En Roma, un ataque partisano en el que murieron 30 soldados alemanes provocó una represalia que pasó a la historia como la masacre de las Fosas Ardeatinas. El papel del capitán Erich Priebke en este hecho, que por décadas vivió en nuestro país, fue descubierto en Bariloche y murió condenado a prisión perpetua en Italia.
Una de las calles que lleva a la famosa Fontana di Trevi en Roma es la estrecha y adoquinada Vía Rasella. En la que hoy es transitada incansablemente por turistas, el 23 de marzo de 1944 los partisanos italianos emboscaron a una patrulla alemana, que provocó una brutal represalia contra civiles ordenada directamente por Adolfo Hitler.
La ocupación nazi en Roma había comenzado el 11 de septiembre de 1943 y terminó el 4 de junio de 1944. Durante ese período, los alemanes dominaban algunas regiones del norte y del centro del país, incluida la capital.
Todos los días 156 hombres de la 11ª Compañía del Tercer Batallón Bolzan, integrado en su mayoría por jóvenes reservistas del Tirol dedicados a la seguridad y policía en la capital italiana, marchaban por las mismas calles. Las autoridades de ocupación ignoraban que miembros del grupo partisano comunista GAP –Gruppi d’Azione Patiottica– había estudiado minuciosamente la ruta que diariamente cubrían y habían cronometrado el trayecto.
El jueves 23 de marzo era una fecha especial ya que 25 años atrás Benito Mussolini creaba en la plaza del Santo Sepulcro de Milán los Fasci Italiani di Combattimento, un grupo de choque que sería la levadura del futuro Partido Nacional Fascista, fundado en noviembre de 1921. Harían su presentación en sociedad el 15 de abril de 1919 cuando destruyeron la redacción del diario socialista Avanti.
Ese día harían el atentado, del que estuvieron comprometidos 17 partisanos.
A las 15:45 cuando iban por la Vía Trafaro -regresaban de un ejercicio de tiro- y tomaron Vía Rasella en dirección al Palacio Barberini, una construcción del siglo XVII que actualmente es la galería nacional de arte antiguo, un partisano ubicado en la esquina le hizo la señal a un compañero que, disfrazado de barrendero, estaba junto a un carro de basura. Encendió la mecha de cincuenta centímetros de una bomba armada con doce kilos de TNT que debía explotar un minuto después y dejó el lugar. En la otra esquina se quitó el uniforme de barrendero y desapareció.
A último momento, algunos partisanos hicieron lo imposible por alejar a los transeúntes y a un grupo de niños que se habían puesto a la par de los soldados para imitar su marcha.
En cuanto los alemanes pasaron por el frente del Palacio Tittoni, que Mussolini usaba en la década del veinte para reunirse con sus amantes, ocurrió la detonación. El sonido de la explosión sacudió a toda la ciudad. Se rompieron puertas y estallaron ventanas, un ómnibus se estrelló contra la puerta del palacio Baberini. Seguidamente, los partisanos arrojaron cuatro granadas caseras y balearon a los soldados con ráfagas de ametralladoras y escaparon.
Todo había ocurrido en menos de cinco minutos.
En la emboscada morirían 28 alemanes y tres lo harían en las horas siguientes. Además fallecieron dos civiles, un hombre de 48 años y un niño de 13 y muchos resultaron seriamente heridos.
Lo primero que hizo la policía alemana fue interrogar a los doscientos vecinos de Vía Rasella, pero no obtuvieron nada y la mayoría fue liberada.
La ira de Hitler se hizo sentir. Ordenó que por cada alemán muerto se matasen entre 30 y 50 italianos. Luego pudieron convencerlo de que bajase el número a 10. De Berlín se impartió la orden de que como la policía había sido la víctima del atentado, ella debía organizar la terrible represalia.
