Estos animales, a menudo, son comparados por su relación con los seres humanos y por el cariño o lealtad que demuestran. No obstante, los expertos analizan otros factores para responder a la incógnita sobre su capacidad cognitiva. Un repaso por tres hallazgos
Desde hace mucho tiempo, ha habido un debate sobre la inteligencia de los gatos y los perros, en el que los dueños o fanáticos de estos animales defienden sus favoritos con diversos argumentos, muchas veces sugestionados por el cariño.
Los defensores de los gatos destacan su personalidad: independiente, selectiva y con una notable conexión con los humanos. Un ejemplo claro es su maullido, que se puede interpretar como un intento de imitar la voz de las personas con las que viven. Por otro lado, los perros son leales, dependientes y dispuestos prácticamente a arriesgar su vida por nosotros.
Pero, ¿son los gatos más inteligentes que los perros? O, ¿viceversa? Aquí, un repaso por la evidencia científica al respecto.
Los perros y los gatos ante las acciones humanas
Anteriormente, un estudio publicado en Scientific Reports, perteneciente a Nature, reveló que los cachorros de perro, a diferencia de los gatitos y los cachorros de lobo, tendieron a imitar espontáneamente las acciones humanas, incluso cuando no recibieron recompensas como comida o juguetes. Los investigadores del Departamento de Etología de la Universidad Eötvös Loránd (ELTE) de Budapest analizaron si estas tres especies jóvenes tenían diferentes tendencias a observar e imitar las acciones humanas, sin ningún entrenamiento previo ni promesas de recompensa.
En el experimento, los científicos evaluaron a 42 cachorros caninos, 39 gatitos y 8 cachorros de lobo, todos ellos socializados y viviendo en familias humanas. El primer paso del estudio consistió en observar cómo reaccionaban estos animales ante un objeto nuevo colocado en una habitación. Las acciones registradas incluían el contacto con la nariz o la pata. Posteriormente, se realizó una acción diferente sobre el mismo objeto mientras el dueño sujetaba al animal. Por ejemplo, si el sujeto había tocado previamente el objeto con la nariz, el experimentador lo tocaba con la mano. Los investigadores entonces observaron si el animal repetía la acción demostrada.
“Dado que prestar atención a la demostración es un requisito fundamental para el aprendizaje social, primero evaluamos si los cachorros, gatitos y cachorros de lobo nos observaban cuando realizamos la demostración”, explicó Claudia Fugazza, investigadora principal del grupo. Fugazza añadió que los cachorros, en su mayoría, prestaron atención casi de inmediato, mientras que “llevó cuatro o cinco veces más tiempo conseguir la atención de los cachorros de lobo y los gatitos”.
En términos de replicación de acciones, los cachorros y los cachorros de lobo imitaron las acciones demostradas en aproximadamente el 70% de los ensayos, una frecuencia doble a la de los gatitos. Sin embargo, solo los cachorros caninos mostraron una tendencia a imitar las acciones con una parte del cuerpo homóloga al experimentador humano, por ejemplo, usando la pata cuando el experimentador usaba la mano, incluso si esa acción difería de la que realizaron inicialmente sin observar la demostración.
“Por lo general, la mayoría de los sujetos tocaron el objeto con la nariz sin haber observado ninguna demostración. Sin embargo, después de ver que la investigadora tocaba el objeto con la mano, los cachorros tendieron a tocarlo con la pata”, detalló Stefania Uccheddu, coautora del estudio. Por otro lado, los gatitos y los cachorros de lobo no mostraron la misma capacidad de imitación.
Estos hallazgos respaldaron la hipótesis de que la sociabilidad innata y la historia de domesticación juegan un papel clave en el comportamiento de los cachorros de perro. “Mientras que el ancestro de los perros y los lobos era un animal social que vivía en grupo y cooperaba intensamente dentro del grupo para sobrevivir, el ancestro de los gatos era un cazador solitario”, explicó Andrea Temesi, coautor del estudio.
Márta Gácsi, otra de las coautoras, agregó que tanto los perros como los gatos son especies domesticadas que conviven en familias humanas, pero con procesos de domesticación diferentes. “El perro fue domesticado mucho antes que el gato, entre 20.000 y 40.000 años, mientras que la domesticación del gato ocurrió hace unos 10.000 años. Además, los perros fueron seleccionados por su capacidad para cooperar con los humanos, mientras que los gatos cazaban en el entorno humano sin necesidad de cooperar o comunicarse con las personas”, añadió.
Dado este contexto, los científicos consideraron que no resulta sorprendente que solo los cachorros de perro hayan desarrollado una tendencia a prestar atención a las personas e imitar sus acciones, incluso cuando no había una razón específica, como la obtención de comida.
