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Vie. Nov 22nd, 2024
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Al otro lado del teléfono, la voz de Jaldiah Halawa, áspera y entrecortada, ya ni intenta tranquilizar a su marido. “Tus dos hijas no pueden dormir por el ruido de las bombas. Nos estamos quedando sin nada, seguimos sin agua ni electricidad y no tengo casi nada para alimentarlas“. Es una conversación acelerada, dictada por la necesidad de ahorrar batería en el teléfono.

“Cada vez que la llamo, siento que la situación es un poco más desesperada”, confiesa preocupado Mohammed Ibrahim Halawa. Ayer, antes de colgar, me dijo: ‘Si no morimos a causa de las bombas, será de hambre o de sed. No sé cuánto tiempo podrán seguir así”.

Desde el 7 de octubre, el ejército israelí impone un bloqueo total a los 2,2 millones de habitantes de la Franja de Gaza. El sábado 21 de octubre, pudo entrar en Gaza un primer convoy de 20 camiones con casi 44.000 botellas de agua y 60 toneladas de alimentos y suministros médicos, a través del control fronterizo de Rafah, en la frontera egipcia. El domingo, sólo pudieron entrar 17. Una ayuda insuficiente, según Naciones Unidas, que estima las necesidades humanitarias de la población en 100 camiones al día.

Separado de su familia por cien kilómetros, Mohammed pasa los días postrado en un colchón en el polideportivo de Yenín. Como él, han encontrado refugio en esta ciudad del norte de Cisjordania cerca de 400 gazatíes que trabajan en Israel. De los 18.500 permisos de trabajo concedidos por Israel a los gazatíes, más de 5.000 trabajadores están repartidos por las principales ciudades palestinas desde el inicio del conflicto, una política adoptada por el Estado hebreo para combatir políticamente a Hamás y comprar una relativa calma aliviando la lacra del paro, que afecta a casi el 50% de los habitantes del enclave palestino.

El sábado, tras el ataque de Hamás en el sur de Israel, varios miles de trabajadores se quedaron tirados, sin poder regresar a Gaza. “Recibí un mensaje en las redes sociales diciéndome que mi permiso ya no era válido y que tenía que abandonar Israel inmediatamente. Conduje directamente de Haifa a Cisjordania. Los compañeros que tardaron en salir fueron detenidos por la policía israelí”, explica Mohamed. Sin dinero ni alojamiento, esos gazatíes fueron acogidos por la población palestina. En Yenín, los lugareños les proporcionaron comida, colchones y ropa. “Me quitaron el teléfono cuando pasé por el puesto de control de Baqah, pero los lugareños me dejaron uno para que pudiera mantenerme en contacto con mi familia”, explica Mohamed, agradecido.

En las escaleras que llevan al gimnasio, Qusaï acaba de colgar el teléfono con su familia en Jan Yunis, en la Franja de Gaza. “Fue una llamada rápida, pero oí varias explosiones. Mi familia está en el sur, pero nadie se salva en esta guerra”, explica este licenciado en matemáticas por la Universidad Al-Aqsa de la ciudad de Gaza.

A pesar de la orden de evacuación emitida por las autoridades israelíes para más de 1,1 millones de gazatíes que viven en la mitad norte de la Franja, al parecer sólo la mitad de ellos se han ido a las localidades del sur. La familia de Mohamed Halawa no ha tenido más remedio que quedarse en su piso de Jebelya. “Varios miembros de mi familia son discapacitados de nacimiento, tienen problemas para desplazarse y uno de ellos nació sin piernas, así que no pueden irse”, se lamenta Mohamed.

El 21 de octubre, el ejército israelí lanzó nuevos mensajes desde el aire en Gaza. El mensaje decía en árabe: “Todo individuo que no haya dejado el norte para el sur podrá ser considerado miembro de una organización terrorista”.

Iyad tenía previsto regresar a Gaza para ver a su familia cuando estalló el conflicto. Durante los últimos diez meses, ha alternado treinta días en Israel y unos días de descanso con su familia. “Cada mañana, cuando me levanto, temo enterarme por las redes o por mis amigos y familiares de que mi familia ha muerto en un bombardeo. Me gustaría estar con ellos y morir con ellos“, dice Iyad. “¿Qué pueden hacer nuestras familias? Si salen es peligroso, si se quedan dentro es peligroso”, añade este padre de tres hijos.

En este centro de acogida, hay malas noticias a diario. En los últimos días, seis trabajadores se han enterado de que sus familiares han muerto. A pesar del apoyo mutuo, el ambiente en el centro es tenso. Aquí, la espera y la distancia son cargas insoportables. “Sólo nuestros cuerpos están aquí, pero nuestras almas están totalmente en Gaza. Pensamos constantemente en nuestra familia, nuestros amigos y nuestros vecinos. Pasan los días y no sabemos si volveremos a verlos con vida”, se lamenta Qusaï.

Doble angustia para estos trabajadores. Desde los ataques del 7 de octubre, varios centros como el de Yenín han sido asaltados por el ejército israelí en busca de combatientes de Hamás. En el Al-Feneiq Center de Belén fueron detenidos por las autoridades israelíes 42 trabajadores, sospechosos de estar relacionados con los atentados del kibutz del sur de Israel. “Pueden aparecer en cualquier momento, todo el mundo está en alerta constante”, explica uno de los trabajadores. “A algunos tenemos que darles antidepresivos para calmarlos”, admite Kifah Abou Srour, director del centro.

Frente a la angustia, la rabia. Es la única emoción que les mantiene implicados en una guerra que se libra sin ellos, lejos de ellos. “Esto no es una guerra, ya no es un bombardeo a mujeres y niños mientras duermen, ya no es un bombardeo a hospitales. Lo que hay es un deseo de borrar a los gazatíes del mapa con el apoyo de Occidente“, explota Iyad, “es realmente la única manera para Netanyahu de seguir en el poder”.

Pero para Qusai, abandonar Gaza es impensable: “Nacimos en Gaza, nuestra familia y nuestra tierra están en Gaza y allí moriremos. Tenemos el deber de resistir, de lo contrario se apoderarán de toda Palestina y expulsarán a todos los árabes de sus tierras”. Para estos gazatíes, que se sienten prisioneros desde hace 17 años, la resistencia de los habitantes es la única esperanza que les queda. “Le pedí a mi hija de 10 años que se fuera con su hermana y su madre, y me dijo que moriría en esta casa”, cuenta Iyad, preocupado y orgulloso a la vez.

Traducción de Miguel López

Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/mediapart/angustia-rabia-drama-trabajadores-refugiados-cisjordania-familias-gaza_1_1622783.html


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