Más allá de la altura de San Pedro, costa norte de Buenos Aires, el río Paraná forma un recodo que prolonga una curva en la tierra, cuya extremidad saliente se conoce por la Punta o Vuelta de Obligado. La Punta en sí es un barranco levantado en sus costados y ondulado en el centro hasta descender suavemente al río.
A esa altura el Paraná tiene cerca de 700 metros de ancho; y por ahí debían necesariamente pasar las escuadras de Gran Bretaña y Francia para llegar a Corrientes. En ese punto levantó sus principales baterías el jefe del departamento del norte, general Lucio Mansilla.
Mansilla era un probado veterano de la Independencia, con dotes singulares para sacar ventaja hasta de los peligros en que lo colocase la suerte de las armas. Por relevante que fuesen sus cualidades el hecho desgraciadamente positivo es que en esos momentos le faltaban recursos materiales para desenvolverlas.
Es el momento en que el águila enjaulada tiende inútilmente sus alas y devora el espacio con los ojos. Mansilla hizo cuanto pudo en procura de esos recursos, para impedirles el pasaje a los aliados. El 17 de noviembre, cuando supo que se aproximaban, reiteró su pedido de municiones, manifestando que las que tenía “sólo serían suficientes para un fuego de seis horas; y que era más que probable que si el enemigo atacaba esa posición, el combate durase mucho más”. Pero los aliados no le dieron tiempo.
Al día siguiente los buques enemigos fondearon del otro lado del Ybicuy, a dos tiros de cañón de las baterías de Obligado.
Mansilla montó cuatro baterías en la costa firme: la primera con dos cañones de 24 y cuatro de 16, a la altura de 50 pies sobre el agua y con explanada; la segunda a ciento diez varas de distancia de aquélla y 22 pies sobre el nivel del agua, con cañón de 24, dos de hierro de a 18 y dos de a 12, también con explanada; la tercera a cincuenta varas de distancia y en la tierra rasante con el río, con dos cañones de a 12 y uno de fierro de a 8, con explanada; y la cuarta a 180 varas de la primera de su derecha y a 62 pies sobre el nivel del agua, con 7 cañones de marina de a 10. Servíanlas 160 artilleros y 60 de reserva, parapetados tras merlones de tierra pisada entre cajones de poco más de dos varas de espesor y vara y cuarta de altura, y eran mandadas respectivamente la de la derecha, denominada “Restaurador Rosas”, por el ayudante mayor de marina Alvaro Alzogaray; la siguiente “General Brown”, por el teniente de marina Eduardo Brown; la tercera, “General Mansilla”, por el teniente de artillería Felipe Palacios y la cuarta “Manuelita”, por el teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne, el mismo que se ha visto figurar mandando la artillería federal en Don Cristóbal, Sauce Grande, Cagancha, Caaguazú y como 2º jefe de Martín García cuando esta isla fue tomada por los franceses.
Guarnecían estas baterías, en primera línea y en el flanco derecho, 500 milicianos de infantería al mando del coronel Ramón Rodríguez; y a la izquierda de éste, en la misma línea y a la altura de la batería “Restaurador” cuatro cañones de a 4 al mando del teniente José Serezo; más al centro y guarneciendo la izquierda de esta batería, cien milicianos al mando del teniente Juan Gainza; en el centro y guarneciendo los costados derecho e izquierdo de las baterías “General Brown” y “General Mansilla” 200 milicianos del norte al mando del teniente coronel Manuel Virto; y guarneciendo la batería del extremo izquierdo, 200 milicianos de San Nicolás al mando del comandante Luis Barreda, y en su flanco dos cañones de a 4 mandados por el coronel Laureano Anzoátegui y por el capitán de marina Santiago Maurice.
De la reserva, a cien pasos, apostados entre un monte, 600 infantes y dos escuadrones de caballería al mando del ayudante Julián del Río y teniente Facundo Quiroga, el todo bajo las órdenes del coronel José M. Cortina. A retaguardia de esta fuerza los jueces de paz de San Pedro, del Baradero y de San Antonio de Areco, Benito Urraca, Juan O. Magallanes, Tiburcio Lima con 300 vecinos que se les unieron en el último momento.
