Agranda la puerta, Padre
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar…
Miguel de Unamuno, Cancionero
En esta Noche Buena y Navidad queremos hacerles llegar a nuestros lectores y a “todos los hombres de buena voluntad”, -como se dirigía Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae-, el deseo de renovar nuestra mirada con los ojos de un niño.
“¿Dónde queda, en verdad, el chiquillo que fuimos?”, se pregunta el periodista y sacerdote José Luis Martín Descalzo en su libro “Razones para la Esperanza” y reflexiona: “hemos crecido, hemos engordado, nos hemos ido llenando de grasas y de sebo, nos hemos amordazado con títulos y premios, nos hemos subido en el escabel de la importancia, hemos hecho ilustrísimas tarjetas de visita, aprendimos ya a manejar ese superlibro que es el talonario de cheques, los bancos nos han concedido el ‘abracadabra’ de las tarjetas de crédito…”.
Nuestra reflexión apunta a adentrarnos en la humildad y la esperanza que trae una nueva celebración en torno al nacimiento de un niño, del Niño Jesús, que haciéndose frágil irrumpe cada año para cuestionar lo que más valoramos.
Dostoievski decía que “el hombre que guarda muchos recuerdos de su infancia, ése está salvado para siempre”, y nos interpela en nuestra capacidad de volver a sorprendernos, a sabernos pequeños, necesitados de ayuda y a esperar con una certeza confiada.
“Por eso los niños viven en la alegría, mientras nosotros braceamos por ella. A los niños basta un rayo de sol para alegrarles. Pero hace falta todo un sol entero -ha escrito Goldwitzer- para que el corazón helado de un adulto pueda deshelarse… Pero -¡aleluia, aleluia!- la infancia es inmortal; al niño que fuimos puede arrinconársele, amordazársele, cloroformizársele. Matarle, no. Y el niño que hemos sido está aún ahí, dentro de nosotros, encerrado entre nuestros títulos y tarjetas de crédito, amordazado por nuestra experiencia, pero vivo. No se resigna a morir, grita, patalea dentro de nosotros. Las esquirlas de amor que aún, a veces, nos salen del alma son esos gritos y esos pataleos”, afirma Martín Descalzo.
Con este espíritu queremos agradecer hoy a nuestros lectores, colaboradores, amigos y quienes apoyan semana a semana esta publicación deseándole de parte de todo el equipo de La Mañana una muy ¡feliz Navidad!
Manuelita Manini Ríos
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