La Escuela Nº 38 “Presidente Raúl Ricardo Alfonsín” de la Base Esperanza es la primera institución educativa del continente blanco y la más austral del mundo. Sobre su vasta experiencia como maestro antártico, conversamos con Fabián E. Juárez.
De una pequeña población rural, Fortín Lavalle, al norte de la provincia del Chaco, a una aún más pequeña en la Antártida, Fabián Juárez llevó su vocación docente a los extremos de la geografía nacional.
Juárez se desempeña como maestro desde los 17 años, cuando -todavía estudiante- pudo tomar un cargo en su provincia por la ausencia de profesionales. Casado con Mary (también docente) desde muy joven y con un hijo de dos años, Kevin, en 1995 decidió probar suerte en Ushuaia que se encontraba en pleno boom industrial.
Viajó solo con el objetivo de asentarse y traer después a su familia, hecho que pudo concretar en septiembre de ese mismo año. Los primeros tiempos fueron arduos. Trabajó como ayudante de mecánico en una línea urbana de colectivos, donde después fue chofer, manejó un taxi y, de a poco y con mucho sacrificio, pudo ir incorporándose a la docencia, actividad a la que logró dedicarse por completo en el año 2000.
Objetivo Antártida: la nueva vida que construyó la familia Juárez
Ya entonces comenzó, con su esposa Mary, a evaluar la posibilidad de viajar a la base Esperanza, donde en 1997 había comenzado a funcionar la primera escuela antártica, estableciendo un hito en la historia polar.
“Cumplíamos los requisitos: éramos una pareja de docentes que vivíamos y ejercíamos nuestra profesión en el ámbito de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Pero a la hora de tomar la decisión, pensamos que nuestra hija Aixa con solo dos años era demasiado chica y decidimos esperar”, cuenta Fabián, diplomado en Derecho, Gestión y Logística Antártica Ambiental.
En 2003 concursaron y al año siguiente viajaron para su primer ciclo lectivo a cargo de la Escuela Nº 38. “Fue justo cuando la Argentina cumplía 100 años de presencia ininterrumpida en la Antártida y la apertura del año lectivo se hizo en nuestra escuela. Fue una hermosa bienvenida a una experiencia única”, recuerda este maestro que se jubiló en diciembre de 2022, después de 34 años de ejercer la profesión.
-En la primera invernada, ¿se adaptaron con facilidad a convivir con gente casi desconocida en una geografía tan extrema?
– En esa época no había mucha información sobre la Antártida, así que para nosotros era todo nuevo. A las familias las habíamos conocido, en el marco del programa antártico, en Ushuaia antes de viajar, pero debimos acostumbrarnos a vivir en una comunidad con características particulares, donde se respetan el rango y las jerarquías. Lo cierto es que a nosotros, que somos muy sociables y estamos acostumbrados a compartir con grupos de distintos estratos sociales y ámbitos laborales, no nos costó adaptarnos.
Desafíos y beneficios del sistema de plurigrado
-¿Cuántos alumnos en promedio suele haber por campaña?
– Aunque varía cada año, suelen ser alrededor de 10 en educación inicial y primaria, a los que se suman, en algunas actividades, los chicos de secundaria.
-¿Fue difícil habituarse a dar clases a alumnos de distintos niveles en una misma aula?
– En realidad, nosotros teníamos experiencia en este tipo de organización, porque habíamos trabajado en escuelas rurales de El Impenetrable que también eran plurigrado. Al ser grupos pequeños, la enseñanza es casi personalizada y se genera un aprendizaje colaborativo que es beneficioso para todos. Los que debieron adaptarse a trabajar de ese modo fueron los chicos y lo hicieron muy bien. Nosotros orientamos y ellos van construyendo su propia enseñanza.
-¿Cómo se organizaban?
– Teníamos dos grupos. Uno de primer a tercer grado, y el otro de cuarto a sexto. Yo daba Prácticas del Lenguaje y Sociales; y Mary, Ciencias Naturales y Matemática. Por la tarde, todos juntos (jardín, primaria y secundaria) teníamos las áreas específicas, como Educación Física, Música y Tecnología.
-¿Fueron buenos los resultados pedagógicos?
– La verdad es que a fin de año, todos los alumnos superaban los objetivos. Pienso que también sumaba el hecho de que nunca suspendíamos las actividades. En el año 2004, si no recuerdo mal, solo suspendimos las clases tres días, porque los temporales no nos permitían salir. En una de las campañas tuvimos más de 190 días de clase.
