Todo empezó en 1925. De la mano del vecino Amleto Zuntini, quien con un barril de chopp y una crocante fugazzetta convocó a un grupo de amigos a compartir un momento de sana alegría y camaradería.
El testimonio de aquella primera acción se refleja hoy en una modesta puerta de calle Zelarrayán 357. Modesta y maciza, con una particular herrería de aires medievales. Sobre ella, a la altura del dintel, se lee “Bochín club”, el nombre de una entidad centenaria, creada a partir de la amistad y de la buena comida.
El Bochín Club sigue existiendo, aunque ya no funciona, no tiene socios. El lugar sobrevive a partir de la fusión que tuvo con la Sociedad Francesa de Socorros Mutuos, que es la que ocupa las dependencias y se encarga de su cuidado y mantenimiento.
El inicio
El Bochín fue creado con el objetivo alentar la amistad a partir de compartir buenas comidas y disfrutar de una diversión amable. Una cancha de bochas, una cocina, un patio y una gran mesa. No era necesario mucho más.
Puesta en marcha esa suerte de peña, Zuntini decidió darle cierta formalidad. Las primeras cenas definieron un menú que sería tradicional y se mantendría a lo largo de los años: un barril de chopp y una apetitosa fugazza preparada por una panadería del barrio Noroeste.
Zuntini y sus amigos, la mayoría comerciantes e industriales locales, buscaban mostrar que no sólo vivía del trabajo. Por el contrario: impedir que todo estuviese absorbido por los negocios lo llevó a generar un espacio de encuentro y diversión, “para nada reñido con la seriedad que exigían los contratos de trabajo”.
El propio Zuntini encontró el primer espacio donde desarrollar las actividades. Fue cuando, paseando en automóvil, observó un terreno baldío en Vieytes 1300, que fuera parte de una desaparecida quinta. Averiguó quien era su propietario y lo alquiló. Haciendo honor al nombre de la entidad, hizo construir una cancha de bochas. Para recaudar los primeros fondos los perdedores de cada partido debían aportar un peso. Así se tuvo una caja chica.
Aquellas primeras reuniones contaron con la participación de Alberto Aceto, Humberto Testoni, Miguel Panzini, Ernesto Covini, Valentín Renzi, Bernardino Pieroni, Antonio Grillo, Primo Marchesi, Pascual Arcuri, Vicente Maghetti y Antonio Tridenti, entre otros.
Fue la base que creció hasta alcanzar los cuarenta socios. Allí se plantaron. Por eso el Bochín Club tenía el nombre alternativo de “Los cuarenta”. Recién cuando un socio se retiraba se incorporaba un reemplazante.
A los cinco años de creado la sede se trasladó a Alvarado y Sarmiento, ya consolidada la entidad con socios provenientes del comercio, la industria y la actividad profesional, “todos unidos por el culto a la amistad”, donde cada cual aportaba sus dotes particulares, algunos con su buena voz para el canto, otros como destacados cocineros, todos participando de la cena de los jueves y del almuerzo del domingo.
Para entonces se había tomado una fuerte decisión. Mientras la mayoría de los clubes tenía como fuente de recursos el juego, “la timba”, el Bochín rechazó esa práctica. “A este club no se viene a desplumar a los amigos, sino a entretenerse alegremente”. Esa consigna se mantuvo a lo largo de toda su existencia.
La casa
El 20 de septiembre de 1932, el Bochín inauguró su nuevo local en Zelarrayán 357, en un terreno cedido por Luis Godio, socio de la institución y propietario del Molino La Sirena. Esa fecha fue de alguna manera también fundacional. Ese año se lo presentó como Bochín Club Italo-Argentino.
Con el tiempo ese lugar fue adquirido por los cuarenta, que además aportaron el dinero necesario para sus instalaciones, modestas pero básicas: cocina, sala comedor, baños y cancha de bochas. La entidad se definía como apolítica y por eso no había problemas de ninguna clase. “En cada reunión reina el buen humor y la caballerosidad. Los concurrentes tienen además algo en común: se distinguen por su buen apetito”.
Con el tiempo el club sumó otras actividades, como la caza y la pesca, que daban motivo a alegres excursiones a la costa o a la campaña, tras lo cual se sucedían “pantagruélicas comidas” que, se dijo, “despertaban la envidia de los enfermos del estómago o del hígado”.
