En septiembre de 2016, la expectación por el primer enfrentamiento televisado entre el expresidente Donald Trump y Hillary Clinton era tan alta que lo describí como el “Super Bowl de la política”. Editores de revistas en París para la Semana de la Moda planearon despertarse a las 3 de la mañana para verlo. Un cine de Texas agotó las entradas para una proyección en directo. Y los residentes de Nantucket, Massachusetts, mostraron tanto interés en un encuentro para ver el debate en el teatro Dreamland local que se contrató a un agente de la policía para que controlara a la multitud.
Al final, 84 millones de personas vieron el debate, todo un récord.
El lunes, me puse en contacto con el Dreamland para ver si planeaban repetir la proyección cuando Trump y el presidente Biden se enfrenten en el debate del jueves.
“El interés ha disminuido significativamente desde entonces”, escribió un empleado del teatro en un correo electrónico. Aunque dejó abierta la posibilidad de futuros eventos para ver los debates, este jueves el cine proyectará en su lugar un éxito de taquilla veraniego.
El encuentro del jueves, en horario de máxima audiencia, tiene el potencial de acaparar la atención del país, al menos durante sus 90 minutos de duración. Por primera vez en décadas, una sola cadena, la CNN, organizará el debate, que se retransmitirá simultáneamente en casi todos los canales principales y en multitud de sitios web de noticias. Una encuesta realizada este mes mostró que el 65 por ciento de los votantes registrados planeaba “ver todo o la mayor parte del debate”.
Pero, si el Dreamland sirve de indicio, puede que el evento no tenga el mismo alcance que los debates pasados. Los pronosticadores del sector de la información televisiva esperan que la audiencia del jueves se sitúe entre 30 y 70 millones de telespectadores, una audiencia enorme pero, no obstante, inferior a la del duelo Clinton-Trump, incluso si resulta ser el acontecimiento más visto de esta temporada de campaña.
Atención dispersa
En nuestra era de medios de comunicación fracturados y agotados, la gente sigue sintonizando en masa para ver los debates presidenciales, pero hay algunos factores que juegan en contra del enfrentamiento del jueves.
El debate se celebra mucho antes de lo habitual, y muchos estadounidenses están de vacaciones o salen por la tarde para aprovechar las horas de luz. En septiembre y octubre, cuando tradicionalmente se celebran los debates, la audiencia televisiva global es mayor que en junio, según los gurús de las audiencias de Nielsen. (El segundo debate está previsto para el 10 de septiembre).
Además, el auge de los servicios de emisión en continuo y el colapso de la televisión por cable hacen que nuestra atención colectiva esté más dispersa que nunca. Los premios Oscar de este año tuvieron 19,5 millones de espectadores, menos que la audiencia de algunos partidos de la temporada regular de la NFL.
Otro reto es la inquietud que sienten muchos estadounidenses ante esta campaña en particular, una inquietud que ha privado a las cadenas de televisión (y a las organizaciones de noticias) del habitual “subidón” del año electoral.
A juzgar por las recientes primarias republicanas, el interés por la campaña actual ha decaído respecto a ciclos anteriores. La primera contienda republicana, el pasado agosto, obtuvo 12,8 millones de telespectadores; la siguiente, 9,5 millones. Después, las cifras empezaron a caer en picada: 7,5 millones en noviembre, 4,1 millones en diciembre y, finalmente, 2,6 millones en enero, menos espectadores que un episodio promedio de The Five de Fox News.
Por supuesto, esos debates adolecían de un par de deficiencias de programación que amedrentarían a cualquier productor de televisión: no había estrella ni suspenso. Trump se negó a asistir, y las primarias republicanas acabaron siendo poco disputadas, con una victoria contundente del expresidente.
Hay más incertidumbre sobre cómo se desarrollará el encuentro entre Biden y Trump el jueves, que será moderado por los presentadores de CNN Dana Bash y Jake Tapper.
Esperanza de una gran cantidad de telespectadores
La cadena CNN confía en que el debate pueda ser su programa más visto en sus 44 años. Eso podría ocurrir, y la cadena aún podría ser superada en la carrera de Nielsen por los competidores que realizan una emisión simultánea: Fox News, por ejemplo, atrajo la mayor audiencia en directo de cualquier cadena para el discurso de Biden sobre el Estado de la Unión en marzo.
Ese discurso fue visto por unos 32,2 millones de personas en total, un 18 por ciento más que la audiencia de 2023, que fue de 27,3 millones. Fue una de las emisiones de mayor audiencia del año.
Las encuestas sugieren que la probabilidad de ver el debate aumenta con la edad. Aproximadamente tres cuartas partes de los adultos mayores de 60 años dijeron que lo verían, frente a menos de la mitad de los jóvenes de 18 a 29 años, según una encuesta realizada este mes por NPR, PBS y Marist College. Esto podría ser un buen augurio para los índices de audiencia de Nielsen, que miden sobre todo la audiencia de la televisión tradicional, que tiende a ser mayor. (Es difícil medir con precisión la audiencia en internet y en las redes sociales).
“La gente que vota es la que sigue viendo la televisión, que Dios la bendiga”, dijo Tammy Haddad, la consultora de medios radicada en Washington, que el jueves organiza un encuentro para ver el debate cerca de Dupont Circle. “Creo que volverán a acudir al acontecimiento político más importante de la temporada electoral”.
NY Times
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