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“Nunca he hecho una conferencia”, adelanta el autor español Jordi Sierra i Fabra al conectarse a una entrevista con este Diario desde Quito, donde cumplió una serie de visitas a escuelas, antes de venir a Guayaquil para participar en la Feria Internacional del Libro que se desarrolla en el Centro de Convenciones Simón Bolívar este jueves 21 de septiembre a las 11:00 y 17:00.

El autor prefiere las charlas. “Los chicos y chicas siguen siendo entusiastas, me conocen, han leído mis libros, y cuantos más años tengo, me ven como si fuese un patriarca”, ríe, y agrega que tiene 76 años. No tiene una temática definida, está decidido a contestar las preguntas de sus lectores, sean de libros, de música, de viajes o de cine.

Estas experiencias lo llevan a afirmar que no es verdad eso de que los niños y jóvenes leen muy poco. “Se lee mucho más que nunca. Cuando era niño, en mi escuela era el bicho raro. Hoy se lee mucho más, lo que ocurre es que no es igual leer que comprender. Si cien niños leen un libro y no lo entienden, a mí no me sirve, prefiero que lo lean diez y que lo entiendan. Por tanto, el problema no es si se lee mucho o poco, sino si se comprende lo que se está leyendo, y a los chicos les falta vocabulario y otras herramientas”.

El escritor atribuye esto a la tecnología móvil. “Están todo el día con el celular, pero no saben emplear palabras, construir frases. En España, por ejemplo, el gran problema es la comprensión lectora; (el país) está a la cola de Europa”.

Leer no es la única necesidad. “Un niño ha de jugar e inventar historias. Que te diga un niño que se aburre me parece inconcebible. Y todavía más que un papá o una mamá le regalen a su hijo menor de 12 años un celular. Le están dando un agujero negro por el que se le va a escapar la energía, porque (el flujo de contenido) es infinito”.

La ilustración trae a la memoria uno de los títulos de Jordi Sierra i Fabra, El niño que se cayó en un agujero (Libros del Zorro Rojo, 2008). Marc es un chico de 10 años que cae en un agujero que lo atrapa hasta el pecho, y se desespera al ver que la gente que pasa no tiene el poder o la inclinación de ayudarlo. Cuando lo encuentran los policías, desconfían de él porque tiene dos direcciones de domicilio, la del padre y la de la madre.

“El agujero es su depresión”, comenta Jordi. “Se cae y no puede salir hasta que alguien le explica que el agujero no está fuera, sino dentro de él. En este caso, es un niño con un problema, pero si a ese niño le das un celular, le añades un devorador de energía”.

¿Qué dar a los hijos en vez de un teléfono? “Tenga 5, 9, 10 o 12 años, lo mejor que pueden darles los padres es que hablen con ellos, que les cuenten historias y cuentos”. Y para los chicos también hay ideas: “Hablen con sus abuelos, pregúnteles, porque cuando los abuelos mueren, el niño y la niña se quedan sin su raíz. El abuelo posee la llave del origen, del pasado, y aunque cuente la misma historia cincuenta mil veces, hay que oírlo”, dice este abuelo de dos adolescentes de 15 y 18 años que están acostumbradas a que en cada año escolar haya uno o dos libros firmados por él.

Pero igual de importante que hablar con los niños, piensa Jordi, es saber escucharlos. El Marc de su historia pasa varios días tratando de convencer a la gente de que se ha caído en un agujero, pero nadie, salvo un perro y un mendigo, le entienden.

¿Cómo lograr que los libros sean objetos valiosos para los niños?

Los padres siempre quieren saber cómo convertir a sus hijos en lectores. Jordi dice que para él, esto fue un misterio. “Cuando tenía ocho años, no había dinero en mi casa, en mi colegio no había biblioteca, ni en mi barrio, pero sí una librería de segunda mano, así que tenía que vender periódicos viejos y con dos reales o media peseta podía alquilar un libro usado cada día. Para mí era como un palacio de libros viejos, sucios, polvorosos. Quería leer todos”.

Aún guarda los libros que leyó de niño. “Son mi tesoro. Un niño que no tenga libros en su habitación, no sé qué va a recordar de mayor, a menos que coja su celular y lo ponga en la pared con un clavo”.

¿Cómo lograr que los libros sean objetos valiosos para los niños? Quitándoles la etiqueta de que son para estudiar. “El niño o la niña confunde una novela con un libro de escuela”, dice Jordi, que sabe muy bien que sus novelas están en el plan de lectura de escuelas españolas y latinoamericanas. “Hago novelas para que la gente lea, nunca quise que un libro mío fuera un examen y que al niño le suspendieran por no saber tal cosa”.

No está en contra de que se lea en la escuela. “El niño que no lee está enfermo, y la única inyección puede ser que la escuela le haga leer”. Pero los exámenes y calificaciones son otra historia. “Mis libros actúan como abrelatas, los ponen en escuelas donde no se lee, para conseguir lectores, y estoy feliz de que mis libros sean siempre un punto de arranque”, asegura el autor, que añade que no escribe para niños, sino sobre niños. “Para que se diviertan”.

Para Jordi, el libro es un objeto primordial, básico, que hará entender mejor la vida y a uno mismo. “Es como un espejo, te obliga a hacerte preguntas, así que tiene un valor incalculable y hemos de rescatarlo”. Su forma de contribuir es escribiendo ininterrumpidamente desde hace 40 años. Lleva 583 títulos, y esta semana se ha publicado en España el número 556.

¿Alguna vez trabajó en algo que no fuera escribir? En construcción, a los 17 años, al acabar la escuela, hasta los 22 en que empezó como oficinista en el día y a estudiar por la noche para ser aparejador. “Odiaba ese trabajo y los estudios que mi padre, que era matemático, me obligó a hacer”. Pudo escapar de las dos cosas, pues empezó a escribir y ese mismo año recibió el cargo de director de una revista de música rock.

Su bibliografía es extensa tanto en narrativa como en historia, música, biografía y poesía. Además, ha desarrollado El método Sierra i Fabra, un libro para aspirantes (EditorialSiF.com). “Ahí cuento todos mis trucos para hacer guiones y crear personajes”. Escribir es lo que le ha dado libertad. “Escribo cuando lo siento y como lo siento, nadie me da órdenes y nadie me va a jubilar. Si eres artista, no dependes más que de ti mismo”.

Jordi se despide de esta entrevista con otro guiño a la ficción, haciendo el saludo vulcano, tomado del universo de Star Trek, que augura una vida larga y próspera a sus jóvenes lectores. (E)

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