Este 11 de enero se celebró el Día del Acullico, una conmemoración impuesta por la Ley 864, de 2016, que declara Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado Plurinacional de Bolivia, al “acullico”, como la masticación tradicional que permite extraer el contenido de sus nutrientes.
La norma responde al interés político de reivindicar el consumo tradicional de la hoja milenaria, pero que enmascara al menos dos problemas muy complejos: es imposible erradicar toda la producción excedentaria destinada al narcotráfico y es sustento de la economía y el poder de los cocaleros de Chapare, base política fundamental del MAS y de Evo Morales.
Existe mucha historia en cuanto hace a la defensa política de la coca, basta recordar que, cuando era presidente, Jaime Paz Zamora decía que “si la uva no es vino, la coca no es cocaína”; con esa consigna y con una hoja de coca en la solapa del terno, el mandatario recorrió el mundo y expuso su argumento en diferentes foros internacionales. Aunque la tesis de balcón también tuvo una respuesta inmediata: “sin coca, no hay cocaína”. En síntesis, la defensa de la coca fue y seguirá siendo política, más que legal o científica.
Pese a las complacencias políticas internas, el Estado boliviano asumió compromisos ante la comunidad internacional para reducir las plantaciones excedentarias y con ese fin se aplicaron las políticas de erradicación forzosa y erradicación voluntaria y compensada, Se debe admitir que en ese afán hubo una excesiva intervención estadounidense en la política interna y hubo excesos en Chapare que fueron respondidos con cazabobos y emboscadas a las fuerzas del orden. Precisamente, en esa confrontación tomó forma y fuerza el liderazgo de Evo Morales.
Con la llegada del MAS al poder cambiaron las políticas. La DEA fue expulsada de Bolivia y se optó por el mecanismo de control social; es decir, que sean los propios cocaleros quienes definan las metas y zonas de erradicación, lo que para propios y extraños era similar a “los ratones cuidando el queso”. Lo bueno es que el trópico cochabambino dejó de ser escenario de confrontaciones sangrientas; lo malo es que se relajaron todos los controles y, a estas alturas, en la zona hay coca y fábricas de cocaína; y lo feo es que la producción de coca se ha extendido incluso a áreas protegidas.
El otro aspecto digno de análisis es el incremento del “acullico” en Bolivia. Llama la atención que el departamento de Santa Cruz lidere el consumo de coca en el país, según el informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, presentado en noviembre de 2023.
A nadie debe sorprender la cantidad de tiendas y kioscos que ofrecen coca a la venta, en todos los anillos, en las trancas de las carreteras y en las zonas rurales. Las opciones son variadas; ya casi no se usa la hoja entera, las ofertas van desde la hoja machucada simple hasta la potenciada con lejía y saborizantes para todos los gustos. Es más, los emprendedores más exitosos promocionan sus productos en varias radios y en redes sociales.
A esta corriente se ha sumado el presidente Luis Arce, quien recientemente anunció la construcción de una planta industrializadora en los Yungas que, entre otros productos, podrá ofrecer el “bolo ejecutivo”, todo en nombre del acullico.
¿Este inusitado incremento del consumo es realmente una buena noticia para el país? Definitivamente no, porque quienes recurren a esta práctica no lo hacen necesariamente por preservar su identidad, cultura o creencias sino porque acceden a un estimulante que se vende libremente.
Hay líneas muy delgadas en todos los escenarios descritos, que ponen al país en riesgo de caer en manos de organizaciones criminales dispuestas a todo para preservar su negocio. Lo vemos en Ecuador, ¿lo queremos en Bolivia?
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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