La tristeza es un sentimiento que tal vez vaya más allá de lo puramente humano, aunque, dicho sea de paso, es una expresión típica de nuestra especie. Eso sí, la tristeza como expresión humana es bastante esperable e incluso positivo, ya que hemos de ser capaces de poder exteriorizar ese sentimiento y que no sólo se queden en emociones. Por talos, hemos de entender el completo abanico de reacciones fisiológicas que tienen lugar cuando experimentamos sentimientos: Ira, afectividad, alegría, indiferencia. Todo ello se produce porque tenemos un sistema fisiológico lleno de encimas y hormonas que se segregan al igual que los neurotransmisores cerebrales: Serotonina, endorfina, dopamina y un largo etcétera.
Descrito este panorama, si definimos la emoción como esa sucesión de cambios fisiológicos y bioquímicos que tienen lugar cuando el sujeto se expone a las contingencias ambientales y personales en su interacción con los demás, ¿en qué lugar de nuestro cerebro queda el sentimiento?, y la pregunta del millón, ¿qué es el sentimiento? No es ni más ni menos que la construcción o percepción de ese conjunto de cambios fisiológicos que estamos manifestando, convirtiéndose por tanto en una creencia que es lo que hará que nos sintamos bien o mal. ¿Es decir, estamos tristes porque lloramos o lloramos porque estamos tristes?.
No es baladí esa pregunta, sobre lo que es primero el sentimiento o la reacción fisiológica. Lo cierto es que hasta este punto podemos hablar de cierta normalidad, es decir, llorar porque estamos tristes como decíamos más arriba o reír porque estamos contentos, son expresiones distintas de un mismo continuo: Nuestro sistema emocional. Dicho en otras palabras, es normal tener un estado de ánimo deprimido por la partida de un ser amado, pero si esa tristeza se mantiene en el tiempo y comienza a modificar la vida habitual y cotidiana de la persona que la padece, cambiando sus rutinas y provocando modificaciones a apero en su apetito, sueño, relaciones sociales. En ese caso, ya no hablamos de un estado de ánimo deprimido, sino de un estado de ánimo depresivo.
Dicho esto, podemos de decir que a partir de ese momento se abre la puerta los trastornos del estado de ánimo en cuya clasificación nosológica tiene un papel estelar los diversos tipos de depresiones, entre otros trastornos del estado anímico. En este sentido podemos mencionar que existen multitud de abordajes terapéuticos para cada tipo del trastorno anímico del que nos hagamos eco. Eso sí, siempre partiendo de un buen diagnóstico que sirva como punto de partida del proceso en psicoterapia, el cual podrá contar o no con un abordaje farmacológico. No obstante, siempre se ha dicho que prevenir es mejor que curar, incluso es más rentable, ya que nuestra forma de existir se vuelve cada vez más enfermiza. Existencia cada vez dominada en sumo grado por el estrés y reflexión en franco retroceso. Esta combinación nos lleva a una situación de riesgo muy alta en donde abrimos la puerta de nuestra mente a la creencia y, en muchos casos, de naturaleza irracional. Pongamos un ejemplo. Imaginemos una persona que, por circunstancias de la producción de su empresa, la dirección de la misma decide prescindir de sus servicios y de unos cuantos trabajadores más. Nuestra persona, pongamos Luis como nombre imaginario en nuestro caso, se pasa sus días en casa sintiéndose decepcionado con la empresa, pero más consigo mismo. Preguntándose cómo es posible le hayan despedido. Nunca olvidemos que es ser humano busca un motivo, una razón, una causa que provocan las cosas que ocurren. Nuestro amigo Luis llega a la conclusión que su despido ha ocurrido debido a su baja productividad de la que cree que solo él es responsable y nada ni nada más. Por tanto, llega a la destructiva conclusión que es un mal profesional y peor trabajador. Pero el infierno de los pensamientos irracionales no ha hecho sino comenzar produciéndose un proceso de generalización: Como soy un mal profesional por tanto también soy un mal padre, un mal esposo, un mal amigo y un mal hijo.
Acaba de provocarse un trastorno del estado de ánimo que, poco a poco, irá creciendo como un auténtico cáncer que se irá nutriendo de energía, que antaño, Luis dedicaba a otras cosas, como por ejemplo a jugar al ajedrez, o a pasear con su esposa. Nade de eso tendrá la energía suficiente como para que nuestro amigo lo realice porque solo estará alimentando el núcleo de su cáncer emocional.
Por tanto, hemos de aprender no ha conseguir que nuestro cerebro y nuestra mente funcionen más, sino a que funcionen de manera diferente y a saber contrastar esas creencias irracionales con la realidad de los hechos. nunca falla.
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