Un momento especial se vivía cuando era admitido un nuevo socio. La ceremonia tenía lugar luego del suculento almuerzo o cena y para la ocasión el presidente del club se colocaba una ropa especial, los socios se ponían cintas y fajas y se le imponía al iniciado sus deberes, obligaciones y su derecho a “divertirse y comer bien”.
Dos décadas
El Bochín era además el lugar elegido para agasajar a eventuales visitantes a la ciudad. En 1945, por caso, llegó a Bahía Blanca el escultor Luis Rovatti, para atender detalles de la construcción del monumento a Rivadavia a ubicar en la plaza homónima.
A cargo de la construcción del basamento estaba Manlio Fioravanti, socio de la entidad. Por eso Rovatti pudo disfrutar de un cordial almuerzo en estas instalaciones. Para la ocasión fueron invitados, además de los socios, varias personalidades locales, como Enrique González, Agustín de Arrieta, Haroldo Casanova, Isauro Robles G orriti, Humberto Régoli, Jorge Aguilar, Santiago Bergé Vila y Germán García. Una curiosidad: cinco de esos comensales fueron jefes comunales.
En 1955, al cumplir 30 años de existencia, el Bochín estaba en todo su esplendor. Lo habían presidido, después de Zuntini, Eduardo Palavecino, Aquiles Carabelli, Mario Civetta, Jorge Aguilar, Tomás Almada, Melquíades Marchesi y Salvador Espósito.
Ese año, entre “los cuarenta” figuraban Roberto Mario Arata, Eugenio Álvarez Santos, Andino Braccini, Pedro Balsamello, Francisco Croccitto, Manlio Fioravanti, José Ginóbili, José P. Iuale, Duilio Marchesi, Agustín Montalbán, Manuel Mayer Méndez, Umberto Régoli, José María Fasani, Enrique Peri, Mario Zuntini, Domingo Marra, Juan Faiazzo y Mauricio Costa Varsi.
Con el tiempo, o con los nuevos tiempos, con los cambios de usos y costumbres, el Bochín Club se fue apagando. Ya no sumaban 40 y las nuevas generaciones respondían a otras formas.
Hoy, sin socios ni actividades, el Bochin sigue existiendo. En su histórica sede desarrolla sus actividades, desde 2001, la Sociedad Francesa de Socorros Mutuos, que se encarga de mantener las instalaciones. Carlos Méndez fue el último presidente y hoy es Michel Broquet, titular de la Sociedad Francesa, quien se desempeña como garante de la continuidad de la institución.
El lugar
No es una experiencia menor atravesar la puerta de calle, recorrer un pasillo y descubrir las instalaciones del Bochín. Es, de alguna manera, “un viaje al pasado”, sin que eso signifique algo negativo.
La cancha de bochas se impone con su particular cubierta de chapas y mantiene accesorios como el marcador de tantos, el escudo del club en la tabla de fondo y el quieto rodillo.
Un voladizo de chapa recorre todo su perímetro, apoyado en dos columnas metálicas. “Son parte de la vieja iluminación de la avenida Alem”, nos comentan. Muchas veces se escucha esa aseveración cuando aparece este tipo de columnas, pero esta vez está muy cerca de ser acertado: el diseño de la base coincide exactamente con el de aquellas luminarias retiradas en los 60.
Hay una cocina, que habrá sabido de aromas y sabores, y una sala donde se extendía la mesa para los cuarenta. En las paredes se ven dos cuadros. Uno con la foto de Amleto Zuntini, fundador y primer presidente, otro con un certificado de buena conducta entregado por la policía a Carlos Gardel, el Morocho del Abasto.
Hay además un libro, que impacta y emociona. Sus tapas son de madera y en la portada tiene grabado el año 1944, en números romanos, dos bochas, un bochín y una pequeña copa.
En su interior, escrito en latín, el juramento de admisión a los socios. “Bochinus Club. In meritum at sus ricocitus cualitamen de homo dignus per ingresarum in nostrum templus de amístate honrat…” (El mérito honra la calidad de hombre digno de entrar en nuestro templo de la amistad…).
El Bochín club, un club distinto, alejado de la timba, cerca del buen comer y de la sana diversión. Un templo de la amistad que duerme su sueño detrás de una modesta puerta que en su modestia casi se pierde en la cuadra.
Fuente de esta noticia: https://www.lanueva.com/nota/2024-9-6-6-30-39-la-modesta-puerta-que-conduce-al-que-fuera-un-templo-de-la-amistad
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