Colombia | Colombia y Venezuela: el clamor por la paz frente a la sed de sangre

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Gustavo Petro, Presidente de Colombia y Álvaro Uribe, Expresidente – Imagen Cortesía

América Latina se enfrenta a un panorama sombrío, donde los ecos de la violencia y la polarización parecen perpetuar un ciclo interminable de sufrimiento. En un contexto en el que la historia reciente ha sido marcada por el dolor y la tragedia, surge una inquietante realidad: mientras los jóvenes de Colombia y Venezuela enfrentan incertidumbres, un discurso de confrontación y guerra amenaza con desviar sus destinos hacia un callejón sin salida.

Durante décadas, Colombia ha sido escenario de conflictos internos que han dejado profundas cicatrices. Jóvenes, en su mayoría de sectores marginados, han sido las principales víctimas de una espiral de violencia que los convierte en blancos de represión, tortura y encarcelamiento. Ahora, en una narrativa que parece diseñada para perpetuar el horror, algunos sectores promueven la idea de que estos mismos jóvenes se enfrenten entre sí, sumando a las madres venezolanas al luto que ya conocen las colombianas.

Este llamado implícito a la guerra, que instrumentaliza el dolor de dos pueblos hermanos, no es más que una continuación de una política basada en la sed de sangre. Es una estrategia que utiliza el sufrimiento como medio para cosechar votos y consolidar poder, ignorando las lecciones de la historia y los principios fundamentales sobre los que se erige cualquier sociedad justa.

La reciente postura del presidente Gustavo Petro marca un momento crucial en esta narrativa. Petro, en un enérgico pronunciamiento, rechazó categóricamente las declaraciones del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien sugirió la posibilidad de una invasión militar a Venezuela con el supuesto propósito de restablecer la paz en el vecino país. Según Petro, esta propuesta no solo es un atentado contra la soberanía de Venezuela, sino también una amenaza directa a la estabilidad de la región y un incentivo para perpetuar el sufrimiento de los pueblos.

“Colombia no puede ni debe ser cómplice de un acto de agresión que pondría en peligro la vida de miles de inocentes”, afirmó el mandatario. “La paz entre nuestros países no se construye con ejércitos ni invasiones, sino con diálogo, respeto y cooperación”.

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Si llegara el día en que jóvenes colombianos y venezolanos se vieran enfrentados en una guerra, estaríamos presenciando uno de los errores más trágicos y evitables de la humanidad. Sería una marca indeleble de sangre y venganza que resonaría durante generaciones, fracturando la esencia misma del ideal de unidad que debería guiar a nuestras naciones.

La experiencia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial nos enseña que la paz solo puede surgir de la convivencia entre culturas y sistemas de gobierno diversos. No todos los gobiernos serán de nuestro agrado, pero todos son pasajeros. La unidad y la paz entre los pueblos deben ser valores inquebrantables.

Por eso, en el ámbito internacional, se construyó el concepto de autodeterminación de los pueblos, un principio que la extrema derecha colombiana ha quebrantado en repetidas ocasiones. Las políticas de aislamiento, como los bloqueos económicos, no solo son abominables, sino que abren la puerta a conflictos bélicos innecesarios. En pleno siglo XXI, hemos sido testigos de invasiones y guerras que dejan claro que la violencia nunca puede ser la solución.

La prolongada violencia en Colombia no es casualidad, sino el resultado de una agenda que se beneficia del caos y la división. Frente a este panorama, es crucial abogar por el diálogo democrático, tanto en Colombia como en Venezuela. El respeto mutuo entre los pueblos debe prevalecer sobre las diferencias ideológicas, y los derechos fundamentales de todas las personas deben ser defendidos sin excepción.

En este sentido, las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela deben fortalecerse, no para legitimar procesos electorales cuestionados, sino para tender puentes entre dos naciones que comparten lazos históricos y culturales profundos. Las recientes elecciones en Venezuela, que estuvieron lejos de ser libres debido a sanciones económicas y la exclusión de candidaturas opositoras como la de María Corina Machado, son un ejemplo de la necesidad de construir espacios genuinos de participación democrática.

El objetivo de la diplomacia debe ser claro: evitar que los pueblos sufran por los conflictos de sus gobernantes. La humanidad, diversa y plural, debe aprender a convivir en paz si aspira a sobrevivir en un planeta que cada vez reclama más respeto por la vida y el entendimiento mutuo.

Hoy, más que nunca, debemos elegir la unidad por encima de la confrontación, y el diálogo por encima de la violencia. Es la única vía para garantizar un futuro digno para las generaciones venideras.

carloscastaneda@prensamercosur.org


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