El libro La teatralización de la política en España de Xavier Coller, catedrático de Ciencia Política de la UNED, subraya el contraste entre la escenificación del conflicto en la política española y la menos visible –pero real– cooperación parlamentaria entre adversarios. El texto aborda las broncas, trifulcas y algaradas como recursos de esta “teatralización”. “No son situaciones infrecuentes y se escenifican solo con los rivales, no con los correligionarios, y tienen efectos nefastos sobre la democracia. Este trabajo es una invitación a explorar y a comprender este fenómeno en el contexto de la política de la segunda década del siglo XXI”, destaca Coller.
infoLibre publica el prólogo de Ignacio Sánchez-Cuenca, director del Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid y profesor de Ciencia Política. El libro de Xavier Coller está publicado por la editorial Catarata.
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Hubo un diputado de personalidad más bien histriónica, famoso por sus “numeritos” en el Congreso, consciente siempre de que acapararía titulares al día siguiente actuando así, que, sin embargo, cuando se presentaba en reuniones de trabajo con colegas de otros partidos, anunciaba que había llegado el momento de quitarse la careta de político y pasar a hablar como un ser humano. Claramente, pensaba que la actividad política no era del todo humana, y no le faltaba razón, siempre que se entienda el alcance de tal afirmación: hay en la política representativa un elemento importante de artificiosidad, de juego de apariencias, de lo que en este libro se llama teatralización.
Para este diputado, todo lo que habían sido malas maneras, marrullerías y ocurrencias pretendidamente graciosas en el pleno se convertía en una conversación afable y respetuosa en el refugio discreto de una comisión parlamentaria. Sus colegas no daban crédito ante una transformación tan acusada. El autor de este libro imprescindible, Xavier Coller, muestra que este tipo de comportamiento, aunque quizá no tan exagerado como en el caso del diputado histriónico, es muy común entre nuestros representantes. Habla, en este sentido, de política visible (la de los plenos y ruedas de prensa) frente a política invisible (la de las comisiones en las que se negocian las leyes). Coller piensa, con buenos motivos, que los registros tan distintos de nuestros políticos en estos dos ámbitos obedecen a lo que denomina la lógica de la disociación.
La lógica de la disociación posibilita la gran paradoja de la política democrática: políticos que se tiran los trastos a la cabeza cuando todo el país les observa pero que luego son capaces de negociar y alcanzar acuerdos en foros más discretos como las comisiones parlamentarias. La dinámica es justo la contraria a la de una pareja mal avenida, cuyos miembros, ante el exterior, simulan una buena relación, pero luego en privado no se soportan. Los políticos, en cambio, se llevan bien entre bambalinas, pero no tanto una vez que salen al escenario.
La mayor parte de la ciudadanía está acostumbrada a percibir la bronca y no la colaboración entre políticos. Mediante un trabajo exhaustivo y admirable, el autor pone las cosas en su sitio: en el Congreso, por término medio, las leyes cosechan solamente un 10% de oposición a lo largo de todo el periodo democrático (en los parlamentos autonómicos la oposición no es mucho mayor, el 15%). Estas cifras no sorprenderán necesariamente al lector especializado en asuntos políticos, pero sí quizá a quien tiene un interés general por la política, pero no acostumbra a seguir las contribuciones académicas en este campo.
Coller, catedrático de Ciencia Política en la UNED, doctor por la Universidad de Yale y autor de numerosos trabajos de investigación sobre élites políticas, partidos, nacionalismo y métodos de investigación, ha decidido, con buen criterio, escribir un libro breve (siempre se agradece) en el que consigue presentar una visión compleja del funcionamiento de nuestras democracias de forma amena y rigurosa a la vez. Este libro debería ser de obligada lectura para todos aquellos que se interesan por la política, muy especialmente analistas, opinadores, periodistas, estudiantes de la materia y hasta practicantes de la misma.
El libro desmenuza los factores que afectan al equilibrio entre confrontación y consenso. Los plenos, la presencia de público en los debates, temas sensibles ideológicamente y la proximidad de unas elecciones agudizan la confrontación frente al consenso. La dimensión confrontativa de la política tiene consecuencias ambivalentes. Por un lado, la confrontación demuestra que los políticos no son todos iguales, que defienden tesis distintas. Hay un componente agonístico de la democracia que no puede suprimirse sin más. Pero, por otro lado, la confrontación, cuando se exagera, o cuando se convierte en simple crispación política, acaba generando desafección ciudadana.
Se ofrecen en el libro algunos datos que no invitan a un optimismo excesivo. Si bien en el agregado del periodo democrático los niveles de consenso en la aprobación de leyes son altos (y similares a los de otras democracias avanzadas), cuando se analiza la tendencia temporal, se observa un progresivo desgaste del acuerdo en beneficio de la confrontación. Aunque hay muchos picos y valles, la tendencia general es negativa. A medida que ha ido madurando nuestro sistema democrático, los niveles de consenso se han reducido. Los mínimos históricos, por cierto, se han producido durante las dos legislaturas en las que el Partido Popular disfrutó de una mayoría absoluta (con José María Aznar entre 2000 y 2004, y con Mariano Rajoy entre 2012 y 2015).
