Los hechos del fin de semana estaban cantados: no había fuerza humana capaz de impedir que Nicolás Maduro permanezca en el poder, pese a la pantomima electoral que confirmó a Edmundo González como presidente legítimo del pueblo venezolano. El acto de propaganda que muchos medios se rehusaron a transmitir e, incluso, cubrir el viernes pasado en Caracas, fue una confirmación más de la plena dictadura que allí se vive.
Una tragedia para millones de venezolanos que, pese a ver mejorar sus condiciones económicas en el último año, sienten cada día el yugo de la libertad condicionada.
Es innegable que quienes combaten al dictador y sus lugartenientes lo han hecho a sangre y fuego. Las protestas de casi tres meses en Táchira, en 2014, dejaron casi 40 muertos.
Pero el mayor error que han señalado en estos días es que votaron por Hugo Chávez en 1998 y luego por su Constitución en 1999.
Por eso, de cara al resto de la región, Venezuela queda solo como la alerta más clara de lo que puede pasar cuando una sociedad da la espalda a su propia libertad por buscar beneficios efímeros en el corto plazo.
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