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Jue. Nov 21st, 2024
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Agachada, Deirdre Robinson mueve con cautela las manos alrededor de los matojos de hierba, buscando un aumento de densidad. Si tiene suerte, la hierba cederá y revelará un dosel tejido de gramíneas, bajo el cual habrá una nidada de preciosos huevos.

“Es como un momento eureka”, dice Robinson, codirectora de la Iniciativa de Investigación del Gorrión de las Marismas (SSRI, por sus siglas en inglés), al recordar el subidón de adrenalina que supuso descubrir un nido de chingolo colifino (Ammospiza caudacuta) en Jacobs Point Salt Marsh, en la bahía de Narragansett, Rhode Island.

El chingolo colifino, un tipo de gorrión, de rostro naranja y plumaje gris y marrón veteado, tiene la enorme carga de sobrevivir y reproducirse en la cambiante interfaz de la marisma. Sólo se encuentra a lo largo de la costa atlántica de Estados Unidos y se reproduce exclusivamente en las marismas saladas que se extienden desde el norte de Virginia hasta Maine, construyendo sus nidos en las hierbas por encima de la línea de marea. Dependiendo de los caprichos de las mareas, los nidos pueden inundarse, con lo que los huevos se arremolinan en el torrente de agua y se pierden en los humedales.

En su hábitat, las aguas crecen por encima de los nidos de los gorriones aproximadamente una vez cada 28 días. Estos 28 días dan a las hembras el tiempo justo para construir sus nidos, poner de tres a cinco huevos, incubarlos y alimentar y proteger a los polluelos hasta que abandonan el nido a los nueve o diez días, justo antes de que se inunde. La sincronización es tan ajustada que los polluelos a menudo trepan a un lugar seguro en la vegetación por encima del nido para evitar ahogarse en el momento de máxima altura de la marea.

El chingolo colifino se enfrenta ahora con más frecuencia a estas mareas mortalmente altas, lo que le coloca en una situación ecológica precaria. Los humedales de la costa atlántica estadounidense están siendo devorados por el aumento del nivel del mar, perdiendo tres milímetros de tierra al año en el último siglo. Por ello, los chingolo colifino podrían entrar pronto en la lista de especies en peligro de extinción.

Pero incluso con esa protección federal, los científicos sólo intentan aplazar su extinción. Los estudios predicen que la especie está condenada a desaparecer de su rebosante y salobre mundo en algún momento de entre 2035 y 2050.

“Si el ave no puede completar su ciclo de nidificación dentro de las ventanas de oportunidad entre las mareas máximas mensuales, se desencadena la extinción. Cuanto más suben las mareas, menos posibilidades tienen estas aves de anidar”, explica Jim O’Neill, codirector, junto con Robinson, del SSRI, con sede en Rhode Island.

La marisma salada desaparecida

Sin sombra bajo el sol abrasador, los científicos se visten con vadeadores hasta el pecho para caminar por los suaves contornos herbáceos de una marisma, atentos a los peligrosos agujeros del suelo. Si pisan en el lugar equivocado, corren el riesgo de hundirse hasta la cintura en la turba profunda. Las marismas contienen capas de materia vegetal en descomposición y poseen un característico olor a huevo podrido. Y esta mezcla de elementos es esencial.

Las marismas protegen la costa de inundaciones y tormentas, reducen la erosión del litoral al embotar la energía de las olas y combaten el cambio climático almacenando carbono. También son refugio y fuente de alimento para especies de importancia comercial como el camarón y el cangrejo azul.

En las últimas dos décadas se han perdido 1300 kilómetros cuadrados de marismas saladas en todo el mundo. En muchos casos, los pastos de las marismas se cosecharon para obtener heno, o se rellenaron las tierras para pastos y otros usos.

En la década de 1930, los mosquitos suponían un riesgo para la salud de las personas que vivían cerca de estos humedales. El Gobierno puso en marcha programas para deshacerse del agua estancada (en la que se reproducían los mosquitos) cavando zanjas a mano en las marismas saladas. Casi el 90% de las marismas saladas de la costa atlántica se dragaron e inundaron con tanta agua que empezaron a degradarse, destruyendo el hábitat del gorrión de las marismas saladas.

En la última década, los científicos han intentado deshacer este entuerto excavando canales de drenaje y reconstruyendo las marismas rellenándolas de sedimentos. Nancy Pau, bióloga de vida salvaje del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Río Parker, resplandece al describir cómo la marisma recuperada ha beneficiado a sus habitantes alados.

