Si Europa tuvo prodigios, El Caribe y Cuba concretamente también los tuvieron. Ernesto Lecuona debutó a los cinco años con notable éxito. A los 12 años ya estaba componiendo sus primeras obras.
Próximos a cumplirse los 129 años del natalicio de Ernesto Lecuona, gloria de la música de Cuba para el mundo, es bueno conocer los ánimos de quienes no entendían o no querían entender el prodigio de aquel hombre frente a su piano.
El conocimiento y la incisiva pluma del venezolano Henrique Bolívar Navas -excelente presentador de eventos, locutor como pocos e investigador cultural de seriedad absoluta, sin hacer concesiones a la prisa ni al mercado- fue indagando y escribiendo acerca de las inquietudes en torno a Lecuona, pues siempre fue su admirador.
Fue Bolívar Navas precisamente quien nos visibilizó el tema de las manos del nacido en La Habana el 6 de agosto de 1895 en la zona de Guanabacoa, territorio habanero de misterios y rezos. Precisamente en Guanabacoa nacieron también nada menos que Ignacio Villa, Bola de Nieve, y Rita Montaner, La Única. Por cierto, el tango congo “Mamá Inés” de Lecuona y Eliseo Grenet sería estrenado por Rita Montaner justo el día de su propio debut en el 1927 habanero.
Vamos a las manos de Lecuona investigadas por Bolívar Navas. “Algunos han escrito o hablado en diversas oportunidades de la operación a la que hubo de someterse Ernesto Lecuona para extender sus dedos y, en consecuencia, ampliar la cobertura sobre el teclado. Es decir, quisieron vender como matriz de opinión una operación deliberada por parte del pianista».
Bolívar Navas aclaró: “Ciertamente, Lecuona fue sometido a tres intervenciones quirúrgicas pero debido a circunstancias fortuitas. La primera intervención fue como consecuencia de haberse cortado el tendón flexor del pulgar de la mano derecha al partírsele una llave de losa en el baño. Otra intervención la hubo a raíz de un accidente automovilístico en 1941, cuando se fracturó el húmero del brazo derecho. Más tarde, en la década de los cincuenta estuvo envuelto en un nuevo percance de tránsito: venía de Pinar del Río, de regreso de una visita a su hermana y ductora, Ernestina, cuando el auto que lo conducía fue embestido por otro. Fernando, uno de sus once hermanos, falleció a causa de las graves heridas. El músico recibió fuertes contusiones en las piernas”.
Ernesto
Hijo del periodista Ernesto Lecuona Ramos, quien era de origen canario (con antecedentes vascos) y de Elisa Casado, natural de Matanzas, el matrimonio tuvo 12 hijos de los cuales Ernesto fue el menor. Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado fue atendido desde temprano por su padre, y comenzó a estudiar piano bajo la tutela de su hermana Ernestina, 13 años mayor que él y con hoja de gloria propia.
Si Europa tuvo prodigios, El Caribe y Cuba concretamente también los tuvieron. Ernesto Lecuona debutó a los cinco años con notable éxito en una audición en el Círculo Hispano de Cuba. A los 12 años ya estaba componiendo sus primeras obras y a los 17, en 1912, creó esa joya musical planetaria llamada “La Comparsa”, inaugurando el afrocubanismo en la música cubana.
Ernesto era genial no solo en el concepto de su creación sino en el de la ejecución, la cual fue afinando cuando la situación económica del hogar, tras la muerte de su padre en 1902, lo empujó a trabajar como pianista en las salas de cine, cuando este era todavía silente.
¿Cómo lograr ese prodigio técnico sin unas manos prodigiosas como las del autor de “La Comparsa”? Las condiciones innatas de Lecuona eran especiales. Hay que agregar a esto su formación académica impartida, al comienzo por Joaquín Nim y después por Hubert de Blanck.
