Desde los años 1300, cuando la población mundial colapsó debido a la peste bubónica, no hemos enfrentado una reducción demográfica de la magnitud que se proyecta para el próximo siglo. Muchos observadores predicen que la población global alcanzará su punto máximo en las próximas décadas, con estimaciones que van desde el año 2053 hasta finales de la década de 2070 o 2080, antes de entrar en un periodo de declive.
Espera un momento, podrías estar pensando. ¿No fue hace apenas 50 años cuando los expertos advertían sobre la sobrepoblación? ¿Y acaso no escuchamos constantemente sobre el boom de la población mundial? Sí, pero como explica Peter Zeihan en The End of the World Is Just the Beginning [El fin del mundo es solo el comienzo], el crecimiento actual de la población se debe en parte al aumento en la esperanza de vida.
La disminución de la mortalidad aumenta la población hasta tal punto que supera cualquier impacto causado por la reducción de las tasas de natalidad… pero solo durante unas pocas décadas. Eventualmente, los avances en longevidad alcanzan su límite, dejando a un país con una población mayor, pero con pocos niños. Los pocos niños de ayer se convierten en los pocos trabajadores jóvenes de hoy, lo que resulta en los pocos trabajadores maduros de mañana. Y ahora, finalmente, ese mañana ha llegado.
La era de la despoblación
En su reciente ensayo para Foreign Affairs, «The Age of Depopulation [La era de la despoblación]», Nicholas Eberstadt documenta el sorprendente colapso de las tasas de fertilidad globales, que han disminuido a la mitad de lo que eran en la década de 1960. «Cada vez más sociedades se encaminan hacia una era de despoblación generalizada e indefinida», escribe. Por ejemplo, Asia Oriental «entró en despoblación en 2021», mientras que América Latina y partes de Oriente Medio ahora enfrentan tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo. Incluso países que antes se consideraban inmunes debido a tradiciones culturales o religiosas, como Irán y Turquía, están siguiendo una trayectoria similar. A menos que vivas en el África subsahariana, probablemente residas en un país con una fertilidad por debajo del nivel de reemplazo, una tendencia que se ha acelerado en los últimos años.
¿Qué hay detrás de este descenso en la natalidad? Eberstadt señala una «revolución en la formación familiar». En todo el mundo, observamos «la “huida del matrimonio”, con personas que se casan a edades más avanzadas o que no se casan en absoluto; la expansión de la convivencia fuera del matrimonio… y el aumento de hogares donde una persona vive de forma independiente, es decir, sola». Este cambio cultural sísmico da como resultado menos hijos y familias más pequeñas y frágiles.
A medida que las familias se desintegran, aumenta el deseo de autonomía, autorrealización y comodidad. En este escenario, los hijos son vistos como «profundamente inconvenientes», y las familias numerosas pasan a ser rarezas culturales. Si bien la fe religiosa puede contrarrestar esta tendencia al promover el matrimonio y valorar la llegada de los hijos, su efecto tiene un límite. Esto se debe a que la formación familiar y la participación religiosa están conectadas de maneras inesperadas. (Para explorar esta idea, consulta How the West Really Lost God [Cómo Occidente realmente perdió a Dios] de Mary Eberstadt, donde argumenta provocativamente que el secularismo es más una consecuencia del colapso familiar que su causa).
La era de los mayores
La despoblación mundial desencadenará una serie de consecuencias sociales. El colapso de la fertilidad implica, según Nicholas Eberstadt, «menos trabajadores, ahorradores, contribuyentes, inquilinos, compradores de vivienda, emprendedores, innovadores, inventores… y votantes». Además, para 2050 habrá más personas mayores de ochenta años que niños en algunos países. Eberstadt escribe:
Un mundo en despoblación será un mundo envejecido. A nivel global, el avance hacia una baja fertilidad, y ahora hacia tasas de natalidad extremadamente bajas, está creando pirámides poblacionales invertidas, donde las personas mayores comienzan a superar en número a los jóvenes. En la próxima generación, las sociedades envejecidas se convertirán en la norma.
Estamos entrando en una era de grandes desafíos sociales y económicos, marcada por la disminución de las generaciones jóvenes y el crecimiento acelerado de la población mayor, cuya esperanza de vida sigue extendiéndose.
La despoblación y la iglesia
¿Qué significarán estos cambios para la iglesia global y nuestra misión?