“Los chingolo colifino necesitan encontrar el lugar perfecto para anidar. Como Ricitos de Oro. Si el nido está demasiado bajo, se inunda. Si el nido está demasiado alto, es visible para los depredadores”, se ríe Pau entre dientes.

Para estudiar si estos esfuerzos de restauración funcionan, el ecologista Chris Elphick, de la Universidad de Connecticut, y su equipo colocan transmisores a las aves para saber cómo utilizan estos montículos de sedimentos. También buscan nidos para ver si las aves utilizan las zonas restauradas y si tienen éxito.

Es demasiado pronto para saber si las aves se están beneficiando, y los modelos a largo plazo de Elphick siguen sugiriendo un futuro funesto en el que las poblaciones disminuyan fatalmente.

Un nuevo capítulo en la evolución del gorrión

Un ave debe ser tenaz e implacable para prosperar en una marisma. Por eso, según Adrienne Kovach, catedrática de la Universidad de New Hampshire e investigadora del SHARP, los chingolo colifino tienen un conjunto de adaptaciones conocido como síndrome de marisma.

“Sus riñones tienen adaptaciones como la osmorregulación para hacer frente al agua salada que consumen. Su plumaje también es más melánico. La hipótesis más extendida es que el pigmento más oscuro proporciona a las plumas cierta protección contra la degradación en la marisma. También tienen el pico más grande que sus parientes de las tierras altas para la termorregulación en ambientes cálidos y húmedos”, explica.

El gorrión de Nelson, una especie vecina, que anida ligeramente río arriba, está menos adaptado a vivir en la marisma salobre que el chingolo colifino. A pesar de esta diferencia, los dos pájaros están enamorados el uno del otro, superando las especies para aparearse e hibridarse de forma natural.

Al tomar prestados fragmentos de ADN del gorrión de Nelson, su homólogo de la marisma salobre podría ser capaz de vivir más al norte. “Puede ser una chispa evolutiva que les permita adaptarse”, afirma Logan Maxwell, investigador de la Universidad de New Hampshire.

Si el chingolo colifino se extinguiera, estos nuevos híbridos serían la única reserva genética que les quedaría. En un paralelismo paleontológico, es similar al modo en que los Homo Sapiens se cruzaron con los neandertales, ahora extintos, y al hecho de que partes del genoma neandertal se conserven en el ser humano actual.

Sin embargo, la hibridación con el gorrión de Nelson tiene consecuencias en su éxito reproductivo: en las marismas de tierras bajas, los chingolos colifinos anidan con más éxito que los de Nelson, y sus híbridos se sitúan en un punto intermedio.

El SSRI ha desarrollado y está experimentando con una pequeña estructura llamada “Arca Nido”, una taza de bordes anchos encaramada a los suelos turbosos de la marisma que sube y baja con las mareas, manteniendo el nido por encima del nivel del agua en todo momento.

Otra solución podría ser fomentar el crecimiento de plantas leñosas más altas, como el arbusto de marea alta, que proporcionaría hábitats de nidificación más resistentes al aumento de las mareas. Aunque actualmente los gorriones no seleccionan estas hierbas altas, la esperanza es que algún día lo hagan.

“Si los pájaros construyen en él o cerca de él, sus nidos quedan elevados, lo que les da ventaja para evitar las inundaciones”, dice Steven Reinert, codirector del SSRI.

De vuelta a Rhode Island, falta poco para el amanecer y Deirdre Robinson ya ha salido a inspeccionar, con los pantalones metidos dentro de los calcetines para mantener alejadas a las garrapatas. Mientras la marisma se despierta, ella se queda quieta, sus ojos recorren la hierba. La pálida luz ilumina las gotas de rocío en las telarañas, los cangrejos violinistas se escabullen haciendo madrigueras y, sobre ella, una pareja de águilas pescadoras se abalanza en picado.

Espera ver a una madre gorrión saliendo de debajo de su intrincado dosel de hierba, moviéndose con sigilo práctico como generaciones de madres antes que ella, en busca de sustento para sus crías en un entorno repleto de comida.

El chingolo colifino se conoce coloquialmente como un “canario en la mina de carbón”, o una especie indicadora que refleja la salud general de la marisma.

Robinson hace una pausa, con aire solemne. “El gorrión nos dice que la marisma tiene un problema. Nos dice que no le hemos hecho caso. Las advertencias siempre han estado ahí”.

National Geographic
Fuente de esta noticia: https://www.nationalgeographic.es/animales/2024/09/chingolo-colifino-gorrion-subida-nivel-mar-costa-este-estados-unidos

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