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Pozzuoli (Italia), 20 oct (EFE).- En el Golfo de Nápoles, cerca del gran Vesubio, hay un territorio que tiembla cada día por un fenómeno volcánico subterráneo que lleva años elevando el nivel del suelo. Aunque los moradores de esta agitada comarca juran vivir sin miedo, siempre están alerta por lo que pueda ocurrir.

La localidad de Pozzuoli, en la periferia napolitana, se escurre entre el mar y las crestas de varios cráteres, algunos submarinos, que forman parte de una enorme y activa caldera volcánica que los antiguos griegos ya bautizaron como “Campos Flégreos”, una tierra ardiente.

Desde las alturas, toda la zona aparece punteada con grandes y pequeños cráteres que dan fe de un pasado agitado, como el llamado Monte Nuevo, creado por una violenta erupción en 1538, mientras al fondo se alza, dormido, el gigantesco y legendario Vesubio.

El área suscita preocupación por el fenómeno del “bradisismo”: la acumulación de gas o magma en las entrañas de la tierra hace que el nivel del suelo aumente o descienda, como una respiración telúrica que se repite desde el origen mismo del mundo.

Esa dilatación provoca a su vez fracturas en la corteza terrestre desatando constantes terremotos. El Instituto Nacional de Geofísica (INGV) contó este septiembre 1.106, uno de ellos 4,2 grados, el mayor en cuatro décadas.

Este año la velocidad media de deformación del suelo es de 15,3 milímetros al mes y desde enero de 2022 subió 26,5 centímetros.

Sin embargo, en Pozzuoli reina la calma, aunque su suelo tiemble y su aire se impregne cada día de un intenso hedor a azufre que emana de las entrañas del cráter de la Solfatara, cerrado al público desde que en 2017 engullera a una familia.

“Últimamente estamos un poco más agitados porque las noches no son tranquilas, la casa se mueve, pero no son sacudidas fuertes. Aquí o convives con este fenómeno o te vas. De bradisismo no ha muerto nadie”, reconoce a EFE Nino, sentado en una plaza cuyos edificios perdieron varias plantas en una adecuación sísmica hace décadas.

Gloria no es de Pozzuoli. Llega cada mañana desde Nápoles para trabajar en una zapatería, pero ya se ha hecho al temblor: “La última sacudida fue ayer, y fue fuerte, pero honestamente no sentí nada porque me he acostumbrado”.

Los efectos del bradisismo son especialmente visibles en la costa: el mar se aleja a medida que la tierra se hincha.

De hecho, el puerto antiguo aparece seco los días de baja marea, con decenas de barcas encalladas a los pies la vieja Iglesia de La Asunción, a la que se encomendaron generaciones de pescadores antes de salir a faenar más allá del Golfo.

En el nuevo puerto, con una lonja donde cada madrugada se vende el pescado fresco de la suculenta cocina napolitana, los marineros se quejan porque sus barcos rozan el fondo cuando van cargados.

“Está obstaculizando la navegación”, alega Alessandro, pescador de las codiciadas anchoas de esta zona que pasa la mañana charlando con otros colegas en el muelle, como gatos al sol.

Pero al mismo tiempo exhibe la resignación de sus convecinos: “Quien ama Pozzuoli aprende a vivir así. Es verdad que no estás completamente tranquilo, yo tengo dos hijos, pero te acostumbras (…) Quiero a mi ciudad y no la cambiaría por otra”.

La situación está constantemente controlada por el Observatorio del Vesubio, en cuyos monitores se dibuja cada temblor y se ven las humaredas de los cráteres, mientras los sensores miden la calidad del aire de los Campos Flégreos.

“Es como vivir sobre una olla a presión”, ilustra un funcionario vigía, apartando un instante la vista de la pantalla.

Naturalmente también preocupa una eventual erupción o un terremoto más fuerte de lo habitual, pues en la zona, precisamente no famosa por su orden ni infraestructuras, viven 480.000 almas.

El director del Observatorio, Mauro Di Vito, cifra con parsimonia cada dato, como la cantidad de dióxido de carbono expulsado o la velocidad de deformación del suelo: “En estos momentos no tenemos evidencias de una erupción”, tranquiliza.

