En medio de la niebla, en una zona industrial del suroeste de Francia, un complejo de apartoteles se funde con el cielo gris dominante. Se acerca un hombre de pelo blanco. Es Jehad. Hace diez días que fue evacuado de Gaza, donde nació hace 55 años, con su mujer y sus trillizos de 6 años, justo antes de que entrara en vigor la tregua acordada entre Israel y Gaza el viernes 24 de noviembre.
Nos acompaña a su alojamiento provisional en la primera planta de uno de los edificios del complejo. Sólo una escalera le da acceso a su piso, un obstáculo para un hombre al que le amputaron las dos piernas hace unos quince años y que camina gracias a unas prótesis. Jehad espera ser realojado por France Horizon, la asociación que le apoya desde su regreso, en un lugar más adaptado.
Su mujer le abre la puerta del apartamento amueblado de tres habitaciones donde la familia llegó nueve días antes con tres maletas de ruedas y las mochilas de los niños. Jehad nos invita a sentarnos y tomar un café, con su paquete de cigarrillos siempre a mano.
Las ojeras delatan la falta de sueño, y Jehad admite que “no duerme bien”. El recuerdo de los bombardeos no parece haber abandonado a la familia, que tiene pesadillas todas las noches.
Y además está la preocupación por los que se quedaron atrás. “Mis padres son de un pueblo cercano a Ashqelon. Tuvieron que huir en 1948”, explica Jehad, que obtuvo la nacionalidad francesa en 2000, tras estudiar y trabajar en Francia. Tras aquel éxodo, sus padres reconstruyeron sus vidas y su hogar en la Franja de Gaza. Como mucha gente después de la Nakba –término árabe que significa “catástrofe” o “desastre”–, el exilio de los palestinos tras la creación del Estado de Israel en 1948.
Tras estudiar humanidades en la Universidad de París 1, Jehad prosiguió su carrera en Burundi, Darfur, Chad, Yemen y Jordania. A finales de 2010, tras serle amputadas las piernas por una enfermedad, pudo regresar a Gaza gracias a que encontró trabajo en la ONG Première Urgence internationale.
Jehad ha vivido las guerras de 2012 y 2014 y el conflicto de once días de 2021 entre Hamás y el ejército israelí. Pero para él, nada puede compararse con lo que está ocurriendo actualmente en la Franja de Gaza. Un “castigo colectivo”, dice, con “destrucción total de barrios”, por no hablar de los cortes de agua y electricidad ordenados por Netanyahu. “Antes, todavía había suministros a través de los puntos de comercio con Israel, vía Egipto, y la gente tenía suficiente para comer y beber, y más o menos electricidad… Esta vez, es la hambruna como arma de guerra“.
Jehad deposita sus esperanzas en la tregua instaurada tras el acuerdo entre Israel y Hamás: “Que continúe y que podamos alcanzar un alto el fuego, una solución pacífica basada en la resolución de Naciones Unidas y en la solución de los dos Estados. La seguridad de Israel y de los palestinos nunca podrá garantizarse sin justicia para ambos. Para que esta tierra sea compartida entre dos pueblos”.
También deplora lo que considera el doble rasero de los países occidentales, que alimenta el rencor. “Personalmente, me habría gustado que Francia se esforzara mucho más en su posición conocida, es decir, su apoyo a la solución de los dos Estados. Pero, por desgracia, no lo hemos visto lo suficiente”.
A cientos de kilómetros, en la región de Île-de-France, otra palestina también sueña con un alto el fuego más duradero. Sonia, de 27 años, fue repatriada con sus tres hijos a principios de noviembre. La joven vivía en el norte de Gaza, en el barrio de Toam, adonde se trasladó en 2012, a punto de cumplir 18 años. Tras estudiar árabe en la universidad, consiguió un contrato como profesora en el Instituto Francés de Gaza.
Su marido se negó a abandonar el enclave palestino para quedarse con sus padres, ya mayores, que se niegan a abandonar su tierra y su casa, aunque sólo queden ruinas. Ahora ella se aferra a sus mensajes, enviados casi a diario, que dicen: “Seguimos vivos”.
Esta suspensión de los combates es importante para ella, ya que es su única esperanza de reunirse con su familia: “Como mi marido no va a aceptar dejar a sus padres en una situación así, es la única manera de que venga a Francia”.