Además, y esto resulta muy llamativo, los partidos nuevos que se han creado durante la última década (Podemos, Ciudadanos y Vox), llamados en principio a regenerar la democracia, son menos propensos al acuerdo y la negociación. A través de encuestas a diputados, Coller muestra que los de estos partidos tienen una menor predisposición al consenso legislativo y piensan en mayor medida que sus colegas de los partidos tradicionales que acordar leyes supone una traición al programa electoral con el que se presentaron ante la ciudadanía. Todo indica, pues, que nos encaminamos a legislaturas no solo más broncas, sino también más divisivas, con niveles decrecientes de colaboración en la actividad parlamentaria. No cabe descartar entonces que la polarización y la rigidez ideológica terminen provocando niveles más elevados de intransigencia que impidan no solo grandes acuerdos políticos, sino también acuerdos puntuales en torno a propuestas legislativas.
El libro que ha escrito Coller proporciona una visión exhaustiva de la dialéctica confrontación/acuerdo que atraviesa la política. Lo consigue gracias a una combinación de datos e información que constituye el esqueleto del texto. Aunque no presume mucho de ello, el autor ha escrito este libro de apariencia ligera después de un trabajo empírico ingente. Ha codificado miles de leyes, ha realizado una encuesta a parlamentarios de las 19 cámaras de representación (Congreso, Senado y las 17 asambleas autonómicas) y ha entrevistado a 70 parlamentarios con cuestionarios semiestructurados. Las entrevistas son especialmente interesantes. A lo largo de las páginas, Coller reproduce fragmentos de las mismas que ilustran, en ocasiones de forma muy gráfica, la percepción que tienen los diputados sobre su propia actividad política. Recomiendo a los lectores y lectoras que no se salten las citas de las entrevistas: constituyen un complemento perfecto a las tesis que se van desgranando en el libro.
Sería fascinante si en el futuro se pudiera extender la línea de investigación de Xavier Coller a un ámbito comparado. Si aún no se ha explorado suficientemente esta dimensión es, indudablemente, por los costes que supone reunir la información. Este libro es fruto de años de paciente trabajo. Imagínense lo que significaría multiplicar el esfuerzo para cubrir varios países. Con todo, podríamos salir de dudas sobre algunas cuestiones que flotan en el ambiente acerca de la política española: ¿son nuestros niveles actuales de confrontación preocupantes cuando se analizan a la luz de lo que sucede en otros Estados? ¿Afectan los sistemas electorales al consenso en la producción legislativa? ¿Es la teatralización equivalente en todos los países? ¿Las democracias más jóvenes se comportan de manera parecida a las más añosas, o tienen unas y otras rasgos propios?
Aunque esto no es más que una mera especulación, no resultaría demasiado sorprendente que los diputados de cada país reflejen algunos rasgos dominantes de la cultura política nacional. Permítanme que acabe este prólogo con una observación personal. Pensemos en las sesiones de control al Gobierno del Congreso de los Diputados y del Parlamento británico (question time). Tienen varias cosas en común. Por ejemplo, que ambas se celebran los miércoles y que en ambas la dimensión teatral de la política se lleva al extremo. Ahora bien, la manera de teatralizar es algo distinta en cada caso. A mí me parece que el enfrentamiento británico está en cierto sentido más ritualizado y los ataques que se cruzan tienen unos límites por todos conocidos. Se cruzan palabras duras, pero, gracias al uso del humor, tan característico de los británicos, la dureza no se transforma en ofensa o en daño personal. En el Parlamento español, sin embargo, la retórica es más brutal y trata de hacer mella en la persona con descalificaciones durísimas, con frecuencia cargadas de desprecio o displicencia. Son como golpes sordos y secos destinados a erosionar cuanto sea posible la legitimidad y el crédito del rival. El estilo de confrontación es muy bronco en nuestro país, se premia más la contundencia que la sutileza, se prefiere el sarcasmo a la ironía.
Esta teatralización tan agresiva probablemente obedezca a un pasado cargado de violencia, intolerancia e intransigencia. Durante demasiado tiempo, en España, la teatralización de la política fue el preámbulo de enfrentamientos civiles. Ahora, evidentemente, ya no ocurre así, y de hecho, la retórica del desacuerdo no ha impedido conseguir un muy razonable nivel de consenso en la aprobación de leyes. Quedan, con todo, rescoldos de una historia poco edificante. El teatro, también el político, admite muchos géneros; hay tragedias, dramas y comedias. La tragedia no es de gran utilidad y algunas veces acaba involuntariamente en comedia grotesca. Algo de drama parece necesario en la política, aunque también algo de comedia ligera que quite pesadez a algunos mensajes que no tienen más objetivo que la destrucción reputacional del rival. Creo que aún nos queda un poco para llegar a una teatralización de la política que, sin perder un ápice de mordiente y sentido crítico, mantenga un cierto respeto hacia los rivales. Al final del libro, Coller propone algunos mecanismos para generar juntanza, una palabra nueva que debería generalizarse y añadirse a nuestro acervo léxico. La juntanza no pretende acabar con la competición partidista, sino, la teatralización más bien, que dicha competencia se lleve a cabo dentro de unos parámetros de convivencia política que afiancen la confianza de la ciudadanía en el sistema democrático.
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