En todo caso, el Gobierno ha aprobado un decreto con 52,2 millones de euros para preparar el área y analizar las zonas más expuestas, donde ya se llevan a cabo simulacros en escuelas y hospitales por lo que pueda pasar. Pues con las cosas de la tierra nunca se sabe.

Gonzalo Sánchez

Nápoles (Italia), 20 oct (EFE).- El Vesubio, el volcán cuya violencia arrasó urbes enteras como Pompeya hace milenios, sigue dormido y “sin señales de reactivarse”, al contrario que los cercanos Campos Flégreos, que agitan el suelo de la periferia de Nápoles (sur), explica a EFE el director de su Observatorio, Mauro Di Vito.

“El Vesubio tiene cierta actividad sísmica, aunque se trata de eventos de baja energía, y también actividad hidrotérmica, pero localizada solo en el cráter, es muy blanda y en estos momentos no nos está dando preocupaciones”, sostiene Di Vito.

El geólogo del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología es el ojo que todo lo ve en esta zona volcánica y agitada del Golfo de Nápoles, que controla junto a sus funcionarios a través de un sinfín de sensores, monitores y cámaras apuntados a cada cráter.

El Observatorio vigila en todo momento tres zonas volcánicas, empezando por el Vesubio, el coloso que recorta desde siempre el horizonte napolitano y que duerme desde 1944, cuando estalló en forma de humo y lava obligando a evacuar los pueblos a sus faldas.

También sigue el Estrómboli, un cono en mitad del mar entre la península italiana y la isla de Sicilia cuyas violentas y constantes erupciones deleitan a quienes lo visitan (e inspiraron a Roberto Rossellini la película de mismo nombre con Ingrid Bergman).

Pero el observatorio sobre todo controla los Campos Flégreos, una vasta caldera volcánica con decenas de cráteres en la periferia norte de Nápoles que no para de humear y rugir y que en los últimos tiempos ha desatado incontables terremotos.

Esto se debe a que en la panza de estos campos “ardientes”, como los bautizaron los antiguos colonos griegos, hay una masa de magma a unos 5 kilómetros de profundidad que emana gas, dilatando la rocosa corteza terrestre y causando las sacudidas en la superficie.

Este fenómeno se conoce como “bradisismo” y no solo está haciendo que los Campos Flegreos tiemblen, con 1.160 seísmos solo en septiembre -el mayor de magnitud 4-, sino que el nivel del suelo aumente hasta 15 milímetros al mes.

Pero además, cráteres como el de Solfatara o Pisciarelli emiten cada día entre 3.000 y 4.000 toneladas de dióxido de carbono.

“No prevemos fenómenos distintos en el corto plazo, pero nuestra atención es máxima para poder detectar posibles fenómenos que indiquen variaciones en el estado del volcán”, afirma Di Vito.

En definitiva, medir el humo o su composición química en esta zona “ardiente”, donde viven alrededor de 480.000 personas, es importante para detectar un aumento de la masa magmática hacia la superficie.

“No tenemos evidencias en este momento de aumentos de la lava, lo cual nos preocuparía porque podría conllevar una erupción”, asegura el experto.

El último estallido se produjo en 1538, con la expulsión de 0,02 kilómetros cúbicos de magma, y no solo destruyó un pueblo cercano, sino que dejó para la posteridad el conocido como Monte Nuevo.

“El control es fundamental para reducir el riesgo y planear un alejamiento preventivo de la población en eventos que podrían suceder en el futuro”, afirma Di Vito.

En este sentido, el Gobierno de Giorgia Meloni se ha tomado en serio la situación en los Campos Flégreos y ha decretado el desembolso de 52,2 millones de euros para diseñar un plan de respuesta ante un eventual desastre venidero.

Mientras, las administraciones locales colaboran con la Protección Civil en una “mesa técnica” para idear vías de fuga, entre otras medidas como simulacros o asistencia psicológica para los niños y ancianos afectados por estas sacudidas diarias.

“Decimos a las personas que deben permanecer tranquilas y saber comportarse en este caso, que no se dejen poseer por el miedo y que vivan y trabajen en lugares seguros”, recomienda el científico.

Fuente de esta noticia Infobae


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