La escolta del general, 70 hombres, al mando del teniente Cruz Cañete en el centro, y a cuarenta pasos de la segunda línea de infantería. En el flanco izquierdo de la batería “General Mansilla” y en un mogote aislado estaban apoyadas unas anclas, a las que hacían tres cadenas, cuyos extremos sujetaba en el lado opuesto del río el bergantín Republicano armado con seis cañones de a 10, abocados en estibor con frente al enemigo, y al mando del capitán Tomás Craig, y las cuales cadenas se corrían por sobre las proas, cubiertas y popas de 24 buques desmantelados fondeados en línea. Con esto se propuso Mansilla mostrarles a los anglo-franceses que el pasaje del río no era libre; y obligarlos a batirse si intentaban forzarlo.
Mansilla distribuyó sus fuerzas según el cálculo de probabilidades respecto del modo cómo el enemigo podía traer el ataque. Si el enemigo al mismo tiempo que se presentaba con sus buques al frente de las baterías intentaba desembarcar fuerzas de artillería, la primera línea de infantería argentina operaba tan pronto como él. Si batiéndose de frente con sus buques intentaba desembarcar infantería por cualquiera de los flancos de la posición argentina, el coronel Rodríguez por la derecha y el comandante Barreda por la izquierda, podían repelerlos con su fuerza de reserva, con las piezas volantes distraer la fuerza del frente. Si batiéndose de frente, intentaba en medio del combate cortar las cadenas que atravesaban el río, se encontraba con los lanchones Místico, Restaurador y Lagis, con sendas piezas de a 6, al costado del bergantín Republicano y bajo los fuegos de la batería “General Mansilla”. Si intentaba esta misma operación con seis embarcaciones menores, u ocupar la costa opuesta del río y desembarcar allí la batería para construir baterías, Mansilla tenía preparadas en una ensenada vecina catorce embarcaciones con capacidad para doscientos infantes, ya adiestrados para acudir oportunamente al punto amenazado, y además diez lanchones sujetos a los barcos que obstruían el pasaje del río, y provistos de aparatos con materias inflamables.
En la tarde del 18 de noviembre, Mansilla destacó dos balleneras al mando de un oficial y veinte soldados para que practicasen un reconocimiento sobre los buques enemigos, fondeados como a dos millas más abajo según queda dicho. Al aproximarse casi a tiro de fusil a dichos buques, los bergantines Pandour y Dolphin les hicieron siete disparos a bala, y las balleneras se replegaron a las baterías.
Entonces Mansilla se dispuso al combate, expidiendo una proclama a sus soldados en la que levantando los derechos de la Confederación, les decía: “Considerar el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más títulos que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Vamos a resistirle con el ardiente entusiasmo de la libertad! ¡Suena ya el cañón! ¡Tremola en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!”
Mansilla verificó el día 19 un otro reconocimiento con tres lanchones.
Los vapores aliados Fulton y Firebrand les tiraron algunas balas de a 80, y las escuadras vinieron a fondear a tiro de cañon de las baterías de tierra. A las 8 y media de la mañana del 20 de noviembre de 1945 avanzaron sobre las baterías de Obligado los siguientes buques ingleses y franceses: fragata a vapor Gordon, llevando la insignia del comandante en jefe sir Charles Tothan, con seis cañones de 64 y cuatro de a 32, fragata a vapor Firebrand, comandante J. Hope, con seis cañones de a 64 y cuatro de a 32; corbeta de vela Camus, comandante Inglefield, con dieciséis cañones de a 32; bergantín Philomel, comandante Sullivan, con diez cañones de a 32; bergantín Fanny, comandante Key, un cañon de 24. Franceses: bergantín San Martín (buque de la armada argentina apresado en Montevideo) con la insignia del comandante en jefe Trethouart, y con dieciséis gonadas de a 16 y dos cañones de 24; vapor Fulton, comandante Mazieres con dos cañones de a 80; corbeta Expeditive, comandante de Miniac, con dieciséis cañones de a 18 sistema Paixhans, bergantín Pandour, comandante du Paje, con diez cañones de a 30, sistema Paixhans; bergantín goleta Procede, comandante de la Riviére, con tres cañones de a 18. Once buques con 99 cañones de grueso calibre y de los cuales 35 eran Paixhans, de bala con espoleta y explosivos, acreditados por los estragos que habían hecho en los bombardeos de México.
