La Cumbre Agro Global, que se desarrolló en Brasilia, fue el escenario para reunir a los productores agropecuarios de América del Sur en momentos en los que se enfrentan a los cárteles de alimentos, según dijo el periodista y escritor mexicano Lorenzo Carrasco en diálogo con La Mañana. En este contexto, destacó la necesidad de crear una alianza latinoamericana contra el hambre y en defensa de la producción alimentaria. A su vez, criticó la imposición de políticas medioambientales que, de acuerdo con su visión, buscan frenar el crecimiento de los países en vías de desarrollo.
La semana pasada usted participó como invitado de la Cumbre Agro Global en Brasilia que reunió a líderes del sector agroindustrial de toda América Latina. ¿Cuál fue la importancia de este evento dado el contexto actual?
Fue un encuentro importante que organizó el Instituto Pensar Agropecuária, cuyo presidente es el exdiputado Nilson Leitão. Y eso fue básicamente organizado por el Frente Parlamentar da Agropecuária, que reúne a casi 300 diputados. Políticamente, lo que se está buscando es que se organicen los productores y los parlamentarios que están ligados al agro en frentes de cada país, ya sea en Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile. Lo que se quiere es organizar un frente de productores de América del Sur, pero aquí hay varios intereses, porque especialmente en Brasil empieza a haber un choque entre el sector productivo y los cárteles de alimentos. La semana pasada, la Asamblea Legislativa de Mato Grosso discutió una ley para que las limitaciones que los cárteles están queriendo colocar al estado de Mato Grosso no sigan, porque en realidad los cárteles están alineados con la Comisión Europea, con las leyes que quieren imponer límites a la deforestación, como condición incluso de un acuerdo mayor con el Mercosur y toda esa discusión. Entonces, hay un conflicto entre productores y exportadores. Las leyes están siendo aprobadas en la Asamblea Legislativa de Mato Grosso, Rondônia, y va a extenderse a otros estados, que van a estar estableciendo legislaciones contra los cárteles de alimentos, que son, básicamente, Cargill, Bunge, ADM, Amaggi, Cofco.
Este encuentro reúne no solamente a productores, también a sectores de comercializadores, pero está abriéndose un conflicto entre los dos sectores. En Brasil hay una ley que se llama Código Florestal, que fue aprobada hace unos siete u ocho años, que permite la deforestación, por ejemplo, en el Amazonas, de solo el 20% del área. Es decir, ningún productor o propietario puede deforestar más del 20% de su área en el Amazonas. En otros biomas, por ejemplo, el Cerrado, que es básicamente Mato Grosso, que es el mayor productor del mundo de soja, que produce 40 millones de toneladas por año, se permite hasta el 50%. Los cárteles establecieron lo que llaman una moratoria de la soja, más que nada vinculada a las presiones del Pacto Verde europeo. Pero eso es ilegal, porque hay una ley que te permite en la región un porcentaje legal de deforestación, en la cual tú puedes sembrar soja o hacer crecer praderas para ganadería, etcétera. Ese es el choque entre la ley brasileña y las imposiciones externas. Eso es lo que está en conflicto.
¿Cuáles fueron las principales conclusiones al finalizar el encuentro?
Se firmó una declaración que indica que vamos a integrar la actividad más importante de América del Sur, que es la producción de alimentos. Eso es fundamental. Es tanto de interés de los productores como de los que quieren comerciar. Y esto es muy relevante para la soberanía de la región, que haya un proceso de integración concreto en una línea de producción, que es la más importante, la de alimentos. Eso realmente acerca a un ideal de integración latinoamericana, pero obviamente que los intereses comerciales quieren usar esa fuerza para imponer una política de libre comercio, que no es necesariamente benéfica para los propios productores.
¿Cuál es la motivación para querer imponer esa política en detrimento de los productores agropecuarios?
