A través del madrileño La España Artística, la prensa española registra, a mediados de marzo de 1890 que en el concurso abierto por el editor Sonzogno para premiar la mejor ópera en un acto había sido laudado. Los premios se habían concedido a Cavalleria Rusticana, de Mascagni, Labilia, de Niccola Spinelli, y Rudello, de Vincenzo Ferroni.
Edoardo Sonzogno (1836-1920) fue un editor y editor musical, que solía convocar concursos para compositores nóveles. Al obtener el primer lugar en 1889, Pietro Mascagni, con su obra, inauguró el período del melodrama verista que, al igual que la literatura en esa línea, maneja situaciones reales e incluye a personajes de las clases bajas de la sociedad. Una literatura emparentada con “la novela de la canalla” que cultivaba Dickens. En Italia, el personaje que marcó el camino fue el escritor siciliano Giovanni Verga (1840-1922).
Cuando Mascagni se entera del concurso de Sonzogno, siente que ha llegado, por fin, su oportunidad. Pero no es fácil hacer una ópera, aunque sea en un acto. Lo primero es conseguir un argumento. Es así como el joven compositor empieza por donde se debe: por los amigos. Consulta a unos y otros hasta que el camino lo lleva a Giovanni Targioni-Tozzetti (1863-1934). Este, a su vez, contacta a otro editor: Guido Menasci (1867-1925). Y así, comienza una sociedad entre estos tres livorneses que va a durar muchos años.
Un relato de Giovanni Verga dio origen al libreto, que con música de Mascagni, dio vida a la ópera triunfadora en el concurso.
Mascagni era en esos momentos un desconocido. A partir del estreno de Cavalleria rusticana ganó las páginas de los diarios y, además, mucho dinero.
¿La falta de recursos era un problema para el joven livornés? Así lo cuenta el compositor, crítico musical y musicólogo español Antonio Peña y Goñi (1846-1896) en el periódico La Época (Madrid) en su edición del 11/12/1890. El musicólogo se siente obligado a aclarar que, en Madrid, “muchos habrán creído que se trataba de algún escuadrón de caballería”. Pero en esta acepción equivale a caballerosidad y es sinónimo de duelo o desafío a la siciliana.
Luchando por la existencia
Pietro Mascagni, hijo de un modesto panadero, había demostrado desde su infancia una decidida afición por la música. Su padre no poseía recursos suficientes para financiar la carrera musical del joven. Pero tales eran sus aptitudes, que recibió el mecenazgo del futuro senador del Reino de Italia conde Florestano de Larderel (1848-1925), y fue enviado al Conservatorio de Milán. No fue casual que al conde le dedicara el joven músico su primera ópera.
Cuando inesperadamente desechó sus estudios para acceder al puesto de director de orquesta de una compañía de opereta bufa, sorprendió a sus amigos. Es que allí conoció a una joven perteneciente a la compañía y se casó con ella.Ni bien casado, se separó de la compañía de opereta y se estableció en Cerignola, pequeña población de la provincia de Nápoles, donde adquirió cierta notoriedad escribiendo romanzas que le remuneraban una módica suma, pero que le valieron el nombramiento de director de la banda municipal. Así lo refiere el propio Mascagni en una nota del Comm. Raffaele Simboli (1880-1949) en Caras y caretas (Buenos Aires), de enero de 1935:
“El síndico [alcalde de Cerignola], una hermosa mañana, me llamó para anunciarme que había sido creado, especialmente para mí, un puesto de director de una escuela orquestal. Me preguntó si estaba en condiciones de enseñar el manejo de todos los instrumentos que componen una orquesta y si, por consiguiente, los sabía tocar. Respondí sin vacilar que sí y el puesto me fue conferido. ¿Cómo me las arreglé? De un modo muy simple, en los primeros seis meses me dediqué a enseñar teoría, y a esta la conocía bastante bien. Como los instrumentos estaban en la escuela a mi disposición, comencé a tocarlos todos con furia de estudio, desde el contrabajo al arpa. Después de seis meses pasamos a la enseñanza práctica, y no creo, en conciencia, haber robado las cien liras mensuales que me asignaron”.
De todos modos, el salario no daba para mantener muy holgadamente a su esposa e hijo. De modo que cuando recibió, con la alegría que es de suponer, la noticia de su triunfo concursal, se encontró con que no tenía medios para trasladarse a Roma, donde debía encargarse de supervisar la representación.
En Roma
El problema del traslado fue zanjado por Sonzogno. De su primera estancia en la Città Eterna, nos da cuenta Peña y Goñi en los siguientes términos: “Saliendo un día con el maestro [Leopoldo] Mugnone [1858-1941) que dirigía la ópera, de un ensayo de Cavalleria rusticana, se saludaron:
-Adiós, caro Mascagni; me voy a comer.
Mascagni se le quedó mirando tristemente y murmuró:
–¡Dichoso usted!
–¡Dichoso yo! ¿Por qué?
–Porque va usted a comer.
–Pues qué, ¿usted no ha comido?
No, señor, ni tengo con qué hacerlo.
–¿Y Sonzogno?
–Me dio dinero para venir a Roma, y no me atrevo a molestarle más.
–Pues véngase usted ahora a comer conmigo, que yo hablaré luego a Sonzogno”.
Recién entonces Mascagni solucionó su situación. Después el éxito, los aplausos, las infinitas representaciones de su Cavalleria en todo el mundo.
Cierto es que no le faltaron juicios negativos. Así se expide el crítico de arte del semanario madrileño La Ilustración católica. Firmando con el seudónimo de “Mistigris”, aquel personaje de Balzac en su novela Un début dans la vie, dice, un poco molesto, pocos días después del elogioso comentario de Peña y Goñi: “Los revisteros de las publicaciones diarias han agotado ya el repertorio hasta las heces, refiriéndonos la vida y antecedentes de Mascagni, el argumento de la Cavalleria y las circunstancias en que fue compuesta, sin omitir punto ni coma”. La obra “carece de uniformidad y peca de vulgar en demasía; sufre alternativas lamentables, y a no haber sido por los cantantes […] sufrido hubiese un completo descalabro”.
La caída
De todos modos, los comentarios fueron y siguen siendo mayoritariamente elogiosos. La crítica y el gusto del público consideran la obra como la mejor de las dieciséis que produjo Mascagni. Aunque, según afirman los especialistas, el hecho de no haber podido superar a Cavalleria… fue una mancha en la valoración del compositor.
Cuando la imagen que ilustra esta nota, Mascagni había dado a conocer su nueva ópera: Nerone. Se la considera como un tributo al Duce, pero si es que lo fue no se entiende bien qué quiso ensalzar Mascagni. A su Nerone lo derroca una revolución popular, lo persiguen sus propios soldados y termina suicidándose. Es cierto que de los tintes siniestros del relato de Suetonio le hizo un buen descuento…
Algunos opinan que esa vinculación de Mascagni con el fascismo ha incidido en la subvaloración de su obra. Tal vez si hubiera sido comunista, muy probablemente, su legado musical sería mejor apreciado… El iniciador del verismo musical italiano murió solo, empobrecido y abandonado en un hotel romano el segundo día del cálido agosto de 1945.
Guillermo Silva Grucci
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/cultura/el-verismo-en-mascagni/
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