A las 9 de la mañana rompen sus fuegos sobre las baterías los bergantines Philomel y Procede y goleta Expeditive, que servían de vanguardia. La banda del batallón Patricios de Buenos Aires hace oír el Himno Nacional Argentino.
El general Mansilla, de pie sobre el merlón de la batería número 1, invita a los soldados a dar el grito tradicional de “¡Viva la Patria!”.
Y a su voz arrogante y entusiasta, el cañón de la patria lo ilumina en sus primeros fogonazos. Media hora entran en acción todos los buques, y el combate se hace general.
Los cañones franceses, sobre todo, comienzan a hacer estragos en las baterías, y se enfilan sobre las dos primeras de la derecha arrojándoles una lluvia de bala y de metralla, cuyo poder y cuyo alcance los pechos de los soldados argentinos sienten por primera vez. Sin embargo, las baterías de tierra ponen fuera de combate a los bergantines Dolphin y Pandour.
A mediodía, Mansilla comunica a Rosas que los enemigos no han podido acercarse a la línea de atajo, pero que dada su superioridad cree que lo conseguirán, porque a él le faltan las municiones para impedirlo.
Pocos momentos después el capitán Tomás Craig, comandante del bergantín Republicano, que sostenía la línea de atajo, pide municiones, porque ha quemado el último cartucho. A la respuesta de que no hay municiones, hace volar su buque para que no caiga en poder del enemigo, y va con sus soldados a tomar el puesto de honor en las baterías de la derecha, que a la sazón tienen tres cañones desmontados y catorce artilleros y dos oficiales muertos.
Los buques aliados avanzan hasta la línea de atajo; las baterías dirigen a ese punto todos sus fuegos; las aguas allí quedan cubiertas por nubes de pólvora que remolinean en alas de vértigo que a todos domina, de los antros del Paraná parece levantarse un volcán que arroja en todas direcciones colosales serpientes de fuego entre estrépitos de muerte que llevan el terror a la distancia.
En el plano prominente de este cuadro está Mansilla y su esfuerzo prodigioso, y su vida que respeta la metralla, y su espíritu, pendiente de una probabilidad halagüeña, concentrados en ese punto del río Paraná, donde se juega el derecho y la honra de la patria que él defiende.
Hay un momento en que esa probabilidad parece sonreírle: es cuando los cañones de las baterías hacen retroceder a la corbeta Comus, ponen fuera de combate al bergantín San Martín y apagan los fuegos del cañón de a 80 del Fulton.
Pero simultáneamente una lancha del Firebrand puesta al costado del Fulton, se lanza adelante: un jefe inglés Hope, corta la cadena a la que estaban sujetos kos barcos que obstruían el río y el Firebrand y el Fulton, seguidos a poco del Gordon, pasan al otro lado recibiendo los fuegos de los cañones del coronel Thorne, pero flanqueando el extremo izquierdo de las baterías.
Mientras tanto la poderosa artillería de la Expeditive, enfilada durante tres horas consecutivas sobre el extremo derecho, desmonta los mejores cañones de la batería, mata casi todos los artilleros, y a las 4 de la tarde el ayudante Alzogaray quema en su cañón de a 24 el último cartucho que le quedaba.
La batería de Thorne es un castillo incendiado. Allí se sienten las convulsiones estupendas del huracán que ilumina con sus rayos una vez más la vida, y que a poco fulmina la muerte entre sus ondas.
El estampido del cañón sacude la robusta organización del veterano Brown y de la defensa de Martín García, como el eco de su segunda naturaleza que lo subyuga. El mismo dirige las balsas.