Estos intereses están vinculados a los viejos cárteles de alimentos, porque ellos quieren usar eso para presionar la apertura de los mercados europeos, y eso aparentemente sería un beneficio de los productores de América Latina, pero eso es una ficción, porque una apertura de los mercados europeos destruiría la agricultura europea, o sea, Europa no puede competir con América del Sur por un problema de escala. ¿Cómo vas a competir cuando tú tienes haciendas que son del tamaño de un municipio en Europa, en Mato Grosso o en Rondônia, o en regiones enormes de Argentina, de Paraguay, de Bolivia? No es del interés de los productores fragilizar o destruir a sus pares en Europa. Y además eso no va a pasar porque los productores europeos ya reaccionaron al Pacto Verde. Eso se ve claro en la declaración, en la que se defiende la unidad y después el libre comercio. En Europa no van a aceptar eso. Recordemos que a principios de año ocurrieron las revueltas de los europeos, o el año pasado en Holanda, donde quisieron reducir un cuarto de las vacas holandesas, simplemente eliminarlas, y eso provocó una reacción violenta, incluso con implicaciones en el Parlamento, porque surgió un partido de la agricultura que está creciendo. Y las revueltas en enero en Alemania y en Francia obligaron a parar todo el Pacto Verde. En ese contexto no va a haber posibilidad de que los europeos acepten un acuerdo de libre comercio. Simplemente es una utopía. Y esa agenda se va a ir apagando en la medida en que se va destruyendo, y va desapareciendo el Partido Verde en las elecciones europeas.
¿Cuál es el papel del sector agrícola de América del Sur en la alimentación global y cómo podría impulsar la integración latinoamericana?
América del Sur está alimentando a 2000 millones de personas, es decir, el 25% de la población mundial. Y eso es un poder enorme y va a crecer, porque no hay frontera agrícola. Entonces, que se organice el Parlamento, los productores y la sociedad en relación con este sector, que es el que tiene en realidad poder económico, permite que haya planes de desarrollo soberano del continente. El “proyecto de integración” siempre es discurso, decimos que los latinoamericanos somos hermanos, somos muy afectivos y nos gusta hacer asados y cantar y hasta llorar y abrazarnos, pero no pasa nada. Es simplemente una unión sentimental. Pero ahora, y esto es lo que realmente me entusiasma, esto sí puede provocar una integración real, juntando al sector que da vida a América del Sur, el sector rural.
¿Hacia dónde cree que debería derivar esta unión de los productores?
Esto tiene que ir a una alianza mundial de productores de alimentos contra el hambre y en contra de los pactos verdes, el maltusianismo, que está por detrás de la política verde de la Comunidad Europea, del Foro Mundial de Davos, de las iniciativas de personas como Bill Gates, que está queriendo producir carne artificial para supuestamente eliminar la emisión de gases, esa política de eliminar la producción de alimentos. Es momento de buscar esa alianza, entonces, no vamos a organizarnos para fragilizar al agricultor europeo.
Por lo que dice, deja entrever que el ambientalismo tiene como objetivo controlar la producción de alimentos. ¿Es así?
