Suenan las primeras notas de la Marcha Radetzky y el público que abarrota las butacas de la Sala Dorada del Musikverein de Viena comienza a aplaudir al son de esta inmortal pieza de Johann Strauss que cada 1 de enero da la bienvenida al nuevo año. Sin embargo, hay algo extraño. El director, que habitualmente dirige a la orquesta (y muchas veces al público) mientras suena la música, abandona el podio y, en vez de cumplir su papel, comienza a estrechar, una por una, la mano a todos y cada uno de los músicos de la Orquesta Filarmónica de Viena. Era la última sorpresa y el enésimo toque de genialidad del director Daniel Barenboim, uno de los mejores maestros del último siglo y que con esa Marcha Radetzky tan especial ponía el punto y final a uno de los mejores conciertos de Año Nuevo que se recuerdan.
Una década después de este icónico momento, el 1 de enero de 2024, Christian Thielemann se pondrá al frente de la orquesta austríaca para dirigir el concierto de música clásica más seguido del año. A diferencia de Barenboim, el alemán, rostro cuadrado, serio y frío, rigidez prusiana, es el gran exponente de la pureza de la tradición de dirección alemana que tiene al legendario Herbert von Karajan como gran referencia. Especialista en la obra del compositor Richard Wagner (probablemente el mejor director con el que se puede contar para dirigir al autor del Anillo del Nibelungo), al alemán se le ha encasillado muchas veces como parte de la “vieja escuela”, un apelativo que no comparte pero que no le ha impedido dirigir a algunas de las orquestas más importantes del mundo.
Entre ellas, la Filarmónica de Viena guarda un lugar preeminente en su trayectoria, manteniendo con ella un idilio que le permitió, en 2019, dirigir por primera vez el concierto de Fin de Año. Durante las casi tres horas que duró la música en el Musikverein al imperturbable Thieleman solo se le vio sonreír y salirse del guion una vez. Durante la Marcha Radetzky, el alemán dejó a un lado la seriedad para dirigir al público, aunque, dado su carisma y su eterna seriedad, sus gestos no parecían encajar del todo con el personaje que ha creado durante años. El concierto de Año Nuevo de Thielemann, en el que imprimió la tradición alemana a los valses de Strauss, fue correcto, pero su poco riesgo y su encorsetamiento no maravillaron ni a los críticos ni al público.
Barenboim y Thielemann, Thielemann y Barenboim, dos de los mejores y más mediáticos directores de orquesta de los últimos años no solo tienen en común haber dirigido el Concierto de Fin de Año, sino también una larga historia de rivalidad, discrepancias ideológicas y formas diferentes de ver la vida y la política. Unas vidas cruzadas que comenzaron a unirse cuando un joven Thielemann se convirtió en asistente del argentino y que este año 2023 se han vuelto a unir en el lugar donde todo comenzó hace más de 20 años: Berlín.
Corría el año 2000 y en la capital alemana la música clásica corría peligro. La ciudad dividida antaño por el muro era, y sigue siendo, una de las capitales mundiales de las orquestas, principalmente gracias a la prestigiosa Filarmónica de Berlín, pero también por otras importantes agrupaciones que pueblan la ciudad. Tantas que, ese año, el entonces senador de Cultura berlinés, Christoph Stölzl, decidió que eran demasiadas. Aludiendo a los problemas presupuestarios y a su deseo de reducir gastos, expresó su deseo de fusionar las óperas de la ciudad y unirlas en una sola agrupación.
Dos de las orquestas involucradas en el plan eran las más icónicas de la ciudad: la Staatsoper Unter den Linden y la Deutsche Oper Berlin. Estas dos casas de la ópera no solo eran excelentes a nivel musical, sino que también tenían un gran potencial simbólico. En el año 2000, la unificación alemana seguía trayendo cola y ambos teatros eran reductos palpables de la división que sufrió el país y la ciudad durante casi 30 años. ¿El motivo? La Staatsoper era la sede de la Ópera Estatal de la República Democrática Alemana (o Alemania del este), mientras que la Deutsche Oper estaba ubicada en el Berlín oeste. Dos óperas, dos personalidades propias y dos maneras de ver la música que, a cada lado del muro, lograron un nivel altísimo y que, once años después, se sumían en lo que la prensa de entonces llegó a llamar las opera wars.
