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“Lo que está al otro lado es la Palestina ocupada”, dice Mohamed, un libanés de 35 años del sur del Líbano, señalando un muro de varios metros de altura levantado entre Líbano e Israel. Esa separación de un kilómetro de longitud fue construida en 2012 por Israel entre los pueblos de Kfar Kila, en el lado libanés, y Metoula, demostrando la desconfianza del Estado hebreo hacia su vecino del norte.

Apenas unos metros separan las banderas amarillas del Hezbolá libanés, una poderosa milicia chií respaldada por Irán, de las de su enemigo jurado. Las banderas israelíes son incluso claramente visibles un poco más altas, en el lado libanés, desplegadas por los tanques israelíes que circulan detrás del muro.

Tan cerca, pero tan lejos: la frontera, ya intransitable entre Líbano e Israel, dos países técnicamente en guerra que se enfrentan cada poco desde 1948, se incendió el 7 de octubre, cuando Hamás, el partido islamista que controla la Franja de Gaza, lanzó una ofensiva mortal contra territorio israelí.

El ataque fue acogido inmediatamente con satisfacción por Hezbolá, que, en apoyo de su aliado Hamás, se enzarzó en intercambios diarios de disparos con el Estado hebreo. Desde hace más de diez días, el estruendo de las explosiones resuena a diario en el extremo sur del país. Aunque el pueblo de Kfar Kila estaba tranquilo ese día, la zona es escenario frecuente de enfrentamientos entre Hezbolá e Israel.

La violencia, que se ha cobrado decenas de vidas, entre ellas la de un periodista de Reuters, se concentra actualmente en unas pocas localidades de la frontera, desde las granjas de Shebaa, en el sureste, hasta Naqura, en el suroeste. Pero muchos temen que el conflicto entre Hamás e Israel se extienda al país del cedro. Varios países, entre ellos Estados Unidos, han pedido a sus nacionales que abandonen Líbano. El gobierno libanés anunció el jueves un plan de emergencia en caso de que el conflicto se extienda.

Según el New York Times, durante su visita a Israel el miércoles pasado, Joe Biden advirtió a los dirigentes israelíes sobre una posible ofensiva a gran escala contra Hezbolá. Esta guerra en dos frentes podría arrastrar a Estados Unidos e Irán al conflicto.

Aunque el gobierno libanés se opone oficialmente a entrar en guerra, la decisión no parece depender de él. Es Hezbolá, descrito a menudo como un Estado dentro del Estado, un importante partido político y un grupo armado, quien lleva las riendas, con Irán, su principal apoyo financiero, detrás.

Por el momento, el partido chií no parece enviar señales definitivas sobre su implicación en el conflicto, lo que deja a Líbano a la espera de una posible chispa que encienda la mecha, como una invasión terrestre de la Franja de Gaza, que algunos creen que podría obligar a Hezbolá a acudir en ayuda de su aliado, o un desbordamiento imprevisto que forzara la escalada.

Muchos habitantes del sur del Líbano, región controlada en gran parte por Hezbolá, dicen estar preparados para esta eventualidad. “Nos gusta la paz, como a todo el mundo, pero es Israel quien nos impone la guerra. Si hace falta nos defenderemos”, afirma Mohamed. “Israel lleva décadas atacando y ocupando Líbano, así que no se trata de una cuestión política: es una cuestión de proteger tu tierra del enemigo”.  

El testimonio de Mohamed, parecido al de decenas de otros recogidos en las aldeas del sur del Líbano, difiere notablemente de lo que se escucha en otras partes del país, opuestas a cualquier conflicto. En un Líbano extremadamente polarizado, algunos culpan directamente a Hezbolá de su actitud belicosa, que corre el riesgo de sumir al país en el abismo.

Pero en el sur del Líbano, la historia con Israel, el “enemigo sionista” como se le suele llamar, es especialmente dolorosa. Está marcada por conflictos, el más reciente de los cuales se remonta a 2006. Esa guerra, que enfrentó a Israel y Hezbolá, causó una gran destrucción en los pueblos del sur y se cobró más de 1.200 víctimas del lado libanés, principalmente civiles, y un centenar de víctimas en el israelí, principalmente militares. También es una historia relativamente reciente de ocupación, que terminó en 2000, cuando las tropas israelíes abandonaron el sur de Líbano, 22 años después de su primera invasión.

