La bióloga argentina Eliana Zuázquita, quién estuvo a cargo de la campaña de verano 2024, contó a DEF cuáles son los desafíos y cómo se estudia el comportamiento de los cetáceos.
Un grupo de científicos de la Fundación Cethus Argentina lleva adelante un programa internacional que estudia el comportamiento de los cetáceos en el Mar de Weddell y la Península Antártica.
El programa de colaboración internacional del que participa la Fundación (ONG creada en 1992 por un grupo de especialistas con el objetivo de estudiar los cetáceos y su ambiente) está enmarcado dentro del proyecto de investigación denominado SORP (Southern Ocean Research Partnership) de la Comisión Ballenera Internacional, CBI.
El estudio de los océanos australes se realiza a bordo del rompehielos A.R.A. Almirante Irízar, único buque con capacidad de relevar la zona polar. “El objetivo es analizar la distribución, el comportamiento, el análisis de las potenciales interacciones antrópicas y el hábitat de los grandes cetáceos a través de métodos no letales”, explica la bióloga argentina Eliana Zuázquita.
La misma tuvo a su cargo la coordinación del equipo de la campaña 2024, conformado por los expertos José A. Vázquez del Instituto Español de Oceanografía de España; Rafaela Faria de Sousa del Instituto Baleia Jubarte y Amanda Baron di Giacomo de Jubarte Lab, ambas de Brasil.
Eliana, quien ya lleva cuatro campañas antárticas de verano, detalla que la Fundación de la que forma parte tiene tres pilares básicos: la generación de conocimiento, la gestión para transformar los datos obtenidos en medidas destinadas a la conservación y la educación trasversal que abarca todos los niveles de la sociedad.
Técnicas de registros oceánicos
Para esta clase de estudios se utilizan dos tipos de técnicas: la observación visual directa y el registro acústico, a través de hidrófonos. “Nosotros vivimos en el barco, donde tenemos un excelente lugar para llevar a cabo nuestra tarea: el Puente de Observación. Allí realizamos guardias rotativas en turnos de a dos durante media hora aproximadamente, porque es muy difícil permanecer al aire libre”, explica.
Y afirma: “En estos pequeños equipos, uno es el encargado de llevar el registro fotográfico, mientras el otro ingresa los datos en una base digital. Tratamos de reunir la mayor información posible: los ejemplares observados, la cantidad de animales, las crías y los tipos de comportamiento, entre otras características”.
En cuanto al registro acústico, la investigadora cuenta que, mientras el rompehielos está realizando las tareas específicas en alguna base, ellos bajan en botes para sumergir un hidrófono en el mar, operación que tiene una duración aproximada de entre una y dos horas, según lo permitan las condiciones climáticas.
“El objetivo es captar las ondas acústicas emitidas por los cetáceos, registrar lo que se conoce como ‘el canto de las ballenas’ que no es otra cosa que las vocalizaciones que utilizan para comunicarse o para ubicar a sus presas”, explica. Los diversos registros vocales permiten identificar cada especie en grabaciones que son analizadas posteriormente por ingenieros de sonido.
Y remarca: “Nuestro trabajo consiste en tomar una pequeña muestra de lo que pasa, en determinadas condiciones. Lo bueno es que conformamos equipos interdisciplinarios que nos permiten abarcar diversos aspectos y enfoques”.
Una vez examinados los registros, se presenta la recopilación en el Comité Científico de la Comisión Ballenera Internacional (organismo mundial que desde 1946 se encarga de la conservación de ballenas y cuenta en la actualidad con 88 países miembro), donde los resultados son compartidos con el resto de los científicos que realizan en simultáneo estudios similares.
El paso siguiente es la publicación de trabajos conjuntos que permiten comprender la situación de las especies en el océano austral. La experta sostiene que, aunque el programa comenzó hace diez años y ya se presentaron varios informes, es muy difícil hablar de conclusiones: “Los tiempos ecológicos son muy largos”, dice.
Acerca de los inconvenientes que deben afrontar, la responsable del equipo destaca las bajísimas temperaturas, aunque aclara que no es el único condicionante, ya que influye mucho para la observación el estado del mar, la presencia o no de olas, la neblina o la nieve, todas variantes que afectan la visibilidad.
“Siempre trabajamos en condiciones óptimas que nos aseguren no cometer equivocaciones en el registro”, sostiene. Y aclara que los potenciales errores que hay que tratar de minimizar están referidos a la detección y a la identificación de los ejemplares. “A las ballenas, por ejemplo, las reconocemos por el soplido, las aletas y la forma de nadar, porque un solo elemento no es concluyente. Por eso es tan importante el registro fotográfico”, detalla.
Y agrega: “Cuando el clima es malo y no es posible observar, trabajamos en el laboratorio, analizamos fotos, hacemos mantenimiento de equipos, descargamos los registros acústicos para analizarlos, entre otras tareas”.
Apoyo logístico a la actividad científica
Una mención aparte, según la bióloga, merece la tripulación del rompehielos que les facilita en todo momento el trabajo. “Colaboran en muchas cuestiones técnicas, nos avisan si ven algo que nos puede interesar y representan un apoyo clave para nosotros”.
A la hora de elegir una experiencia, la coordinadora del grupo de investigación destaca las expediciones que llevaron adelante sobre el hielo marino, cerca de la base Belgrano II, ubicada 1300 kilómetros antes del Polo Sur. “Gracias al comandante el rompehielos A.R.A. Almirante Irízar y a la gente del Ejército pudimos hacer una expedición por el pack de hielo hasta el agua para sumergir el hidrófono”, relata.
Y detalla: “Caminamos atados con arneses, en fila, cerca de dos kilómetros, porque necesitábamos alejarnos de la interferencia producida por los motores del barco. Allí pudimos realizar el registro de vocalizaciones de las especies presentes a través del hidrófono. Fue muy emocionante saber que estábamos en un lugar que no había sido pisado antes por nadie y también realizar registros acústicos en esa latitud”.
“La gente del Ejército nos acompañó y nos facilitó los elementos necesarios para la travesía. También fue con nosotros un nadador de rescate de la Armada con un equipo de salvamento, que fue quien se acercó al borde del hielo para bajar el hidrófono. Esperar es duro, pero llevamos café, chocolate y mucho abrigo para contrarrestar el frío”, continuó su relato.
Luego, señaló: “Por otra parte, no hay que dejar de estar atentos a las condiciones del clima que pueden cambiar en cualquier momento y obligarnos a volver. Todas las tareas tienen un rango de dificultad bastante alto, pero siempre nos sentimos seguros porque vamos acompañados por profesionales”.
Por último, Eliana manifiesta que se siente afortunada de poder llevar a cabo su tarea en un lugar único diferente a todo lo conocido, como la Antártida. “Cada mañana al mirar por la ventana del camarote uno ve algo extraordinario. Me gusta muchísimo también conocer gente especial, que se caracteriza por la entrega y la colaboración. Pero creo que lo que más me atrae es el desafío”.
Susana Rigoz
Fuente de esta noticia: https://defonline.com.ar/medioambiente/en-busqueda-del-canto-de-las-ballenas-las-voces-del-hielo-en-la-antartida/
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