Después de mi regreso de Asunción a comienzos de 1975, donde pasé unos años de verdadera tensión y locura como primer secretario, cuando el embajador, durante solo tres meses, fue el ex ministro del Interior de Hugo Banzer, coronel Andrés Selich Chop, temporada tremenda que culminó dramáticamente con su asesinato en una de las dependencias del ministerio del Interior, me correspondió trabajar tres años en la Cancillería; primero como jefe del departamento de América Latina, y, al final, como director de Política Exterior. Por entonces se negociaba, alicaídamente, lo que Banzer y Pinochet habían acordado con tanto entusiasmo en Charaña, sobre nuestra salida al mar. El hecho es que, de pronto, me anunciaron mi traslado a México, como ministro consejero. Me pareció de lo más curioso porque yo no había pedido ningún cambio, pero sucedió.
Llegué a México en febrero de 1978 con mi esposa y mis tres hijos (una en brazos) y desde el primer momento me hallé a gusto, con un excelente jefe, lo que siempre es muy importante. Se trataba de Waldo Cerruto y de su esposa Jarmila. Ambos eran muy políticos, amigos del presidente Banzer, pero el embajador ya había tenido una larga carrera en esas lides; primero en el MNR, donde manejó parte muy importante de la propaganda movimientista con verdadero éxito, hasta que se alejó del partido. Siendo hermano de la señora Carmela Cerruto, primera esposa de Paz Estenssoro, se presentaron conflictos familiares insalvables y las relaciones se enfriaron hasta el congelamiento. Luego, Waldo Cerruto rompió definitivamente con Paz y el MNR.
El general Banzer fue derrocado por su amigo Juan Pereda Asbún, un general de la Fuerza Aérea, que había gozado de su plena confianza. Cuando las presiones internas y externas convencieron a Banzer que unas elecciones democráticas se imponían, el presidente las convocó luego de decidir quién sería el “caballo del corregidor”. Antes tuvo que dictar una amnistía general, que, tras una huelga de mujeres obreras, se convirtió en “irrestricta”. Más de un centenar de conocidos líderes políticos, enemigos del General, regresaron al país con amplias garantías. Los opositores, izquierdistas en su mayoría, se aglutinaron en torno a la figura del Dr. Hernán Siles Suazo, un candidato que se podría denominar como un “peso pesado”.
Banzer, para evitar a la izquierda, tenía dos candidatos, ambos militares: Natusch y Pereda. El coronel Alberto Natusch Busch era su ministro de Asuntos Campesinos, hombre inteligente, destacado alumno en el Colegio Militar, corajudo, pero sin sutilezas, tan necesarias en la política. El general Juan Pereda, ministro de Gobierno, era más moderado, más suave de cara a la opinión pública pese al cargo que desempeñaba, pero podría resultar blando a los ojos de Banzer. Fue entonces que el coronel Natusch, cuando en todos los mentideros paceños ya se mencionaba su nombre como postulante a la presidencia, súbitamente se presentó ante el presidente y le dijo que desistía de candidatear, explicándole sus razones, todas personales. Entonces, Banzer, con el tiempo que lo atropellaba, optó nomás por el otro ahijado, Juan Pereda.
Pereda ganó las elecciones contra la UDP en medio de un fraude grosero, donde Banzer, como jefe del Estado, no pudo eludir su responsabilidad. El escándalo fue tan grande, el fraude tan evidente, que el presidente se vio obligado a anular las elecciones. Aparentemente el general Pereda aceptó la decisión, mas quedó resentido, por lo que él supuso una falta de energía y hasta de lealtad de parte de Banzer, para imponer el resultado fraudulento de las urnas. Pereda se vino a Santa Cruz, donde sentía tener mayor apoyo, y desde aquí golpeó a un Banzer que ya estaba debilitado luego de casi siete años de gobierno.
En la embajada en México, aparentemente no sucedería nada nuevo con el cambio. El embajador era un gran amigo de Pereda y tanto él como su esposa se ufanaban de su amistad con “Juanito”. Sin embargo, uno de los primeros cambios en el Servicio Exterior, fue el embajador en México, Waldo Cerruto. Todos quedamos anonadados. ¡Cosas inexplicables de la política!
La misión en México fue grata para mí, pese a que la política resultó excesivamente turbulenta, de lo que, sin embargo, me beneficié, porque quedé a cargo de la misión durante casi toda mi estadía. Llegué a México, como he dicho, en febrero de 1978, durante el gobierno del general Banzer; en julio de ese año de 1978 el general Pereda derrocó a Banzer y cesó en funciones, contra todo lo esperado, al embajador Cerruto; en noviembre de ese mismo año el general Padilla derrocó a Pereda y el embajador designado en México por Pereda, mi amigo “Chuzo” Gottret, se quedó en La Paz, perdiendo su cargo por atender a tantas despedidas, pese a que su equipaje llegó hasta México y hubo que ser devuelto.
Olvidándose de los embajadores, Padilla puso su mirada solo en la constitucionalización del país y convocó a elecciones para junio de 1979, pero ninguno de los dos candidatos ganadores, Paz Estenssoro ni Siles Suazo, obtuvieron los votos necesarios en el Congreso para asumir el mando de la nación. Entonces, a instancias del hábil Tineo, diputado beniano de ADN, se decidió que tomara el poder interinamente el presidente del Senado, Walter Guevara, para convocar a nuevas elecciones y entregar la silla presidencial en un plazo no mayor a un año.
Menos de tres meses después, tras rumores o pretextos de que el presidente interino habría hablado de querer perdurarse en el mando, fue derrocado por el coronel Natusch Busch, apoyado por algunos jefes del MNR, quien ocupó el Palacio de Gobierno, pero nada más; apenas aguantó 16 días en medio de luchas populares y masacres callejeras (curiosamente Natusch no aceptó ser presidente constitucional cuando le ofreció la candidatura Banzer y optó por ser presidente de facto dando un golpe fallido); el 16 de noviembre asumió la presidencia la señora Lydia Gueiler Tejada, y, unas semanas después, llegó a la misión en México un “telex guillotinador” (“Chueco” Céspedes dixit) que me cesaba en funciones y que casi siempre lo enviaban, con maldad, como regalo de Navidad.
En suma, durante mis dos años en México, transitaron seis presidentes, ninguno constitucional, aunque Guevara y doña Lydia Gueiler no resultaron producto de golpes y fueron reconocidos por el Congreso. Lo que vino luego, con la señora Gueiler, es otro cantar, pero yo estaba de regreso en la Cancillería.
Para el país fueron años locos, realmente.
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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