Cómo actúan ante la presencia de desconocidos
En tanto, en 2021, un estudio realizado por investigadores en Japón ha aportado otra complejidad a este debate. En el experimento, un gato observaba cómo su dueño intentaba abrir una caja con un objeto en su interior. Dos desconocidos se sentaban a los lados del dueño. En algunos casos, uno de los desconocidos ayudaba al dueño cuando este lo solicitaba, mientras que en otros, se negaba a hacerlo. El otro extraño permanecía inactivo. Tras esta interacción, ambos ofrecían una golosina al gato, y los científicos registraban cuál de los dos el animal prefería.
El objetivo de este diseño era identificar si los gatos mostraban alguna preferencia por el extraño que ayudaba, lo que reflejaría un sesgo positivo, o si evitaban al que no cooperaba, lo que sugeriría un sesgo negativo. Este tipo de comportamiento ya había sido estudiado en los perros, según los expertos, mostrando que los caninos prefieren evitar a quienes no ayudan a sus dueños. De esta manera, el experimento permitió una comparación directa entre ambas especies.
Los resultados revelaron una marcada diferencia entre perros y gatos. Mientras que los perros mostraron un claro sesgo negativo, evitando recibir comida de los extraños que no ayudaban a sus dueños, los gatos no parecieron mostrar ninguna preferencia entre quienes cooperaban y quienes no lo hacían. En lo que respecta a los gatos, los investigadores concluyeron que “la comida es simplemente comida”, independientemente de quién la ofrezca.
Este estudio, lejos de confirmar las ideas preconcebidas sobre el comportamiento de los gatos, sugiere que la relación de estos animales con los humanos puede ser más compleja de lo que las comparaciones directas con los perros suelen indicar. Aunque los gatos no reaccionen de la misma manera que los perros ante la ayuda o la indiferencia, esto no significa necesariamente que no establezcan vínculos con sus dueños o que no les importe su bienestar.
Las neuronas en los gatos y en los perros
En 2017, un trabajo realizado por un equipo internacional de investigadores reveló que los perros poseían aproximadamente el doble de neuronas en la corteza cerebral que los gatos, lo que sugirió una mayor capacidad cognitiva en los primeros. El descubrimiento fue divulgado en la revista Frontiers in Neuroanatomy. Científicos de seis universidades de Estados Unidos, Brasil, Dinamarca y Sudáfrica participaron en esta investigación, que se centró en la comparación de la cantidad de neuronas en diversas especies.
La neurocientífica Suzana Herculano-Houzel, profesora de la Universidad de Vanderbilt, fue una de las autoras principales de la investigación. Herculano-Houzel había dedicado más de diez años a estudiar la función cognitiva en humanos y animales, utilizando un enfoque especializado para contar neuronas en los cerebros. Según Herculano-Houzel, las neuronas son células nerviosas que transmiten mensajes dentro del cerebro, y su cantidad está relacionada directamente con la capacidad cognitiva de un ser vivo. “Las neuronas son las unidades básicas de procesamiento de la información”, afirmó Herculano-Houzel según consignó National Geographic, y añadió: “Cuantas más unidades haya en el cerebro, más capaz cognitivamente será el animal”.
El proceso que utilizó el equipo de investigación para contar las neuronas implicaba una técnica particular. De acuerdo a lo explicado por Herculano-Houzel, el procedimiento comenzaba con una etapa inicial que describió de manera gráfica: “Se toma el cerebro y se convierte en una sopa”.
Esta técnica, según la experta, permitía obtener una suspensión de núcleos de células neuronales que facilitaba la estimación del número de neuronas presentes en el cerebro. Este método resultó ser clave para el análisis comparativo entre las especies.
El estudio se centró en la corteza cerebral, una región del cerebro responsable de funciones complejas como la toma de decisiones y la resolución de problemas. Herculano-Houzel destacó la importancia de esta región, afirmando que “la corteza es la parte del cerebro que da complejidad y flexibilidad”. Para llevar a cabo el análisis, el equipo examinó los cerebros de tres animales: un gato, un golden retriever y un perro mestizo de raza pequeña. Se eligieron dos perros debido a la gran variabilidad de tamaño entre las razas caninas, lo que permitió una muestra más representativa de esta especie.
Los resultados de la investigación indicaron que, a pesar de las diferencias de tamaño entre los perros estudiados, ambos tenían alrededor de 500 millones de neuronas en sus cerebros. En cambio, el gato mostró una cantidad menor, con aproximadamente 250 millones de neuronas. Esta diferencia sugirió que los perros, en promedio, poseían una capacidad cognitiva mayor que los gatos.
Basándose en el número de neuronas encontradas, los investigadores realizaron comparaciones con otras especies animales. Según los datos obtenidos, se estimó que los perros compartían un nivel de inteligencia similar al de los mapaches y los leones. En cambio, los gatos domésticos presentaron una inteligencia comparable a la de los osos. Estas comparaciones ayudaron a contextualizar el lugar que ocupaban estas especies en términos de capacidad cognitiva.
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