Por motivos personales estas semanas he estado al tanto de las operaciones como compra/venta/anticrético de inmuebles. Hay un enorme contraste entre las operaciones de este tipo que observé y/o participé en años anteriores respecto a las que vi en los últimos días; y, la diferencia se concentra en la incertidumbre sobre el precio.
No me refiero al regateo normal que existe entre quienes realizan las operaciones inmobiliarias. Tampoco aludo a que estas transacciones se realicen tomando como referencia el dólar estadounidense. Específicamente me remito a la discrepancia en un precio singular: el tipo de cambio para la operación.
Uno de los legados de la hiperinflación de la década los ochenta del siglo pasado y de medidas contraproducentes como la desdolarización financiera fue que las personas masificaron el uso del dólar para las operaciones diarias.
Como los precios en moneda nacional en esa época (pesos bolivianos) subían en promedio 47% al mes, se necesitaba un patrón de referencia para conocer el valor de los bienes y servicios. Y ese rol lo cumplió el dólar.
En términos técnicos, la moneda estadounidense era la “unidad de cuenta” que servía para conocer el valor de los bienes tangibles y los servicios intangibles.
Las transacciones de bajo valor como comprar alimentos perecederos se realizaban en pesos bolivianos. En tanto que las transacciones de automóviles y casas, por ejemplo, se realizaban en dólares del país del norte. Es decir, la moneda extranjera se convirtió en “medio de cambio” o “medio de pago”.
Algo peculiar es que acá nos convertimos en “adoradores del dólar”. Lo digo porque en nuestro país se usan los dólares en buen estado, diría casi “inmaculado”. No se aceptan dólares usados o con mínimas alteraciones o rasguños.
Vale decir, la moneda extranjera se convirtió en “medio de pago” para transacciones de alto valor, un fenómeno que los economistas denominamos como “sustitución monetaria”.
Desde 2004 las operaciones en dólares se encarecieron con el Impuesto a las Transacciones Financieras (ITF) y luego este costo aumentó aún más con las modificaciones a normas financieras y cambiarias.
Por eso, Bolivia fue el caso más emblemático de recuperación de la soberanía monetaria. De una dolarización financiera de más de 90% a inicios de siglo se pasó a una de 5%. ¡Todo un récord mundial!
En virtud de esta transformación, las operaciones volvieron a realizarse en Bolivianos, que recuperó sus funciones de medio de pago, unidad de cuenta y de reserva de valor. Ésta última es la capacidad de ser usado como un instrumento de ahorro.
Pese a ello, el dólar siguió en las mentes de los bolivianos, especialmente en las operaciones de alto valor. Una pregunta que siempre hacía a mis alumnos era que piensen en el valor de su casa o su auto. Luego les consultaba cuántos lo habían hecho en Bolivianos y ninguno lo hizo.
Nuestro país se habría consolidado como el país que recuperó su soberanía monetaria de no ser por la crisis cambiaria de febrero pasado que alteró la forma de efectuar las transacciones económicas.
Ahora las compras y ventas de alto valor tienen cuatro precios: el de compra al tipo de cambio oficial, el de compra al paralelo, el de venta al oficial y el de venta al paralelo.
Por ejemplo, pensemos que un inmueble es valorado por el comprador en USD100 mil por el comprador, que podría ir de Bs696 mil al oficial hasta Bs770 mil al paralelo. Por su parte el vendedor supone que su casa vale más (USD120 mil), que está entre Bs835 mil al oficial y Bs924 mil al paralelo.
El precio final dependerá de cuántos dólares (en físico) posee el comprador y cuál será el tipo de cambio de la operación. Uno de los problemas es que en el país no tenemos una referencia del paralelo, como lo ha tenido (paradójicamente) Argentina, con lo cual la definición de precios sería más ágil y sencilla.
Aunque cada vez con menos espacio, todavía hay alguna oportunidad para preservar la bolivianización, porque si no la dolarización estaría a la vuelta de la esquina.
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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