“Un señor dijo que todos los que estábamos ahí, y sobre todo los chavales que estaban sacando los cuerpos, merecíamos estar ahí con un tiro bien dado”. Esa es la amenaza que recibió Rozalén, a pie de una fosa común y que visiblemente emocionada compartió días atrás al recibir el Premio Lola González 2023, superviviente de la matanza de los abogados de Atocha, por su labor en defensa de los derechos humanos y la memoria democrática. Un galardón que reconoce el activismo por la memoria de la cantante manchega y por el que, al mismo tiempo y por contra, recurrentemente recibe insultos y amenazas a través de las redes sociales. Un peaje este último que soporta desde hace años porque considera que, a pesar de todo, ella tiene que seguir hablando y contando todo lo que tuvo que callar su abuela, quien perdió a un hermano en la Guerra Civil que fue enterrado en una fosa común.
Este compromiso vital lleva implícito el aplauso de muchos pero, lamenta y tristemente, también la bilis de unos pocos y no es, por desgracia y como ya sabemos, Rozalén la única que vive así. Juan Diego Botto denunciaba el pasado verano abiertamente amenazas de muerte por parte la ultraderecha siendo, como de costumbre, muy claro: “No me extrañaría que un día alguien me parta la cara por la calle“. En su caso, el actor y director llegó a denunciar ante la policía la publicación en un foro de internet de un titular falso -‘si llega Vox al Gobierno entenderé que vuelva ETA’- que él nunca dijo y que se estaba viralizando de teléfono en teléfono acompañado de insultos como “argentino montonero”. “Este hijo de puta está pidiendo a gritos que le suban a un helicóptero a darse un paseo como hicieron con el terrorista de su padre”, escribía uno de los foreros.
En diferentes formas, por distintos motivos y con diversos grados de agresividad, son muchos otros los que también padecen el acoso desde la ultraderecha. Rodrigo Cuevas también sabe lo que es verse señalado por su discurso político y social, por su imagen rompedora nada heteronormativa, por su defensa del asturiano y, en última instancia, por haber recordado su infancia en Oviedo y calificar a la ciudad de conservadora y excluyente. “Mientras esté Vox en el gobierno municipal nos aseguraremos que no participes en ningún evento que dependa del Ayuntamiento”, le avisaron desde la formación ultra, sin esconder su sectarismo en forma de veto, mientras medios afines le han llegado a calificar de “transformista supremacista”. Por supuesto, no faltan nunca en las redes sociales los improperios, patrón reiterativo y constante desde el lado del fascismo, que no encajó demasiado bien, por cierto, que el artista fuera galardonado con el último Premio Nacional de Músicas Actuales.
Más. La artista y activista LGTBI Samantha Hudson padeció el pasado año el intento de veto de Vox, en su caso en Fuengirola (Málaga) con el argumento de que los católicos se pueden sentir ofendidos por sus letras. “Si la Virgen estuviera viva, vendría a mi concierto”, replicó la cantante, siguiendo sin pretenderlo los pasos de Zahara, quien hace dos veranos vivió una situación similar en Toledo, donde las presiones de Vox llevaron a la retirada del cartel de su concierto, en el que aparecía, como en el resto de la gira de presentación de su disco Puta, vestida de virgen. El concierto se llevó a cabo, si bien la cantante terminó admitiendo que había sentido un “miedo” y un “odio bestiales”. “Ojalá esas personas que se indignaron tan profundamente entendieran que esta foto es una denuncia”, apostilló, convertida sin quererlo en símbolo de la libertad de expresión y de la lucha contra la censura tiempo antes de que la ultraderecha entrara en los ayuntamientos y procediera a vetar con todo descaro.
Tras su aparición en los Goya de 2022, Eduardo Casanova acabó denunciando ante la policía los mensajes de “profundo odio” de contenido “homófobo y serófobo” que estaba recibiendo por parte de violentos e intolerantes con su condición sexual. “Amenazas de muerte, la dirección de mi casa… Fui con mi madre, que me acompañó a la comisaría, y tuve que poner los audios que me habían enviado… cuando vi su cara escuchándolos me sentía culpable. Decía ‘qué he tenido que hacer mal para que mi madre lo tenga que pasar así de mal’”, confesaba en septiembre en el programa Master Chef Celebrity. Unos meses antes, el actor y director protagonizó una polémica por llamar ‘carapolla’ al alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, en un concurso televisivo. La respuesta del político se unió a los agravios recurrentes en las redes sociales y aún fue un poquito más allá: “Nada más que decir porque sería darle más publicidad y quizás con eso lo único que conseguiríamos es que hubiera alguna persona más de las dos o tres que van a ver sus películas subvencionadas con cargo a todos los españoles. Y si esto se hubiera dicho de un político o de una política de izquierdas, ardería Troya en España”.
