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Sáb. Nov 16th, 2024
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Verónica Abad y Andrés Arauz.

¿Qué debería y qué no debería esperar el Ecuador de Verónica Abad y Andrés Arauz, los dos candidatos a la vicepresidencia?

El vicepresidente debería ser una fuente de gobernabilidad y confianza, no una bomba de tiempo que mantiene en tensión permanente tanto al país como al propio mandatario.

En ese sentido, en esta segunda vuelta los candidatos a vicepresidente de ambas fórmulas, Verónica Abad (Daniel Noboa) y Andrés Araz (Luisa González), constituyen un angustiante signo de interrogación para la ciudadanía.

Rezagos de otra época

Fue el expresidente José María Velasco Ibarra quien acuñó la famosa expresión ‘conspirador a sueldo’ para referirse a la figura del vicepresidente. Ese calificativo, tan abusado recientemente, es propio de aquella época; vale recordar que Velasco fue ‘traicionado’ por su vicepresidente en una ocasión y que, en otra —cuando en nombre de la participación y el pluralismo se elegían a presidente y vicepresidente no en binomio, sino por separado— tuvo que bancarse que uno de sus más enconados antagonistas ocupara la segunda magistratura.

Hoy por hoy, ni Daniel Noboa ni Luisa González parecen enfrentar una dinámica de ese tipo con su compañero de fórmula, pero sí entran en juego otros factores de la política nacional que debilitan a las respectivas candidaturas y, por ende, a la propia gobernabilidad.

Un dilema regionalista

En el caso de Ecuador, donde el regionalismo ha sido un factor determinante en el sistema político y en la configuración económica, la vicepresidencia solía ser un espacio de conciliación e integración.

Tradicionalmente, el vicepresidente debía proceder de la región supuestamente antagónica a la del presidente y tender puentes con los grupos de poder de dicho lugar, para ayudar a consolidar una gobernanza nacional. Esa receta ayudó a que, por ejemplo, diversos sectores de la Sierra identificados con el liberalismo económico y el anticomunismo se sumaran al apoyo a León Febres Cordero, o a que Jamil Mahuad accediera a importantes círculos políticos de Guayaquil por medio de Gustavo Noboa, aunque en ambos casos dichos binomios sufrieron fracturas internas antes del fin del mandato.

En otros casos, cuando un político contaba ya con una base nacional propia, cometía el error de subestimar la elección del vicepresidente, lo cual solía tener un elevado costo político. Eso fue lo que sucedió con Abdalá Bucaram y con Rodrigo Borja, a quienes su elección de vicepresidentes débiles les pasaría una alta factura al momento de tender puentes con la otra región.

Este tema parece no ser la prioridad para ninguno de los dos candidatos actuales. Andrés Arauz carece de una base electoral regional propia más allá de la del propio partido, tanto por su edad como por su pasado de funcionario antes que de militante. En el caso de Verónica Abad, entre muchas otras cosas, se puede decir que Noboa no tendrá en ella alguien que le ayude a tender puentes con la clase política quiteña, y que tampoco está claro a quién piensa confiar dicha tarea.

El futuro presidente o el tutelado fallido

El expresidente Rafael Correa importó al país una tendencia propia de varios países occidentales pero inusual aquí: la de ver y tratar al vicepresidente como un presidente en formación. Su primer vicepresidente fue luego presidente, y su segundo vicepresidente, que se perfilaba en su momento como su heredero, continúa sumamente activo. En el caso de los candidatos actuales a la presidencia, no se nota una sinergia con su binomio que permita asegurar que ven en él su inmediato continuador.

Sin embargo, en Ecuador tampoco ha funcionado la fórmula del vicepresidente como el verdadero mandatario que maneja al presidente como un fantoche. Esa acusación, vertida contra Alberto Dahik en su momento, al igual que contra Jorge Glas, Osvaldo Hurtado, Gustavo Noboa o María Paula Romo (cuando intentó que la Asamblea la eligiera para el cargo de vicepresidente), suele tener un profundo impacto en la imagen del vicepresidente.

Tanto Arauz como Abad han exhibido hasta el momento un excesivo deseo de protagonismo, contraproducente e incluso imprudente, pero han sido tan mal recibidos estos exabruptos por el electorado, que resulta difícil creer que quieran aspirar a convertirse en el ‘verdadero gobernante’. Sin embargo, ambos tienen una línea a todas luces más radical que la de su compañero de fórmula, algo que también recuerda al radicalismo que se podía reconocer en Alberto Dahik e invita a tener presente el final político que tuvo en su vicepresidencia.

El vicepresidente ausente

A su vez, el presidente Guillermo Lasso instauró la imagen de la vicepresidencia como irrelevante. Sea por cálculo del primer mandatario o por simple descoordinación, la verdad es que el vicepresidente Borrero ha tenido un rol de una discreción y de una intrascendencia que poco se corresponde con su vida empresarial y laboral. Hacer eso con su principal subordinado -su vicepresidente- debería resultarles imposible a González o a Noboa, tanto por las características personales de estos como por la sed que tiene la ciudadanía de volver a sentir la presencia del vicepresidente.

Ante todo ello, queda más vigente que nunca la pregunta de qué vicepresidente le espera a Ecuador. Es justo también preguntarse a quién obedece su presencia en la papeleta.

En el caso de Abad, ¿habría estado en el binomio sin la exigencia de paridad? Queda claro que su fecundidad en conceptos y eslóganes no se corresponde aún con un instinto político equivalente. Arauz, a su vez, ¿es más que un excandidato a presidente que se niega a aceptar la derrota y quiere colarse de otras maneras? Parecería no darse cuenta de cuánto daño le hace a las expectativas del país y a su propia campaña ese su afán de exposición.

A la larga, toda esta incertidumbre no es más que otro síntoma de los tremendos efectos del colapso del sistema nacional de partidos, que se entrega ahora a generar candidatos ilegítimos. ¿Qué está haciendo el país para que los partidos vuelvan a tener gestión y formación de cuadros? Esa es la pregunta que, conforme el descenso de la conciencia política de las masas se agrava, se tornará cada vez más importante.


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