En un bar del centro de Bogotá, zona comercial y populosa de la ciudad, veo que el viejo Paco le dice, no sin algo de desengaño, al cliente que puntual llega en las tardes a pedir un tinto “bien cargado”: “Mire, don Joaquín, yo voté por Petro porque me imaginé que su promesa de cambio era real, pero pasado más de un año veo que no es así. Un cambio es una ruptura, ¿usted ve eso por alguna parte?”.
Don Joaquín lo mira con algo de intriga, y le pregunta: –¿Romper con qué?
–Pues con todo cuanto hemos conocido en el país hasta ahora, con gobernar con los mismos de siempre, con una economía que solo favorece a los ricos, con la matadera de gente, con tanta mentira, con prometer y no cumplir, con no respetar la palabra empeñada…”.
Parece que el pecho del viejo Paco ha dejado escapar algo que lo ahogaba, que le impedía tranquilidad y descanso; su rostro recupera un aire fresco; es evidente que se trata de una persona que sufre con las medidas que anuncia el Gobierno pero que no concreta, con las reformas empantanadas en un Congreso controlado por los políticos del establecimiento, por la conciliación como dogma oficial.
–Pero entonces lo que usted quería era una revolución institucional –insiste don Joaquín, mientras aprovecha para dejarse seducir del aroma del café recién colado que se lleva a la boca.
–No sé si el cambio es igual a revolución –trata de explicar el administrador–, pero para mi la palabra significa ruptura, transformación total, no solo de apariencia, ¿o qué es un cambio? ¿Cuándo usted se cambia la camisa, se quita una sola parte de la prenda? Creo que nos prometieron lo que no era, y mi desilusión es total. Le confieso que jamás había votado, ahora me doy cuenta de que no valió la pena perder un domingo haciendo una larga cola, ansioso, lleno de esperanza.
Don Joaquín ya tenía la taza en sus labios, y saboreaba el primer sorbo hirviente.. Se notaba que meditaba sobre lo escuchado y con algo de pena ajena se retorcía en su silla sin encontrar acomodo. El silencio de los pocos habituales del bar dejaba escuchar un fondo musical de diversos estribillos que iban del amor satisfecho al insatisfecho, de las alegrías a las tristezas…
El cliente medita, y como si fuera en cámara lenta pone la taza en la mesa y al tiempo sella la espalda contra el respaldar del asiento. Vuelve y mira a quien lo atiende y le pregunta: –Muchas veces han prometido el cambio en Colombia, y no han sido pocos los políticos que así lo han arengado en sus campañas, ¿por qué no confió en esas ofertas? ¿Por qué no votó por ellos?
La pregunta sorprende al viejo Paco, así lo deja entender su rostro que desencaja una mirada de asombro. Es obvio que nunca le había cruzado esa posibilidad por cabeza. Sin dejar de atender a otros clientes que iban ocupando mesas, activando una y otra máquina tragamonedas, seguramente aprovechando los segundos para refinar la respuesta, voltea la cabeza desde la filtradora de café y responde sin vacilar:
–Porque eran los mismos de siempre, los que se han apropiado del país para beneficio propio; los mismos que han atizado la violencia que tiene el país erizado de cementerios clandestinos.
–¿Y entonces usted creyó que la izquierda era distinta?
–Sí señor. ¿Cómo no creer si se han pasado décadas bregando por ser gobierno? ¿Qué podría pensar de quienes no han dudado en sacrificar hasta la vida por ver un país distinto?
–Es lógico lo que piensa y deduce –comenta don Joaquín, mientras sabore el último sorbo de la taza.. Con igual deleite goza de la conversación, no sé si con afinidad de criterios, pero sí con curiosidad y tranquilidad de inspector veterano que deja correr aires entre una y otra pregunta, que escucha y contrapregunta, que trata de dejar caer cascarillas por aquí y por allá, que mira directo a los ojos cuando escucha a su contraparte.
Así, actuando como buen maestro en diálogos pausados, sin dejar recaer el entusiasmo, retoma sus preguntas, como el telescopio Webb, tratando de llegar hasta el más oscuro de los rincones del cerebro del amable viejo: –Entonces, qué piensa usted, ¿en qué se enredó el Presidente para llegar al punto de no cumplir con el cambio prometido en campaña electoral?
La pregunta no alcanzó a flotar unos segundos en el vacío, para que el interpelado expectorara con toda fuerza: –¡Porque no confían en la gente! ¡Porque no fueron capaces de romper con los mismos de siempre, y los metieron en la dirección de los ministerios y otras oficinas!
–Entiendo que a eso en política le dicen conciliación, afirmó don Joaquín parándose de su asiento, y amagando que metía su mano al bolsillo para cancelar su cuenta.
–No sé cómo le digan en política, pero sí que eso refleja falta de seguridad, de verraquera, de consecuencia, de jugársela con todo el cuerpo y toda el alma, confiando en quienes votamos por ellos. –Y sin tomar aire, continúo–: Es apenas obvio que quienes tienen el poder y amasan la riqueza, de manera directa, o como ventrílocuos de banqueros y empresarios santos y no tan santos, nacionales e internacionales, no van a ceder sus privilegios así no más, sin que los aprieten.
–Está usted en lo correcto. Pero olvida que ellos retienen aún el poder, y tienen con que hacer mate jaque cuando quieran. Pero esa realidad nos daría para horas de conversa, y ahora debo cumplir un compromiso. Pero deme su mano para felicitarlo por su café, está sabroso, se ve que hizo varios cursos en la Federación. Pero lo que más le agradezco es confiar en mi para dejarme gozar de su conversa. Solo una última cosa quiero decirle: el Presidente y la izquierda padecen de ingenuidad. –Una vez dicho esto no le dio tiempo a su contertulio para decir algo más, y salió del bar.
Lo vi salir y aproveché para mirarlo al rostro y noté un elusivo dejo de satisfacción Después dirigí la mirada al viejo Paco y vi en su rostro algo parecido, sin duda sentía un cierto descanso por la conversación sostenida. Un peso que lo agobiaba había sido descargado, al ritmo de aromas de la bebida que siembran miles de quienes esperarían el cambio en el que él confió. Para mi sorpresa, don Joaquín regresó unos instantes después. El viejo Paco le sonrió:
–¿Otro cafecito, don Joaco?
–No. ¡Qué carajo! Más bien sírvame un tintero doble. Y tómese usted otro conmigo..
Fuente de esta noticias es del Diario Publimetro Argentina: Leer más