El machismo, por supuesto, también está persistentemente presente en estos discursos de odio. Lo sabe bien, por ejemplo, Inés Hernand, no por una ni por dos veces en particular, si bien hace justo dos años recibió todo tipo de ofensas por decir que la Constitución Española es una “buen thriller como lectura”. “La cogería de los pelos y la arrastraría por media España”, comentaba ufanamente un tuitero, entre otros mensajes de contenido sexualmente violento. También sabe muy bien de qué va todo esto la actriz, directora y guionista Sara Sálamo, quien denunció públicamente los mensajes con insultos y vejaciones por salir públicamente en defensa de la futbolista Jenni Hermoso en agosto. “Hola @policia a ver cuándo llega el momento de rastrear todas las IPs y dejar de consentir este tipo de agresiones y amenazas, aunque sean virtuales”, lamentaba en Twitter, donde su marido, el futbolista Isco, también era atacado por posicionarse del lado de la deportista. “Que va a decir este calzonazos si su mujer es otra que había que matarla y tirarla al río”, fue uno de los ataques que llevaron a Sálamo a denunciar la situación.
Otra figura pública acostumbrada a batallar en las redes sociales es Anabel Alonso, quien el pasado verano protagonizó una refriega al saberse que iba a ser pregonera en Béjar, un ayuntamiento gobernado por PP y Vox. Como es habitual, las balas se disparan antes de preguntar, porque luego resultó que la actriz no iba a cobrar nada de las arcas públicas, si bien sus detractores derechones no perdieron la oportunidad de dedicarle ofensas variadas, también relacionadas con su homosexualidad, aprovechando la coyuntura. Un caso concreto para ejemplificar lo que es una constante para la actriz, quien a pesar de todo no ceja en su activismo progresista, igual que Carlos Bardem, también muy aficionado a Twitter, con la intensa urticaria que eso provoca en sus críticos, y quien sabe perfectamente que esto viene de largo, pues hace ya cerca de una década lo sufría en primera persona. Nada nuevo bajo el sol, si bien es cierto que actualmente el discurso se ha recrudecido, intensificado, envenenado y amplificado peligrosamente.
Una actitud belicosa que se ha agudizado desde la entrada de la ultraderecha en las instituciones, prácticamente coincidiendo en el tiempo con el bochornoso parón ordenado por la policía del concierto de Rocío Sáiz en durante el Orgullo en Murcia en junio por enseñar sus pechos. “Me dijeron que o me ponía la camiseta o me iba esposada”, denunció la artista antes de que la Policía Local se disculpara y abriera expediente sancionador contra el inspector que detuvo su actuación. Este suceso motivó a su vez el gesto de apoyo de Eva Amaral haciendo lo mismo en el último festival Sonorama, convirtiéndose en el suceso del verano (hasta el ‘caso Rubiales’ de días después) con multitud de opiniones, columnas de prensa y, claro, insultos iracundos rebosantes de machismo. Para terminar de cuadrar el círculo, Rocío publicaba un vídeo de su padre apoyando a Amaral que desataba una avalancha de comentarios fuera de lugar de contenido político. “Luego acaba en una cuneta y tres generaciones de rojos llorando por él”, puede ser, por qué no, uno de los más destacados que resumen el odio inexplicablemente generado entre la parroquia más conservadora.
Otra mujer incansable en su activismo es Itziar Castro, a quien las palabras malsonantes no van a conseguir amedrentar bajo ningún concepto. Son, no en vano, ya unos cuantos años denunciando la gordofobia, el acoso, el machismo, la violencia de género o la equidistancia ante la ultraderecha. “Me han insultado por gorda, feminista y lesbiana, en ese orden“, llegó a decir en una entrevista. Para terminar, una lección de Rosalía contra el machismo en dos tuits muy rapiditos de la pasada primavera, cuando fue víctima de unas fotos manipuladas por un músico sevillano con el que aparentemente estaba desnuda. “Ir a buscar clout [influencia / popularidad] faltando el respeto y sexualizando a alguien es un tipo de violencia y da asco (…) El cuerpo d una mujer n es propiedad pública, no es una mercancía para tu estrategia de marketing. Esas fotos estaban editadas y creaste una falsa narrativa alrededor cuando ni te conozco. Existe algo llamado consentimiento y todos a los que os pareció gracioso o plausible espero de corazón que un día aprendáis que venís de una mujer, que las mujeres somos sagradas y que se nos ha de respetar”, explicaba con rabia la artista, autora a su vez, cómo olvidarlo, de uno de los tuitazos más inesperados y que más diatribas provocaron en su contra: “Fuck Vox”.
Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/cultura/mereciamos-tiro-dado_1_1659040.html
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