Volviendo a las manos
Henrique Bolívar Navas acotaba: “Hay manos con una predisposición física especial para algunas labores como la relojería y la cirugía. Las manos obedecen las órdenes del cerebro, donde residen las facultades de la inteligencia y de la habilidad. Orlando Martínez, discípulo y amigo de Lecuona, decía que las manos del Maestro eran fuertes y ligeras a la vez, capaces de matices delicados y sonoridades tempestuosas. Eran grandes, pero sin exageración. Dedos firmes, pero suaves y elásticos. Muñecas de tenista. Por ello el pianista daba las octavas que daba, aparte de su extensión natural. A los 27 años, en 1922, compuso “El cisne”, estudio de concierto para mano izquierda sola. Esta singular partitura, lamentablemente desapareció.
Lecuona legó más 850 partituras y exhibió su talento en las más prestigiosas salas del mundo y de su tierra natal. Compuso 406 canciones, 176 piezas para piano, 53 obras para teatro (zarzuelas, operetas, revistas y una ópera), 31 partituras orquestales, seis composiciones para piano y orquesta, tres obras para violín, un Trío, cinco ballets y 13 bandas sonoras para películas.
“Damisela encantadora”, “Siboney”, “La Comparsa”, “María la O”, “Noche Azul”, “Siempre en mi corazón”, “Malagueña”, “Para Vigo me voy”, “Andalucía” y “Mama Inés”, entre otras, pasaron a la inmortalidad y siguen tan vigentes que parece que el tiempo se hubiera detenido en ellas.
De Lecuona es mucho lo que hay que escribir, analizar, estudiar, compartir. Su afán por la lírica cubana, la zarzuela pero con matices criollos, la ópera misma, su propia orquesta Lecuona Cuban Boys, lo popular en fusión armónica y hasta privilegiada sobre lo académico europeo, el accionar de este músico de notable familia musical y su desempeño ante el mundo colocaron el nombre de Cuba por todo lo alto.
Se hacen muchas especulaciones sin visibilizar las envidias internas, entre compositores y músicos que trataron de vincular a Lecuona con Batista, y además trataron de mal ponerlo como pésimo funcionario del sindicato de músicos de su época, haciendo su vida imposible al punto de que, aún indagando acerca de las motivaciones revolucionarias de 1959, salió de La Habana rumbo a Florida, EE.UU. el Día de Reyes de 1960. Jamás pudo en lo que le quedó de vida asimilarse sin su tierra natal, que había dejado voluntariamente.
Estando en Estados Unidos de Norteamérica viajó a España y allí en un traslado de Málaga a Barcelona (en etapa de mucho frío) se agravó su ya precario estado de salud (efisema pulmonar). Los médicos recomendaron que viajara a las Islas Canarias, con temperatura más benéfica para él. Además eran islas como su añorada Cuba, y Tenerife era la tierra de su padre. Allí fallecería casi a la medianoche del 29 de noviembre de 1963. Como dato curioso, de las curiosidades de esta vida, Ernesto Lecuona falleció en Tenerife, donde su padre falleció 61 años antes, cuando también se encontraba de visita en la isla española.
Lecuona murió en el taxi que le trasladaba desde una casa tras cenar con su familia. El taxista, viendo que el pasajero se sintió indispuesto, decidió dirigirse al hotel Mencey, desde donde se pediría un médico con más facilidad, pero cuando llegó el compositor había fallecido. Su deseo era ser enterrado en Nueva York y fue don Antonio Lecuona, quien había sido presidente del Cabildo de Tenerife, quien se ocupó de todos los trámites y de que sus partituras inéditas, como era su deseo, fueran trasladadas a un lugar determinado de Suiza, tarea que cumplió una hija del propio don Antonio.
Ernesto Lecuona está enterrado, siguiendo sus deseos, en el Gate of Heaven, un cementerio situado a 25 millas al norte de Nueva York, y de ello se ocupó un ahijado del músico. Lecuona siempre padeció de asma, y ese mal se iba acentuando agravado por el cigarrillo que había ennegrecido totalmente sus pulmones, pero que jamás dejó.
Cuba, a contravía de todo comentario, lo mantiene consagrado como uno de sus más importantes músicos y le rinde honores permanentemente.
Javier Dueñas
Fuente de esta noticia: https://www.telesurtv.net/aquellas-manos-de-lecuona/
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