En sus clases en el anexo del liceo Suárez en 1960, el profesor Bartesaghi –apodado Poroto cariñosamente por sus alumnos– enseñaba que las guerras tienen causas remotas y causas ocasionales. Los historiadores entienden que el pistoletazo de Sarajevo fue la causa ocasional de la Primera Guerra Mundial. En la guerra entre Estados Unidos y España, lo fue la explosión del Maine. Se trataba de un acorazado de guerra anclado en la bahía de La Habana, a donde había ingresado sin autorización con la intención de apoyar a los independistas cubanos. El 15 de febrero de 1898 una deflagración mandó al poderoso buque al fondo de la bahía, con la consiguiente secuela de muertos y heridos.
Los españoles procedieron inmediatamente al rescate de los sobrevivientes, pese a lo cual fueron acusados como autores del siniestro. En España no tenían interés alguno en entrar en conflicto con Estados Unidos y no habían sido los causantes de la explosión, pero la suerte ya estaba echada, con el saldo desastroso para los ibéricos, como era de esperar. No importaba la opinión generalizada del origen accidental, e incluso la del ataque de falsa bandera: diez días después, Estados Unidos declararon formalmente la guerra.
En ese ínterin, la prensa española publicaba noticias como paliativo a la situación. En ese contexto y en el afán de encontrar alguna razón para la explosión, ajena a la responsabilidad española, entre otros medios el periódico La Correspondencia Militar del 9 de abril de 1898 replicó una información del medio francés L’Aurore, un periódico republicano de reciente fundación, que afirmaba de “fuente segura” que la culpa la tenía Marconi. No era que el gran inventor italiano hubiera puesto una bomba, sino como una consecuencia del manejo de su última creación: la telegrafía sin hilos.
Decía L’Aurore, que ese sistema de telegrafía era peligroso en los buques de guerra. Que “la corriente eléctrica ejerció sobre la pólvora y la nitroglicerina almacenada en los pañoles del Maine, descomponiéndola y provocando la explosión”. Y la prueba, según ese medio, era que “en las manos del cadáver de uno de los oficiales que murieron se encontró un aparato Marconi”.
Hombre de suerte
Por cierto, no eran esas las únicas noticias sobre el invento itálico. Otros medios consignaban: “Se ha podido conseguir la comunicación sin el auxilio de ningún conductor entre las dos márgenes del canal de Bristol, cuya distancia es de unos quince kilómetros”. Y las revistas especializadas citaban al italiano cuando aseveraba que dentro de pocos días se alcanzarían los 32 kilómetros.
La hazaña fue completa cuando a mediados de abril de 1912, el ufano Titanic se hundió. Sin duda Guglielmo Marconi era un hombre de suerte. Había desechado los pasajes gratuitos que le ofrecía la compañía naviera, arguyendo razones laborales. Se embarcó unos días antes en el Lusitania hacia Nueva York. Su esposa, a quien entusiasmaba navegar en el Titanic en su viaje inaugural, decidió aceptar. Pero uno de sus hijos se enfermó y tuvo que cancelarlo. Unos años después, cuando un torpedo alemán mandó al Lusitania al fondo del mar, tampoco Marconi estaba en él. Murieron más de mil personas.
Estos hechos no solamente le dieron a Marconi notoriedad mundial y mucho dinero, sino que, en 1929 el rey Víctor Manuel III le concedió el título de marqués. El Nobel de Física lo había obtenido veinte años antes.
Hacia 1930, el romano pontífice, deseaba sustituir la vieja línea telefónica por otra conexión más protegida contra interrupciones e interceptaciones. Nadie mejor que Marconi, y a él le fue encomendado. Marconi montó un pequeño transmisor experimental en Ciudad el Vaticano y un receptor en Villa Mondragone a veinte kilómetros al suroeste de Roma, al que luego agregó otro en Castel Gandolfo, residencias papales. Marconi instaló un sistema de onda corta.
Así, en los primeros meses de 1931, se difundió el primer mensaje de un papa urbi et orbi.El 12 de febrero de 1931 nacía Radio Vaticano.
Difundiendo la Palabra
Marconi fue el encargado de presentar al papa, con estas palabras: “Tengo el altísimo honor de anunciar que dentro de pocos instantes el sumo pontífice Pío XI inaugurará la estación de radio del Estado de la Ciudad del Vaticano. Las ondas eléctricas transportarán a todo el mundo a través del espacio su palabra de paz y bendición. Con la ayuda de Dios, que tantas misteriosas fuerzas de la naturaleza pone a disposición de la humanidad, he podido preparar este instrumento que dará a los fieles de todo el mundo la consolación de oír la voz del santo padre. La obra que vuestra santidad se dignó confiarme, hoy os la presento: dignaos, santo padre, de hacer sentir vuestra augusta palabra al mundo”.
El mensaje papal: Quid arcano Dei, no estuvo exento de sabotaje. Desde París se informó que “la audición fue constantemente obstruida y perturbada”, lo que atribuyeron a “una intervención malévola” de Moscú. En cambio, desde Nueva York y Buenos Aires se escuchó perfectamente, informó El Siglo Futuro al día siguiente a la emisión.
Marconi murió el martes 20 de julio de 1937 y al día siguiente El Bien Público notició en primera plana que el sábado 17 se había entrevistado con Pío XI, que “lo tenía en gran estima”, y lo había nombrado recientemente miembro de la Academia Pontificia.
En enero de ese año, Rafael Simboli había escrito para Caras y caretas (Buenos Aires) que si se cumplían las profecías de Marconi “dentro de diez años los gastos serán reducidos al mínimo y podremos cruzar mensajes de un hemisferio a otro con el mismo gasto con que hoy se envía un telegrama entre dos ciudades próximas. Además, los aparatos de televisión estarán difundidos como lo están hoy los radiofónicos, y entonces millones de católicos podrán ver en la pantalla al pontífice. […] Entonces la palabra del santo padre no tendrá solo un significado espiritual, pues los católicos de todo el mundo podrán escucharlo y verlo al mismo tiempo. Aumentará el prestigio del pontífice y aumentará también el de Marconi; pues su figura está destinada a agigantarse en los siglos”.
¿Era Marconi un genio? Su hija Degna, que en 1961 había escrito Marconi, mio padre y era reporteada frecuentemente por los medios de difusión, nos responde la pregunta. En una notaen el Corriere della Sera realizada en 1993, dijo: “Genio, una palabra sin sentido. Mi padre me decía: ‘No creas en los genios, solo hay gente tenaz’”. En labios de Marconi, un legado tan importante como la radio.
Guillermo Silva Grucci
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