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Jue. Nov 21st, 2024
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Carlos Delius Sensano

Nos quedan pocos años y el planeta se está muriendo, concluye apocalípticamente Al Gore en su libro y documental de 2006, “An Inconvienient Truth”, y en sus declaraciones posteriores predice que la inacción climática provocaría el derretimiento completo del hielo en el Polo Norte para el año 2013. A pesar de que predicciones tan ridículas como las de Gore se han demostrado falsas, parece que, impulsadas por una agenda global, se fuerza a la sociedad a tomar decisiones cuyas consecuencias no son evaluadas con el rigor que un tema tan trascendente amerita.​

La narrativa popular sobre el cambio climático, refleja una peligrosa corrupción de la ciencia que amenaza a la economía mundial y el bienestar de billones de personas. Esta pseudociencia, mal dirigida, sesgada y carente de rigor, se apoya en un “consenso científico” que ha sido articulado: institucionalmente, política y mediáticamente. El fin no es del todo claro, es un catastrofismo que nos impulsa a una agenda que debemos analizar con criterios propios.

El IPCC, de la Organización de las Naciones Unidas,  es una entidad intergubernamental a cargo de monitorear los temas científicos sobre el Cambio Climático. Son varios los errores que la comunidad científica independiente (por ejemplo: Clintel Community) señalan sobre las premisas que este panel presenta como hechos incontrovertibles, el debate científico recién se está avivando, entrar en esta controversia no es el objetivo de esta nota de opinión. 

Desde la perspectiva de un ciudadano del tercer mundo, y candidato a un mayor bienestar, me permito compartir algunas consideraciones que encuentro pertinente: Es muy importante comprender que la sustitución de combustibles fósiles tendrá consecuencias económicas importantes, las mismas serán más severas para aquellos que viven sin el bienestar que otorga la energía abundante y accesible. No podemos ignorar que en la historia de la humanidad las fuentes de energía nunca han sido sustituidas, la leña y el carbón siguen siendo importantes, la energía es un bien deseable.

Las energías renovables como son la solar y eólica no son sustituto, sino más bien complementarias: la intermitencia, el alto costo de inversión, dependencia de subsidios y otras desventajas vis a vis con los combustibles fósiles como el gas natural, la energía nuclear y la hidroeléctrica.

El mejor ejemplo de una política fallida de sustitución es la “energiewende” o transición energética implementada por Alemania, que favoreciendo, vía subsidios e intervenciones al mercado, aumento la oferta de renovables. Nadie discute ya las consecuencias: el encarecimiento de la energía, la fragilización de la red eléctrica agravadas, por la reducción de la oferta eléctrica después de retirar las centrales nucleares, son hechos conocidos. El daño económico y pérdida de competitividad han puesto en tapete de discusión la inminente desindustrialización de esta nación. Y como si esto no fuera suficiente, las emisiones de CO₂ han subido, sellando así una mala concepción de objetivos.

Tomemos con beneficio de inventario lo que nos están vendiendo, consideremos que la precariedad energética nos condena a la pobreza. Finalmente, comparto una pregunta que me hago de forma recurrente ¿Cómo es que la gran potencia industrial que domina la fabricación de los artilugios de la transición es, por decisión soberana, cada día más dependiente del carbón? ¿No les parece curioso?

Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.


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