El blanco está en sus ojos que de antiguo está acostumbrado a poner en éstos su vida rodeado de sus cañones, con los cuales había hecho la amalgama heroica a que se refiere Víctor Hugo en su “Année Terrible”.
Pero Thorne no tiene más que ocho carronadas de a 10, contra doce cañones de 64, dos de a 80 y ocho de a 32. Asimismo le hace al enemigo estragos que compensan los que ve a su alrededor. Cerca de las 5 de la tarde se cuentan sus pocas municiones. Su indomable energía no desespera.
Dominando el despechado furor de su impotencia, comienza a economizar sus tiros y dispone a sus pocos soldados para el caso de un desembarco que prevé. Al darles colocación pica una bala que levanta una enorme masa de tierra, y con ésta al intrépido Thorne, quien se fractura un brazo y la cabeza al caer contra un tala y queda privado del oído para siempre. Por esto sus viejos compañeros le llamaban el Sordo de Obligado.
Queda todavía el cuadro final; de colorido semejante al que presenta San Martín caído en San Lorenzo a la par de sus granaderos entreverados, y salvado a brazo de héroe por el sargento Cabral.
Desmontados casi todos los cañones de las otras baterías, destruidos los merlones, muertos casi todos los artilleros, y sin un cartucho que quemar los que quedaban, los aliados lanzan su infantería de desembarco protegiéndola sin cesar con los cañones de sus buques. Mansilla se coloca a la cabeza de su diezmada infantería y manda cargar a la bayoneta.
Al adelantarse con esos bravos milicianos que habían presenciado a pie firme los estragos de ocho horas de bombardeo, esperando el momento de entrar en acción, Mansilla es derribado por un golpe de metralla en el estómago que lo pone fuera de combate.
El coronel Ramón Rodríguez a la cabeza de los patricios llevó otra carga a la bayoneta, y repelió todavía a los asaltantes; pero éstos penetraron al fin por los puntos de las baterías que habían destruido completamente.
“Cuando los marineros ingleses desembarcaron a la tarde, dijo el entonces capitán Sullivan, del Philomel, al devolver treinta y ocho años después la bandera que tomó de la batería de Thorne, el coronel Rodríguez con los restos de su regimiento solamente mantuvo su posición en retaguardia a pesar del fuerte fuego cruzado de todos los buques”.
Los aliados contaron en Obligado con 150 hombres fuera de combate, quedando muy maltratados tres buques, y principalmente el Pandour y el Fulton.
“Siento vivamente que este bizarro hecho de armas haya sido empañado con tanta pérdida de vidas, -dice el contraalmirante Inglefield en su parte al almirantazgo británico-; pero consideramos la fuerte posición del enemigo, y la obstinación con que fue defendida, tenemos motivos para agradecer a la Providencia que no haya sido mayor”.
Los argentinos tuvieron 650 hombres fuera de combate y perdieron diez y ocho cañones, varios lanchones y una bandera.
“El combate con las baterías comenzó a las diez de la mañana y duró hasta las cinco de la tarde, -se lee en l´Annuaire Historique, de Lesur- (París, 1847): durante siete horas no se dejó de hacer fuego de parte a parte. El combate de Obligado quedará como un brillante hecho de armas para ambas marinas”.
La victoria que alcanzaron los aliados era problemática. Ellos forzaron el pasaje del río Paraná y quizá dominarían todo este río.
Pero no podían avanzar tierra adentro, que por sobre la resistencia que encontraron desde el principio acababan de sublevar contra ellos todas las fibras de un pueblo viril atacado en sus hogares.
Autor: Adolfo Saldías fue un historiador, abogado, político, militar y diplomático argentino. Nacimiento: 6 de septiembre de 1849, Buenos Aires. Fallecimiento: 17 de octubre de 1914, La Paz, Bolivia. Cargo anterior: Vicegobernador de la provincia de Buenos Aires (1902–1906)
Fuente de esta noticia: https://elindependienteiguazu.com/2023/11/22/la-vuelta-de-obligado-por-adolfo-saldias/
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