Por otra parte y más allá de los contenidos curriculares, como docentes intentamos que los chicos entendieran y valoraran el lugar en el que estaban. Y que supieran que estaban representando a miles de niños que nunca podrán conocer la Antártida y que eso conlleva la responsabilidad de transmitir su experiencia y estar siempre dispuestos a responder las preguntas que les hicieran.
El impacto de las innovaciones tecnológicas en la enseñanza antártica
-Después de la primera invernada en 2004, volvieron en 2010 y en 2013. ¿Cuáles fueron los cambios más importantes que percibiste?
– Cuando fuimos en 2004, no había televisión ni telefonía celular. Recuerdo que teníamos un teléfono fijo y podíamos hablar cerca de media hora, porque se cortaba. Para comunicarnos usábamos el Messenger de Hotmail. En agosto de ese año, se habilitó la antena de DirecTV con algunos canales de televisión. Cuando volvimos en 2010 ya había telefonía celular, y en 2013 estaba conectada la antena Arsat, que proporcionó una mejor conectividad a Internet.
-¿Estos cambios tecnológicos impactaron en el trabajo?
– Sí, porque la conexión con el afuera era mucho más amplia y nos permitía conectarnos con otras instituciones a través de videollamadas. Esto en algún momento pasó a ser problemático, porque responder a la demanda implicaba perder muchas horas de clases, pero lo solucionamos determinando días y horarios para las comunicaciones. Como novedad, puedo contar que en 2023, se instaló un equipamiento de última generación: computadoras, impresoras 3D, kit de robótica, pantallas táctiles, etc., que facilita mucho la enseñanza.
-¿Qué rol cumple la escuela en una comunidad tan chica y aislada?
– Es el centro generador de actividad, donde participa toda la dotación. Nosotros siempre tuvimos la libertad de trabajar como quisiéramos e integramos a la comunidad en cada evento. Aprendimos muchísimo de las familias, del personal que invernaba y de nuestros alumnos. Recuerdo que todos resaltan lo bueno de poder compartir la vida: el desayuno, el ingreso a la escuela, los actos escolares, los almuerzos, algo que no hacemos en la vida común.
Los desafíos de la vida en comunidad
-¿Cómo es vivir en la Antártida?
– Es vivir en un lugar distinto que se parece a un pequeño barrio donde hay 13 casas, y otras instalaciones donde funciona la enfermería, la escuela, la capilla, el taller automotor, entre otros. En ese espacio, compartís el día a día con gran parte de la gente, por lo que es clave ser cordial y no olvidar que estamos allí porque lo elegimos. No es sencillo, pero la realidad es que en la Antártida se forjan las mejores amistades que, aunque al volver la gente se distribuya por todo el país, perduran para siempre.
-¿Qué es lo más importante?
– Yo siempre digo que la Antártida es como el noviazgo: al principio es todo muy lindo, pero con el paso de los meses se perciben cosas que no nos gustan tanto, tiempo después aparecen los defectos, pero cuando se acerca la fecha del regreso uno se olvida de todo lo pasado.
Lo más importante es la convivencia, saber escuchar y hacer silencios, observar, compartir a diario, respetar al otro tal cual es. Si tuviera que destacar algo en particular es haber estado en un lugar al que muy pocos pueden acceder. Y, en nuestro caso, si tenemos en cuenta que venimos de Chaco y pudimos ir en tres ocasiones a la Antártida como docentes, es maravilloso. Terminé mi carrera como director de escuela, pero mi mayor diploma, logro y satisfacción es ser maestro antártico.
-¿Fue positiva la experiencia para la familia Juárez?
– Totalmente. Fue enriquecedor como pareja y como familia. Nos permitió compartir todos los momentos juntos, algo que hasta entonces no habíamos experimentado. Nuestros hijos hasta el día de hoy hablan de cuánto les gustaría volver.
Me gustaría destacar a los chicos, porque siempre se habla del sacrificio de la familia y se los deja en segundo plano, cuando en realidad son los grandes protagonistas. Admiro el sentido de patriotismo y compromiso que tiene la gente que va a trabajar a la Antártida y, en especial, a quienes van solos, sin la familia. Es una vida sacrificada, en la que todos dependemos de todos. Cada uno es un eslabón de una gran cadena que no se puede cortar y es tan importante el cocinero como el maestro, el alumno o el médico. Estoy convencido de que quien va a la Antártida queda marcado en la piel para siempre, no a fuego, sino a hielo.
Susana Rigoz
Fuente de esta noticia: https://defonline.com.ar/ciencia-tecnologia/del-chaco-al-sexto-continente-mi-mayor-diploma-es-ser-maestro-antartico/
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