El encargado de organizarla fue el coronel de la SS Herbert Kappler, comandante en jefe de la policía alemana en Roma. Era un oficial de 36 años que había hecho carrera dentro de la SS y la Gestapo y a mediados de 1941 había sido designado como oficial de enlace en el gobierno de Mussolini y consejero de seguridad de la policía fascista. Participó de redadas para detener judíos y deportarlos y se ocupó de recapturar a prisioneros de guerra evadidos.
El capitán de 30 años Erik Priebke, quien era el oficial de enlace con el alto mando alemán, era su segundo.
Se eligieron a 227 detenidos políticos, a los que sumaron judíos del gueto de Roma, entre los que había varios menores. También sumaron a gente que circunstancialmente circulaba por vía Rasella y fue considerada sospechosa. Y como no se llegaba al número, se recurrieron a italianos presos en la cárcel romana de Regina Coeli, detenidos sospechosos de ser contrarios a los nazis. Tanto celo puso Kappler para llegar al cupo, que hasta se pasó en el número y ejecutó a cinco de más.
Los alemanes acostumbraban a realizar las ejecuciones por fusilamiento en el patio de la cárcel de Fuerte Bravetta, donde encontraron la muerte decenas de partisanos, pero el lugar no era el adecuado para matar a tanta gente.
Un oficial propuso entonces que fuera en las Fosas Ardeatinas.
Ubicadas en el sur de la ciudad de Roma, recoge el nombre por el camino que lleva al vecino pueblo de Ardea, que le daba nombre a las cuevas de donde se extraía la puzolana, una piedra volcánica usada para la producción de cemento. Ya desactivadas, estas minas ya estaban agotadas cuando comenzó la segunda guerra mundial. Tenían tres accesos y encerraban túneles de tres metros y medio de ancho y de noventa metros de largo.
A los que sacaron de su encierro no se les dijo a dónde los llevaban para evitar incidentes en el trayecto.
Se los transportó en camiones que estacionaron de culata frente a la entrada. A cada uno de los prisioneros, con sus manos atadas, se les preguntaba el nombre, que era tachado de una lista que habían confeccionado Kappler y Priebke. En grupos de cinco eran obligados a arrodillarse y se lo mataba de un tiro en la nuca. El más joven de los ejecutados tenía 14 años y el más viejo 74.
Kappler había enviado a las fosas cajas con botellas de brandy para los verdugos para darles valor para cumplir la macabra tarea. A más de un prisionero debieron dispararle más de una vez y se supone que algunos fueron dejados en las fosas agonizantes.
Quedó claro que cuando ya habían avanzado las ejecuciones, los condenados debían arrodillarse sobre los cuerpos de los que ya habían asesinado. Así fueron hallados cuando los alemanes abandonaron Roma.
Las ejecuciones comenzaron a las tres y media de la tarde y recién culminaron a las ocho de la noche cuando ingenieros alemanes dinamitaron la entrada.
El 24 de marzo por la noche las autoridades locales alemanas dieron a conocer la medida adoptada. “32 hombres de la policía alemana fueron asesinados y numerosos fueron heridos; el comando alemán ha ordenado, por lo tanto, que por cada alemán muerto diez criminales comunistas secuaces de Badoglio sean fusilados. Esta orden ya fue ejecutada”, terminaba el comunicado. Se refería a Pietro Badoglio había sido nombrado por el rey Víctor Manuel III para reemplazar a Mussolini el 25 de julio de 1943 y fue quien comenzó las conversaciones con los Aliados para que su país saliese de la guerra.
Los salesianos, que oficiaban de guías en las catacumbas de San Calixto, construidas a fines del siglo II y que guarda los restos de Papas desde ese siglo hasta el IV, están cercanas a las Fosas Ardeatinas, presenciaron la llegada de los camiones con los prisioneros y cómo guardias de las SS bloqueaban los accesos.
Tres curas salesianos volvieron al lugar en las primeras horas del 25, vieron a los muertos y le avisaron al Papa Pío XII. Durante todo ese día y al siguiente los religiosos permanecieron rezando en el lugar, que rápidamente se transformó en un lugar de peregrinación. Familiares de los muertos iban a llorarlos y hasta debían soportar las risas socarronas de los alemanes que custodiaban el lugar.