Una guerra protagonizada por sus dos carismáticos directores, que hicieron durante meses todo lo posible para proteger sus intereses y los de sus orquestas en detrimento de su contrincante. Uno de ellos, el de la Staatsoper, era un consolidado pianista que también presumía de su capacidad de dirección llamado Daniel Barenboim; el otro, un joven alemán al que muchos calificaban como el sucesor de Von Karajan, Christian Thieleman. Ambos se enfrentaron para demostrar quién representaba mejor la música alemana y cuál de sus dos identidades ganaba la batalla y, por consiguiente, la financiación.
Finalmente, tanto Barenboim como Thieleman se salieron con la suya, ya que la fusión jamás se llevó a cabo, pero su rivalidad se mantuvo presente para conseguir más recursos y reconocimiento que su ópera vecina. Durante ese periodo donde ambos coincidieron, Berlín atravesó una época dorada en cuanto a música gracias a sus dos orquestas, que llegaron a unos niveles de calidad estratosféricos. Todo ello hasta que, en 2004, Barenboim se alzó como ganador de las guerras de la ópera después de que Thieleman dejara su cargo en la Deutsche Oper, precisamente, porque el argentino había conseguido que la Staatsoper obtuviera una mayor financiación que la ópera del impasible maestro alemán.
Ironías del destino, a principios de este año 2023, la rivalidad entre ambos daría otro vuelco cuando, a causa de los problemas neurológicos de Barenboim, el director argentino se veía obligado, a sus 80 años, a dejar la dirección de la Staatsoper Unter den Linden tras más de 30 años. Su sustituto fue anunciado en septiembre y no fue otro que su antiguo rival, Thielemann, quien cerraba así el círculo y tomaba el relevo de Barenboim en Berlín entre alabanzas de la orquesta y del propio maestro argentino.
Sin embargo, pese a ese reconocimiento final, en esos años de rivalidad, no solo primó la música. Klaus Landowsky, un político del CDU, llegó a definir esta lucha con la polémica frase: “Por un lado, está el joven von Karajan en Thielemann, por el otro, el judío Barenboim”. Barenboim, de orígenes argentinos, pero con nacionalidad israelí y de religión judía, se mostró indignado ante los comentarios del político, que resultaban más provocativos incluso si se tiene en cuenta que Karajan, en su juventud, se había afiliado al Partido Nazi. De igual manera, también se acusó a Thielemann de realizar comentarios antisemitas contra Barenboim, algo que él siempre ha negado tajantemente pese a que, en esa época, periódicos como The New York Times recogían unas polémicas frases del alemán haciendo referencia a la religión de su rival.
Más allá de la veracidad de estas declaraciones, en la construcción de un personaje y de un carisma como el de Thielemann es imposible no hablar de su ideología conservadora, la cual compone un todo con su estilo de dirección. Siempre envuelto en la polémica y haciendo equilibrismos sobre la cuerda floja con sus opiniones, una de sus declaraciones más incendiarias fue cuando, en el semanario Die Zeit, el director de orquesta pidió que los alemanes escucharan a Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), un partido de ultraderecha que tiene como bandera su lucha contra la inmigración y unas propuestas abiertamente racistas. De igual manera, también mantiene una cruzada contra la corrección política y la cancelación de compositores como Wagner por sus ideas antisemitas. A tal punto llegó Thielemann que llegó a decir que la aparición del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AFD) era positiva porque supondría “el fin de una corrección política paralizadora”, aunque también matizó que se sentía “horrorizado” por su ascenso.
Al otro lado de la balanza se coloca Barenboim, de ideas mucho más progresistas y de izquierdas y con una reconocida lucha a favor del entendimiento y la paz entre Israel y Palestina. Junto al escritor de origen palestino Edward Said fundó la West-Eastern Divan Orchestra, una agrupación que integra en su seno a jóvenes palestinos, árabes e israelíes para abogar por el fin del conflicto palestino-israelí. Por su compromiso social a favor de la paz, el director fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1999 e incluso llegó a ser candidato en 2011 al Premio Nobel de la Paz.
Además, Barenboim es la única persona del mundo que tiene la nacionalidad israelí y la palestina. Esta última se le fue concedida de forma honoraria en 2008 tras un concierto en Ramala (Cisjordania). En este sentido, el director ha condenado muchas veces la “ocupación” de Palestina por parte de Israel y sobre los últimos acontecimientos en la zona se ha expresado tajante: “No hay justificación para los bárbaros actos terroristas de Hamas contra civiles, pues se trata de un crimen indignante que condeno ferozmente, pero el asedio israelí a Gaza constituye una política de castigo colectivo y es una violación de los derechos humanos“.
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