El 7 de octubre, Sonia estaba en su piso de Gaza. “Me dije enseguida que la situación iba a ser crítica y que iba a desembocar en una guerra que podía durar meses”. Los primeros ataques alcanzaron su barrio. “Normalmente llaman para decir que van a bombardear y que tenemos que evacuar. Pero esta vez no nos avisaron“. Presa del pánico, se limitó a coger su bolso con documentos importantes. “En medio del miedo y el terror, no hay tiempo para pensar.”
Jehad también pensaba que lo peor estaba por llegar. “Cuando vi que Hamás había vuelto a entrar en el sur de Israel, me dije que iba a ser una escalada de violencia, peor que las anteriores. Y al final se convirtió en una guerra”. En el barrio de Toam, cerca de la frontera norte con Israel, pronto empezaron los bombardeos. Sonia recuerda que salió de su piso con su hijo de 2 años en brazos y sus otros dos hijos de 7 y 10 años detrás.
En la calle, corrieron durante más de tres kilómetros entre “humo, llamas y el estruendo de las bombas” hacia el centro de Gaza. Se refugiaron en casa de un familiar cerca del hospital Al-Shifa. “La misma tarde que llegamos, recibió una llamada diciendo que evacuáramos. Unas horas más tarde más de lo mismo, nos encontramos en el mismo escenario, corriendo por la calle sin tener adónde ir”. Sonia, su marido y sus tres hijos encontraron refugio en una escuela de UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) en el centro de Gaza.
A diferencia de Sonia, Jehad y su familia no abandonaron inmediatamente su piso, situado a 250 metros del hospital Al-Shifa, en el barrio cristiano de la ciudad de Gaza. Cuando caía un misil, su edificio temblaba. A veces los bombardeos eran más intensos y la familia se refugiaba en el sótano de la casa del hermano mayor de Jehad, a pocos metros de distancia.
Cuando empezó la guerra, su primer instinto fue meter en una mochila todos los papeles importantes: “pasaportes, certificados de nacimiento, documentos familiares, diplomas”. Once días después del comienzo de la ofensiva israelí, su jefe de misión en Première Urgence Internationale, en contacto con las autoridades francesas, le pidió que abandonara Gaza. Así que Jehad partió hacia Jan Yunes, más al sur, para refugiarse en un centro de formación de la ONU. Se pusieron en camino nueve personas: su mujer, sus tres hijos, su cuñada, su cuñado y sus dos hijos, entre ellos un bebé de 2 años.
Durante tres semanas, los nueve vivieron en 9 metros cuadrados. “Las condiciones eran muy precarias. Cada día llegaba gente nueva. Tres o cuatro días antes de marcharse, la gente empezó a montar tiendas de campaña en la acera y en las callejuelas de los alrededores”.
El centro de formación, de 900 metros cuadrados, sólo tiene dos aseos para hombres y dos para mujeres, explica. “Había que hacer cola durante horas y a veces no había agua. Para los niños era difícil, así que la solución era una bolsa detrás de un olivo o una pared”.
También Sonia describe las precarias condiciones de la escuela de Unicef. “No había nada de comida, los niños no tenían pañales y yo no había cogido nada para el pequeño cuando me fui. Por la noche hacía frío, no había mantas, dormíamos en el suelo. Era caótico ver a cientos de niños durmiendo por el suelo, sin nada que comer. Tampoco había agua, y tuvimos que hacer cola durante cinco o seis horas para llenar un bidón de 15 litros para compartir entre 25 personas”.
Esos bidones servían para beber, lavar, fregar los cacharros y cocinar. “Mis hijos enfermaron por el agua no potable. Cuando llegamos a Francia, mi hijo de 2 años tenía una fiebre que no bajaba, estaba deshidratado y siempre tenía diarrea. Los médicos de la unidad de crisis me dijeron que no era grave, que mejoraría solo. Yo estaba indignada.”
Sentado junto a la ventana, con vistas al aparcamiento del apartotel, Jehad nos cuenta que los vendedores ambulantes que había en el centro de la ONU le permitieron arreglárselas para alimentar a su familia, además de las pocas latas de conserva distribuidas y sus escasas provisiones.
Sonia y Jehad cuentan las interminables colas que había para conseguir pan en las panaderías, tanto en la ciudad de Gaza, como en Jan Yunés, y el peligro de esa tarea diaria. “No puedes sentirte seguro”, confiesa Jehad, “incluso en el centro, donde nos sentíamos un poco más seguros que en otros sitios, había hombres armados a 200 metros, a nuestro alrededor. Te arriesgas en cuanto sales, incluso cuando vas a por el pan. Puedes morir en cualquier momento.”