Para evitar que algún civil pudiese ingresar por algún recoveco a las fosas, el 1 de abril los alemanes volvieron a detonar las entradas.
Cuando los Aliados recuperaron la ciudad, el alto mando dispuso la erección de un monumento, iniciativa que provocó una cerrada oposición de los familiares. Estos, asesorados por un patólogo, exigieron que antes de levantar un recordatorio, debían identificarse cada uno de los cuerpos. Fue tal la presión de los familiares que los Aliados accedieron, que advirtieron que llevaría meses.
Las tareas de identificación comenzaron el julio de 1944. Participaron familiares, que reconocían a sus muertos por sus ropas, por los efectos personales, por ese reloj tan especial que les habían regalado, por una carta o un papel. Los cuerpos estaban amontonados, unos sobre otros.
Los trabajos culminaron a fin de septiembre de ese año y se inició el proceso de construcción del monumento, para lo cual se estudiaron diversos proyectos. Comenzó a construirse en 1947 y fue inaugurado el 24 de marzo de 1949, cinco años después de la matanza. Allí se exhiben objetos personales, fotografías y armas usadas por los SS.
En marzo de 1994 Priebke era un respetable vecino de Bariloche, presidente de la Asociación Cultural Germano Argentina de donde dependía un prestigioso colegio. En plena vía pública fue desenmascarado por un periodista de la cadena ABC, a quien habría admitido que como cualquier otro oficial de un ejército se había visto obligado a cumplir órdenes, aunque negó su participación directa en la matanza. En esa ciudad siempre fue don Erico, un vecino respetado y querido por todos.
Según una confesión de 1946, habría intervenido en la confección de la lista de quienes serían ejecutados. Detenido por la justicia argentina, el 7 de junio de 1994 el gobierno italiano solicitó su extradición y en noviembre de 1995 llegó a ese país, donde tres años después fue condenado a cadena perpetua. Por su edad, cumplió arresto domiciliario en el departamento de su abogado, Paolo Giachini. Estaba autorizado a hacer sus compras, caminar por un parque cercano y a comer con conocidos en los restaurants de la zona. Murió en 2013 a los 100 años. A la semana, su abogado dio a conocer un video realizado al ex oficial alemán, en el que explicó que negarse a cumplir la orden equivalía a ser fusilado. El letrado dijo que Priebke había tenido oportunidad de reunirse en privado con familiares de víctimas.
Cuando a Priebke, de 81 años entonces le preguntaron si era verdad que él había ejecutado a dos prisioneros que tenían las manos atadas a la espalda, respondió: “En la guerra esas cosas suceden; muchas civiles murieron en todo el mundo, y muchos mueren aún. Me duele mucho, mucho, mucho, los jóvenes hacen cosas de las que se arrepienten cuando son viejos”.
Las versiones chocaron entre sí, que había disparado, que no lo había hecho, que había participado en la deportación de judíos. En 1948, cuando un tribunal italiano condenó a cadena perpetua a Kappler junto a otros cinco oficiales, el nombre de Priebke no apareció entonces. Estuvo prisionero unos veinte meses en un campo británico en el norte de Italia hasta que huyó. En 1948 partió del puerto de Génova con su esposa y sus hijos en el barco “San Giorgio” y se estableció en la Argentina.
Por su parte Kappler escapó en 1977, aprovechando que había sido enviado al hospital, seguramente con la ayuda de la mujer con la que se había casado en prisión -su primera esposa lo había abandonado- y falleció al año siguiente en Alemania.
Hoy Vía Rasella es uno de los tantos paseos de Roma, donde a veces las turistas se quejan de la incomodidad de caminar con tacos por el empedrado. Las paredes conservan las huellas de disparos hechos ochenta años atrás, cuando la ciudad y toda Europa estaba inmersa en un baño de sangre y de locura, como fue la segunda guerra mundial.
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