manifiesta la gloria de Dios. Junto con Simeón, otra anciana, Ana, también da gloria porque el Señor ha entrado en su vida. Por lo que su existencia se convierte en un canto de alabanza y gloria a Dios, por ese Hijo que viene a liberar al pueblo.
De la misma forma, Jesús tomando carne humana nos revela el verdadero sentido del sufrimiento y el dolor del hombre porque ha asumido todo lo humano. Ha tomado una naturaleza humana sujeta al tiempo y al espacio. Ha querido nacer en una familia, en la que María es la madre, y José el padre adoptivo. Así, María es la madre que se une a la entrega del Hijo. Ella ante el sacrificio y la muerte de Jesús, responde con su fiat a Dios. Ella, asume el dolor del Hijo, y sufre junto con Él, su entrega por toda la humanidad. María, con su corazón traspasado, se dona junto con el Hijo, y hace agradable su ofrenda a Dios.
Jesús, María y José se nos presentan en el Templo para decir que si a Dios. Ellos, los padres, ofrecen al Hijo, como don agradable a Dios por cada uno de nosotros. Presentan al Hijo en el Templo de Jerusalén como el verdadero sacerdote que se va a entregar a Dios. Así, en Jesús se nos regala una alianza nueva. En su cuerpo entregado en la cruz, se manifiesta el verdadero Templo de Dios. En su humanidad, viene a morar el Espíritu para que se manifieste la gloria de Dios para el hombre, y su verdadera misión como Hijo de Dios. Él es el Ungido en quien el Espíritu mora de modo pleno. Jesús es el Templo en quien Dios habita. Somos introducidos en él para vivir de la vida nueva que él nos ofrece.
También, Dios viene a morar en medio de nosotros. Nosotros somos templos de Dios, en quienes quiere habitar el Espíritu. Somos ungidos para una misión como hijos de Dios. Nosotros podemos hacer de nuestra vida una ofrenda a Dios, que junto la de Jesús le de gloria. De este modo, nuestro cansancio y debilidad, unidos a la cruz del Señor tienen un valor redentor para toda la humanidad. Nuestro pecado ya no tiene la última palabra porque en la entrega del Hijo en la cruz, hemos sido liberados para vivir como hijos. La ofrenda del hombre a Dios es el don que le ofrecemos al Señor para hacer de una nuestra vida una existencia que le rinda culto y gloria.
Belén Sotos Rodríguez
Un camino de fe
Fuente de esta noticia: https://www.religionenlibertad.com/blog/43420036/Jesus-el-verdadero-Templo-de-Dios.html
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