Al otro lado del teléfono, entre el griterío de sus hijos, que acaban de volver del colegio, Sonia nos cuenta que se fue al paso fronterizo de Rafah, en la frontera con Egipto, a petición de la embajada francesa en Jerusalén, para facilitar su evacuación. Tras “buscar un chófer durante días”, partió finalmente “el 20 o el 19 de octubre, no lo sé con exactitud, debo admitir que allí perdí la noción del tiempo. Nos levantábamos con el sol, nos acostábamos con él y todos los días eran iguales”.
Fue entonces cuando se despidió de su marido y de su familia política. En la carretera, que se suponía segura, dice que vio “muchos coches calcinados, cadáveres, cosas que te traumatizan de por vida”. Intentó proteger a sus hijos diciéndoles que no miraran por la ventana. Ella misma intentaba no ceder al pánico, ni a la angustia de morir en aquel coche.
Jehad partió hacia el paso fronterizo de Rafah tres semanas después de llegar al centro de la ONU. Por el camino, tenían “miedo de morir en un bombardeo”. Cuando llegaron sanos y salvos, fueron alojados por la ONG para la que trabaja, que había puesto a disposición de sus empleados un “chalet, una especie de segunda residencia”. Las condiciones eran mejores. “Pude ducharme como es debido”.
Pero salir a la carretera, señala, es un lujo que no todos pueden permitirse. Muchos se han quedado en la ciudad de Gaza y en el norte del enclave, por falta de medios. La guerra y el bloqueo han hecho que los precios dentro de la Franja de Gaza se disparen: “Por ejemplo, para ir de Gaza a Jan Yunes, algunas personas han pagado 1.000 shekels, o 200 euros, mientras que en tiempos normales, son de 30 a 40 shekels en taxi”.
En Rafah, Sonia se alojaba en casa de un amigo de la familia esperando a que se abriera el paso fronterizo con Egipto. En contacto permanente con el consulado francés, esperaba una fecha, una hora, una luz verde, antes de que se cortaran las comunicaciones. “Me estresaba perderme la apertura de la frontera, así que me quedé escuchando la radio las 24 horas del día para asegurarme de que no me la perdía. Es difícil estar estresado todo el día en medio de los bombardeos. Y entonces empecé a perder la esperanza, me dije ‘bueno ya está, si me lo pierdo no importa. Nuestra vida se ha acabado, vamos a terminar como todo el mundo.’ Esperábamos la muerte a cada minuto.”
El 2 de noviembre por fin recibió una llamada. La salida estaba prevista para el día siguiente.
Aunque Sonia está triste por haber abandonado Gaza, se siente aliviada por sus hijos. “Perdí mi casa, no pude recuperar nada, también bombardearon el lugar donde trabajaba, el consulado francés. Así que pensé, ¿para qué quedarme, qué sentido tiene?” Llegó a Francia el 5 de noviembre.
“Llegamos al aeropuerto en un estado lamentable. Tenía una bolsa de plástico llena de cosas y mi bolso, lo único que me queda de toda mi vida en Gaza. Mis hijos iban en camiseta porque allí hacía calor, fue un cambio brutal.”
Jehad fue evacuado tres días después, con su mujer y sus hijos: “Realmente no pensaba que nos iban a repatriar. Pensaba que habría una salida. Que la comunidad internacional actuaría. Es increíble lo que está ocurriendo en Gaza. Va contra todos los valores humanos y los derechos humanos. Es una aberración.”
Jehad y su familia son atendidos por la asociación France Horizon y tienen acceso a psicólogos y alojamiento, pero Sonia se sintió bastante sola cuando salió del aeropuerto. “Me las arreglé sola. Inscribí a mis dos hijos mayores al colegio yo sola. Y menos mal que mi padre nos acogió, porque si no, no sé dónde habría dormido”. Lejos de las bombas, Sonia tiene que enfrentarse ahora a la normalidad de ser una madre sin recursos, sin ingresos y con tres hijos que mantener.
Caja negra
El lunes 27 de noviembre me reuní con Jehad en presencia de su familia. Sonia prefirió hablar por teléfono. De acuerdo con sus deseos, no he dado detalles precisos de dónde viven actualmente.
Traducción de Miguel López
Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/mediapart/seguimos-vivos-mensaje-palestinos-evacuados-espera-familias-gaza_1_1655211.html
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