1. Tendremos que enfrentar los desafíos de una sociedad envejecida.
El reciente Informe sobre el estado de la gran comisión, publicado antes del Cuarto Congreso de Lausana, resalta las enormes necesidades de una población envejecida y plantea oportunidades para que la iglesia ocupe ese espacio. Deberemos cambiar nuestra perspectiva: dejar de ver a los creyentes mayores como simples receptores de cuidado y atención, para involucrarlos como colaboradores en sus años prolongados de buena salud y ministerio. Desde apoyar a las familias multigeneracionales, combatir las tendencias de aislamiento y soledad, hasta ofrecer formación espiritual y oportunidades de ministerio para los ancianos, será crucial encontrar maneras de ministrar a los creyentes mayores y trabajar junto a ellos.
2. La crisis de despoblación exige un compromiso renovado para fortalecer los matrimonios, apoyar a las familias y celebrar a los hijos.
En un mundo que prioriza la autonomía y la comodidad, la iglesia puede ofrecer un modelo alternativo: una vida marcada por el amor sacrificial, el compromiso de pacto y la belleza de la fidelidad generacional.
Es cierto que las personas identificadas como «nones» (aquellas que no se asocian con ninguna religión) están en aumento en Occidente, pero a nivel global, el Pew Research Forum predice que en 2060 los «seculares» representarán un porcentaje menor de la población mundial que en la actualidad, principalmente debido a las tendencias demográficas. El libro de Eric Kaufmann, Shall the Religious Inherit the Earth? [¿Heredarán los religiosos la tierra?], sostiene que el futuro no pertenecerá a las élites seculares, sino a las comunidades de base marcadas por una fe profunda.
Ross Douthat, un analista de larga trayectoria en tendencias demográficas, sostiene que los países que logren mantener o incrementar sus tasas de natalidad cerca del nivel de reemplazo tendrán una ventaja sobre aquellos cuyas tasas sigan disminuyendo. Incluso en países donde la fertilidad está colapsando, las regiones que desafíen esta tendencia se convertirán en excepciones con una influencia cultural desproporcionada. «Para predecir cuáles serán los estados y ciudades más dinámicos de Estados Unidos, así como las tradiciones religiosas e ideologías más influyentes», escribe, «busca lugares y grupos que no solo apoyen a los jóvenes, sino también a los jóvenes que forman familias».
3. La crisis de despoblación requerirá un mayor ministerio para y junto a las personas solteras.
En un mundo con más hogares unipersonales y menos lazos familiares extendidos, la iglesia deberá asumir su papel como la familia de Dios, brindando amistad en medio del aislamiento y estableciendo nuevos sistemas de apoyo para quienes enfrentan presiones económicas o sociales. El ministerio en este contexto no solo incluirá a las personas solteras, sino que las considerará plenamente (y no como ciudadanos de segunda clase en el reino de Dios).
Es natural percibir una tensión entre los puntos 2 y 3. Encontrar el equilibrio entre animar de manera cuidadosa el matrimonio y la procreación entre los jóvenes cristianos, mientras se apoya y valora a quienes son llamados a la soltería (ya sea temporal o permanentemente), y discernir dónde y cuándo colocar el énfasis, no será una tarea sencilla ni evidente. Algunos resolverán esta tensión inclinándose hacia un lado u otro, y eso es precisamente lo que observamos en muchas iglesias hoy: una perspectiva de esto o aquello que no logra integrar a todo el cuerpo de Cristo.
Si damos la impresión de que el matrimonio y la vida familiar son la única forma de vida fiel, estaremos excluyendo a un segmento significativo del campo misionero, como los solteros mayores. Por otro lado, si restamos importancia al matrimonio y a la vida familiar, a pesar de que han sido la norma para la mayoría de las personas a lo largo de la historia, podríamos terminar contribuyendo a las tendencias demográficas emergentes en lugar de resistirlas. No podemos darnos el lujo de limitarnos en un tiempo en el que necesitamos a todos los cristianos, con sus diferentes habilidades, dones y llamados, plenamente movilizados para responder a las necesidades que enfrentamos.
Mirando hacia adelante
Los desafíos demográficos que se avecinan son inmensos. La solución no consiste simplemente en lamentar las causas del declive demográfico, como si fuéramos meros críticos de la cultura a la que estamos llamados a servir. Más bien, avanzamos con fe, conscientes de que la iglesia ya ha enfrentado cambios significativos en el pasado.
Nuestra esperanza no está en las tasas de natalidad ni en las tendencias demográficas, sino en el Señor de la mies. Cumplir la gran comisión es la única forma de garantizar la presencia continua de comunidades cristianas vibrantes y resilientes, que formen discípulos y envíen a los creyentes a vivir como sal y luz en un mundo que enfrenta la despoblación.
Trevin Wax
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/cambio-demografico/
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