Sí, porque el movimiento ambientalista tiene como origen el maltusianismo. Thomas Malthus fue un reverendo que hizo de su teoría una religión, que decía que la población crecería a un ritmo más lento que la producción de alimentos. Esa era la tesis, por lo tanto, había que controlar la población, porque no habría alimentos para esa población. Eso se fue modernizando, se creó un relatorio que es conocido como el Relatorio Kissinger, que era un plano reservado, secreto, que se llamó NSS 200. Y ahí ya no era el problema de los alimentos, sino de los minerales estratégicos, de los recursos naturales estratégicos. Lo que decía el estudio era que había que controlar el crecimiento poblacional, especialmente de 13 países que amenazaban el abastecimiento de los recursos estratégicos para los Estados Unidos y sus aliados, es decir, Estados Unidos y el Reino Unido, básicamente, el núcleo de poder hegemónico. Revolucionó la política hacia eso. ¿Cómo la agricultura desmintió la tesis de Malthus? Porque la producción de alimentos fue muchísimo más rápida que el crecimiento de la población mundial. Hoy tienes niveles de productividad por los que con la misma tierra estás produciendo muchos más alimentos. Entonces, para la tesis de controlar la población, hay que eliminar los alimentos, es decir, es un maltusianismo al revés. Para que tenga razón la tesis maltusiana, vamos a reducir los alimentos, para que la población disminuya, porque el enemigo es el crecimiento de la población, porque reclama recursos naturales y, para ellos, eso es una amenaza. Me refiero a los grupos oligarcas que tienen el control de la economía mundial. Y eso está ligado al ambientalismo. Incluso la gente que creó el ambientalismo venía de las sociedades de eugenesia, del mejoramiento racial, que prosperaron en el núcleo angloamericano. Por eso ellos veían en Hitler toda la idea de la raza superior, pues eran muy simpatizantes de esa idea, en Estados Unidos y en Inglaterra. Después de Hitler, las tesis eugenésicas sufrieron desprestigios y eso mudó hacia el ambientalismo. Todo eso lo documentamos en un libro que se llama Mafia verde: ambientalismo, nuevo colonialismo. Estas reuniones en las cuales se está defendiendo la producción de alimentos van en contra de esas tendencias maltusianas.
Usted pondera la importancia de que los Estados mantengan la soberanía en el desarrollo de sus capacidades productivas. ¿Cómo plantea que se pueda equilibrar eso con las exigencias internacionales en materia de sostenibilidad ambiental?
El sector agrícola es el mejor administrador de los recursos medioambientales porque depende de las fuentes de agua, es decir, que no vaya a haber contaminación de ríos porque la agricultura depende de eso. Las grandes estancias, las grandes regiones de producción, tienen la mejor protección del medioambiente. En Brasil, la mayor cantidad de áreas de reserva protegida está dentro de las propiedades. Significa que el propietario agrícola es el mejor protector del medioambiente, de la sustentabilidad. Ahora, el problema es cuando entran esos términos para poner legislaciones que son lesivas a la utilización soberana de los territorios, porque de eso se trata, creando reservas ambientales, creando reservas indígenas, es decir, tú le quitas al Estado las prerrogativas de soberanía. Mucha gente ve que el enemigo es el Estado, y no es así. El anarcocapitalismo viene en reacción a toda esa política y termina ayudando a desmontar las estructuras del Estado soberano. Así, voy a vender todas las empresas, voy a sacar el Estado del sistema de salud, de la educación, y voy a dejar que las fuerzas de la anarquía del mercado establezcan la pauta. Pues esa es la pauta del sistema mundial. Entonces, el ambientalismo se ha utilizado exactamente como una forma de un nuevo colonialismo. Eso es lo que denunciamos, no solo en un libro, hemos escrito tres o cuatro libros explicando diferentes aspectos de eso. Yo participé en cinco comisiones de investigación en el Congreso de Brasil, desde el año 1991, cuando alerté por primera vez lo que venía a hacer ese ejército irregular de las ONG que están infiltradas y suplantando funciones del Estado. Toda esa política se está viniendo abajo porque no funciona. Ni las energías llamadas alternativas ni las políticas han provocado un bienestar en la población.
¿No sería necesaria una alternativa para proteger al medioambiente, entonces, sino que la protección se da por la propia actividad agropecuaria?
Sí. Yo creo que el Estado tiene que vigilar la destrucción ilegal, indiscutiblemente. Nadie está diciendo que vamos a despoblar. Obviamente que tiene que haber un cuidado del medioambiente, pero tienes que cuidar primariamente la población, darle condiciones de dignidad, como tener un medioambiente humanamente cualificado, no usar el medioambiente contra el desarrollo humano y contra el desarrollo económico. Debes tener protección, pero de acuerdo con las necesidades del propio hábitat. No pueden ser simplemente exigencias para esterilizar áreas de producción.
