El futuro inmediato para ellos no es halagador. Están avispados, motivados, pero, al mismo tiempo, saben que están arruinados económicamente y muy complicados si quieren buscar un mejor trabajo con mejores expectativas salariales. Siguen viviendo con sus padres y la posibilidad de adquirir un monoambiente (aunque sea) es impensable. Las oportunidades que el mercado les ofrece son absurdas y la economía premia a los ilegales, a los informales y a quienes viven al margen de la ley. Muchos de ellos cargan un título profesional, pero no les sirve de nada para abrirse puertas. Toman lo que hay y se acomodan a lo que haya. Están deprimidos.
Hace 50 años, muchos jóvenes no pensaron o siquiera tenían contemplado la posibilidad de vivir bajo el techo de sus padres a los 30 años, tener su primer hijo antes de los 35 o iniciar el pago de un crédito de vivienda propia. La realidad de esta generación tiene que lidiar con las consecuencias de una severa contracción económica en casi todo el planeta. Les tocó la peor mano para jugar póker.
Así se encuentran nuestros jóvenes en Bolivia – y en una gran parte del mundo, lo que no es de ninguna manera una justificación – y de hecho los millennials y la generación Z han acumulado muchísimo menos riqueza que la generación X o los babyboomers, a la misma edad. Son una generación que vive de liquidaciones, de ofertas y descuentos en el mercado.
Las piedras que debieron sortear no fueron menores: Primero, aquellos que rondan los treinta años alcanzaron la mayoría de edad en medio de la crisis financiera mundial de 2007-2009 y con la subsiguiente recesión que ralentizó la economía y las perspectivas de crecimiento; segundo, sus amigos más jóvenes tuvieron un poco más de suerte. Comenzaron sus carreras en años en los que el endurecimiento de los mercados laborales había hecho subir los salarios, pero llegó la pandemia de covid-19 y trastocó toda la vitrina de oferta laboral y la vida de muchos de ellos cayeron en picada.
Estos dos grandes shocks económicos, fomentaron el pesimismo entre los jóvenes que cada vez tienen menos certezas en su vida profesional. De hecho, un estudio de la consultora McKinsey encontró que una cuarta parte de la Generación Z dudaba de permitirse trabajar en un rubro que tenga relación con su profesión, darse el privilegio de ganar un salario, por lo menos, por encima del promedio o, incluso, darse el lujo de jubilarse. Más de la mitad está completamente seguro que nunca serán propietarios de una casa simple o monoambiente.
De acuerdo con el estudio del Cedla denominado: “Busco y no encuentro. El desempleo juvenil en Bolivia”, el mercado laboral boliviano en su conjunto está altamente precarizado. Ya en el año 2019 el 69% de los trabajos en el sector formal eran precarios, mientras que en el sector informal urbano la precariedad alcanzaba a 97% de los empleos.
En el caso de los jóvenes (entre 15 y 24 años), el estudio puntualiza que el 98,4% del trabajo urbano es precario. De ese porcentaje, un 27,4% era precario moderado, mientras un 71% era precario extremo. Llama la atención que el porcentaje de jóvenes con trabajos de precariedad extrema se incrementó en más de dos puntos porcentuales en los últimos años.
Los jóvenes están siendo informalizados a la fuerza en la economía nacional, casi a la fuerza. Una tendencia, que para el Cedla es alarmante ya que se caracteriza “esencialmente por su precariedad extrema”, sostiene el estudio.
El Cedla también destaca que estas cifras negativas afectan mucho más a las mujeres jóvenes. Es más, se plantea que las mujeres pasan más tiempo desempleadas que los hombres. Es una situación de discriminación social y laboral muy compleja y difícil de desactivar. Mucho más todavía si son madres solteras y son las únicas que sostienen su desmejorada economía familiar.
Parafraseando a César Vallejo, la crisis se ha empozado en el alma de los millenials y la generación Z. Sus expectativas de todo y en todo es casi nula. La frustración se ha desbordado y los integrantes de estas generaciones ya no miran la vida con las mismas gafas de futuro con las que miraron sus padres. Las preguntas de fondo son ¿Por qué hemos llegado a este punto? ¿Qué responsabilidad tienen las generaciones anteriores? ¿Cómo podemos mejorar la situación? ¿Qué están haciendo las autoridades al respecto? ¿Porque se fomenta tanto el trabajo informal en la economía boliviana, en desmedro de tantos jóvenes? ¿Por qué no hay programas de bolsas laborales, de oportunidades, de créditos blandos para los emprendedores, de reducción a cero de impuestos para quienes comienzan su negocio formal? Lo único cierto es que la crisis, para ellos, continúa y están prácticamente huérfanos.
Ni hablar de las pasantías laborales. Las mismas que no están reguladas. No tienen ningún basamento legal, razón por la cual, existe un verdadero abuso a los jóvenes a quienes los tienen entrampados en pasantías abusivas y cuasi infinitas.
Este gobierno masista/arcista jamás defendió el trabajo formal en nuestra economía. Jamás protegió al laburante joven. Jamás apoyó a los emprendedores. La generación Evo, está precarizada. Sólo defienden a sus huestes narcococaleras que capturan a jóvenes para el negocio ilícito y dinero fácil. Los sacan de colegios para pisar coca. Para empaquetar droga, para distribuir y transportar “merca”. Los contrabandistas los usan de mulas y los comerciantes los explotan porque son mano de obra barata. Nuestros jóvenes pierden desde todos lados. Son los nuevos esclavos del SXXI.
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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