Ha tenido que ser el flamante presidente argentino, con su lenguaje irreverente y directo, el que logró reposicionar en la agenda global el debate centenario, irresuelto y polarizado sobre el camino más idóneo para lograr el bienestar, la justicia y el desarrollo en el mundo.
El Foro Económico Mundial de Davos, que este año reunió a 2.400 líderes del orbe, entre presidentes, empresarios, líderes políticos, intelectuales, periodistas, artistas y científicos, fue el escenario que usó Javier Milei, el más famoso “anarquista de mercado”, para decirle a una audiencia de miles de millones que “el capitalismo de libre empresa no solo es el único sistema posible para terminar con la pobreza del mundo, sino que es el único sistema moralmente deseable para lograrlo”.
En un escenario que generó mucha expectativa, pero que resultó muy pobre en debates, posiblemente solo el discurso alarmante de Zelenski compitió en efecto mediático con el argentino, quien además arremetió contra el socialismo al que consideró como un fracaso económico, social y cultural que llevó la pobreza allí donde se instaló. Pero, sobre todo, Milei criticó duramente a los economistas neoclásicos y los liberales moderados que, según su visión, en lugar de “defender los valores del libre mercado, la propiedad privada, y las demás instituciones del libertarismo (…) están socavando los fundamentos del libertarismo, abriéndole las puertas al socialismo y condenándonos potencialmente a la pobreza, a la miseria y al estancamiento”.
Con su estilo poco ortodoxo e irreverente, una vez más el presidente argentino nos recordó que la contradicción esencial de la economía, al no resolverse, está impidiendo el desarrollo armónico y sustentable de los países, y permitiendo peligrosamente que las agendas parciales, dogmáticas y distópicas conduzcan el análisis y el debate en el mundo.
La contradicción a la que hace referencia el mandatario rioplatense, se relaciona con la libertad económica, un principio debatido por dos corrientes opuestas que avanzan paralelas desde principios del siglo pasado. Primero está el liberalismo, que plantea que los individuos, empresas y mercados deben operar con mínima intervención estatal y bajo los principios de la propiedad privada, la competencia y la libre toma de decisiones. Al frente aparecen las corrientes socialistas que proponen “suprimir la propiedad privada, transferirla a la colectividad y confiar al Estado la distribución de la riqueza”.
En la sociedad contemporánea, ambas teorías han evolucionado respecto a sus doctrinas primigenias. El liberalismo ha virado hacia la apertura de mercados globales y la desregulación, admitiendo la necesidad de un Estado responsable de legislar para corregir errores del mercado y disminuir las desigualdades. Por su parte, las doctrinas colectivistas se han abierto a un modelo de propiedad privada controlada y, sin renunciar a la supremacía del Estado para legislar, fiscalizar, producir, confiscar y redistribuir, permiten al sector privado generar y mantener un margen mínimo de riqueza individual.
En la interpretación de Milei, estos ajustes no han resuelto el problema principal ya que, pese a que la mayoría de los países se adscriben hoy al modelo económico liberal, las doctrinas socialistas, a través de las agendas globalistas, están logrando avances sostenidos en el afán de disminuir las libertades económicas, con mayor estatismo, normas laborales rígidas, aumento de subvenciones, creación de nuevos impuestos e incremento desmedido del gasto público, lo que está conduciendo inexorablemente a los países a un estancamiento con mayor pobreza.
Si observamos el caso de Latinoamérica, no parece faltarle razón al “libertario” ya que tras de 20 años de gobiernos neosocialistas; el subcontinente, pese a tener ingentes recursos naturales y un gran capital humano, es hoy una de las regiones del mundo con menor PIB per cápita, menor inversión extranjera directa, mayor tasa de desempleo y menor desarrollo tecnológico, pero sobre todo la mayoría de sus economías continúan siendo primario exportadoras, poco diversificadas, con productividad y valor agregado inferior y una presión fiscal mucho más alta, debido precisamente a una mayor intervención estatal.
Más allá de Davos y de Milei, no podemos negar que la libertad económica es un requisito fundamental para el desarrollo y el bienestar de los países, al aportar innovación, eficiencia y progreso, permitiendo el crecimiento sostenible, la reducción de la pobreza y la mejora de la calidad de vida. Allí donde se han implementado políticas para disminuirla o impedirla, florecieron las crisis, el colapso de las sociedades, la corrupción y la ineficiencia. La realidad es implacable y, pese a los discursos de quienes insisten en sostener los modelos colectivistas, es indudable que la controversia entre liberalismo y socialismo está concluida.
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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