Acá entra en juego la cuestión de los créditos de carbono, sobre lo cual usted ha sido muy crítico. ¿Cómo está afectando a la producción agropecuaria en América Latina?
Ellos no quieren pagar por lo que los países han preservado, como en Argentina o en Brasil. Ahí tienes la Patagonia básicamente preservada, tienes 60% del territorio de Brasil que es vegetación nativa, es decir, no hubo modificación del territorio. Entonces, entran los créditos de carbono y dicen: “Paguen por lo que hemos preservado”. Más del 80% del Amazonas está preservado. “Paguen por eso”. No, eso no es el crédito de carbono. El crédito de carbono es: “Retiren áreas de la producción agropecuaria, que nosotros vamos a pagarles”. Por tanto, el agricultor va a recibir dinero para dejar de producir. ¿Por qué? Porque le van a pagar para no producir. Como lo que han hecho en Europa de subsidiar gente para no producir. Es lo que están queriendo hacer. Tengo una vaca, me van a dar un subsidio, pero dejo de producir leche, queso, carne. Y yo como propietario simplemente me voy, dejo la propiedad y vivo de los créditos de carbono. Eso es un absurdo en relación con la seguridad alimentaria del mundo. Eso es lo que quieren hacer en Europa, reducir el número de cabezas de ganado. Eso es lo que pasó en Holanda. Ese es el absurdo que está pasando con todas estas cuestiones de reducción de carbono. Y la idea es la siguiente: yo voy a seguir emitiendo en Europa, compro el derecho de contaminar y lo vendo para que Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, dejen de producir. Es decir, yo continúo contaminando en Europa y en Estados Unidos, pero prohíbo que se desarrollen los países subdesarrollados. Si tú me vendes, el derecho es no desarrollarte. Yo te pago para que no te desarrolles, para que no contamines. Yo tengo el título de contaminación, para que los países pobres dejen de producir. Es decir, que no tengan la pretensión de ser como nosotros. Esa es la lógica. Es el nuevo colonialismo. Ese es el truco de los créditos de carbono, que no están funcionando. Igual que las energías alternativas de eólica, solar, con un costo que está encareciendo la cuenta de luz y está creando reacciones. Europa ya se dio cuenta, fracasó, y en Brasil son energías que tienen que ser subsidiadas. Toda la política verde está entrando en crisis.
En este contexto que describe, ¿cómo podría América del Sur impulsar el desarrollo industrial y garantizar la soberanía económica a través de la producción de alimentos?
El 25% de la población depende de América del Sur. Y va a ir creciendo hasta que casi la mitad de la producción de alimentos va a venir de América del Sur. Entonces, eso nos da un poder de intervenir en los asuntos mundiales y nos da los recursos para el desarrollo, siempre y cuando usemos esos excedentes no para el enriquecimiento de cárteles de granos o el enriquecimiento personal, sino como base de un proceso de desarrollo industrial, que es lo que le va a dar a la población de América del Sur la renta para consumir los alimentos que producimos. ¿Cómo se explica que haya hambre en el continente? Porque no hay desarrollo industrial, entonces, tú tienes miserables que no tienen renta para consumir los alimentos que tú produces. La agricultura tiene el deber de darle renta a la propia población, eso es un ejercicio de soberanía real. ¿Y eso cómo lo puedes hacer si la tecnología agrícola está eliminando mano de obra? La agricultura está supermecanizada, por tanto, tienes que industrializar. Ese es el equilibrio benigno que se tiene que pensar. Estos son los elementos que van a venir en una política de integración del sector de producción de alimentos y de energía. Tenemos ese horizonte. Yo soy muy optimista, a pesar de todo este asunto de la discusión del libre comercio, de un sector de los cárteles queriendo manipular esto en su favor, pero yo veo que no va a prosperar. Es nuestro momento de la defensa de la soberanía.
Redacción
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