“He crecido oyendo historias de asesinatos de inocentes”, dice Hussein, un joven de 22 años de la aldea de Qana, vestido de negro, el uniforme que llevan los combatientes del movimiento Amal, aliado de Hezbolá. La localidad ha estado marcada por dos tragedias que cuentan con monumentos conmemorativos.

La primera fue el bombardeo israelí en 1996 de una base de cascos azules de la ONU donde se habían refugiado muchos civiles, en el que murieron 106 de ellos. La segunda fue el ataque a un edificio en 2006, en el que murieron 28 personas, entre ellas 16 niños. “No tengo miedo a morir, sería incluso una bendición en esta guerra”, dice Hussein.

Como él, varias generaciones han crecido con historias de “martirio” alimentadas por una propaganda bien elaborada y mantenida por Hezbolá y Amal. Este “martirologio” se traduce en un culto a los combatientes caídos por la “resistencia” contra Israel, cuyos retratos se suelen ver a lo largo de las carreteras y en los edificios.

En la comunidad cristiana de Deir Mimas, un pequeño pueblo tradicional de 1.500 habitantes situado a 2 kilómetros de la frontera, el tono es menos combativo. “Nadie quiere la guerra”, dice Merhej, un agricultor de 60 años, sentado a la mesa de su cocina con una impresionante vista de las montañas que casi hace olvidar que hay un conflicto a pocos kilómetros de distancia.

Sin embargo, señala una experiencia compartida con los chiíes de la región en su antagonismo hacia Israel. “Las bombas israelíes no distinguen entre pueblos cristianos y musulmanes; afectan a todos los libaneses”. Relata cómo su pueblo fue atacado durante la guerra de 2006, causando graves daños, entre ellos a la iglesia y el cementerio. El bombardeo mató a una persona e hirió a varias más. “Tardamos un año en reconstruir el pueblo, y los misiles también dañaron algunos de nuestros huertos, hasta hoy”, dice.

“En cualquier caso, es lamentable, pero la decisión no nos pertenece ni a nosotros ni al Estado, sino a Hezbolá. Así que no sirve de nada tener miedo, y si es así, nos serviremos un poco más de arak“, añade, llenando un vaso con esta bebida alcohólica anisada, mojando un trozo de pan en un cuenco de aceite de oliva recién prensado.

Mientras para los pueblos del sur, lejos de la frontera, el conflicto sigue siendo objeto de debate, para los desplazados que han tenido que huir de los bombardeos ya es una realidad. “Destruyeron nuestras casas y nuestros olivares, así que nos hemos visto obligados a marcharnos”, se lamenta una residente de Dhayra, uno de los pueblos más castigados por los combates.

Ella es una de los cientos de personas que se han refugiado en una escuela convertida en centro de desplazados, en Tiro, ciudad del sur del Líbano alejada de los combates. La mayoría de los pueblos fronterizos han quedado desiertos, incluso los no afectados directamente, pues el trauma de 2006 ha vuelto precavidas a las familias.

Según cifras oficiales, hay más de 2.000 desplazados, algunos de los cuales han sido acogidos por sus familias en zonas seguras, otros en centros de alojamiento temporal. Por el momento, la situación está bajo control, y el número de desplazados sigue siendo bajo, según el director de la unidad de emergencias de Tiro, Mohamed Mortada. “Estamos gestionando las reservas día a día, nos falta leche y medicinas, pero sobre todo si la situación empeora se va a complicar, porque ya estamos al máximo de nuestra capacidad”.

Dice que está trabajando con organizaciones locales e internacionales para hacer llegar ayuda adicional, ya que el Estado libanés, que atraviesa desde hace cuatro años una de las peores crisis económicas de su historia reciente, es incapaz de prestar asistencia a pesar de que la crisis humanitaria aún no ha comenzado.

Traducción de Miguel López

Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/mediapart/lejos-cerca-pueblos-sur-libano-temen-guerra-inminente-israel_1_1623944.html


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