Estos cinco años hemos sido testigos y protagonistas de eventos que creíamos no iban a pasar o volver a ocurrir, pero sobrevinieron. Precisamente esa es la definición de un “cisne negro”: un fenómeno altamente improbable que ocurre según la visión del inversor Nassim Nicholas Taleb.
Hemos tenido conflictos políticos agudos en Bolivia y en Chile (2019), la pandemia global del Covid-19 (2020), la recaída de Afganistán en poder de los talibanes (2021), la invasión rusa a Ucrania (2022) y las dolorosas tensiones en Medio Oriente (2023).
Lo más preocupante ha sido la forma en la cual éstos han ocurrido, se han manejado y se han interpretado. Un manto de oscuridad ha estado en cada uno de ellos con medias verdades y valoraciones morales inadecuadas.
Por ejemplo, los recientes ataques del grupo terrorista Hamas a Israel merecen claramente el repudio pleno. Secuestros, decapitaciones, asesinatos a sangre fría, son elementos que horrorizan y asombran en pleno siglo XXI; y son equivalentes a lo acontecido en Estados Unidos en 2001.
También es criticable la reacción de Israel por la crisis humanitaria que se observa en Gaza y sus costos en civiles. Como lo señalan los principales responsables de países y organismos internacionales, el país afectado tiene el derecho de responder a la agresión, pero dentro de los límites del derecho internacional.
En este aspecto me gustó una columna de Amanda Taub en el New York Times, donde decía que en el derecho público internacional el “por qué” y el “cómo” son dos aspectos distintos. Más allá de las motivaciones que tengan los países para la guerra, se deben seguir las formas y proteger a la población civil independientemente de a qué bando pertenezca.
Israel tendrá que medir muy bien cómo responder a este horrible ataque, porque una respuesta desproporcionada y fuera del derecho internacional podría escalar el conflicto en la región y conseguir, paradójicamente, el objetivo oculto de Hamas: alejar al pueblo israelí de una mejor convivencia con sus vecinos.
La paz perenne en Medio Oriente pasa por resolver el tema ineludible de la cuestión palestina y las aspiraciones de su pueblo de construir una sociedad jurídica y políticamente organizada. Israel podrá erradicar a Hamas, pero surgiría continuamente una versión renovada del movimiento terrorista bajo el pretexto de apoyo a Palestina, mientras no se solucione este tema.
También deberá evitar las vías rápidas, pero contraproducentes como lo fue la incursión apresurada en Afganistán e Irán después de 2001, que tuvo altos costos y nula e insostenible efectividad. El radicalismo sigue presente y los extremismos han vuelto al poder en esos países.
Es un tema claramente espinoso a todo nivel. En lo particular, tengo amigos tanto de origen judío como palestino a quienes aprecio mucho y sólo espero que algún día puedan convivir en paz y con la seguridad de que su familia y sus Estados no sean sujetos de ataques inhumanos y fuera del derecho internacional.
Considerando de nuevo todos los “cisnes negros” citados en su conjunto desde 2019, estos años han sido una verdadera locura y frustración. La economía mundial y nacional ha sido duramente golpeada y la política se ha convertido en arma de polarización y destrucción masiva. Familias, empresas y ciudadanos somos más frágiles y vulnerables después de todos esos eventos y hemos pasado a la desesperanza por la tensión que vemos en el mundo y el país.
Personalmente he tratado de evitar la ansiedad por los desafíos de la nueva situación y la depresión por el deterioro general concentrándome en el ámbito espiritual confiando en Jesús como Señor y Salvador.
Pese a mi espiritualidad, soy un convencido de que la fe se predica, no se impone. Lo propio con el patriotismo, donde me apego a la definición de George Orwell: “la devoción a un lugar y a un modo de vida en particular, que uno cree son los mejores del mundo, pero que no desea imponer a otros pueblos.”
Menos fundamentalismos evitarían varios “cisnes negros”.
Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.
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