Javier Milei, en funciones. Avaló el proyecto sobre Ganancias impulsado por Sergio Massa. Media sanción en Diputados
A un mes de las elecciones, Javier Milei encara la campaña con una determinación visible, sencilla. Se trata de afirmar un par de consignas fuertes que blinden su clave de éxito en las PASO y que, a la vez, lo alejen de las explicaciones posteriores que mostraron idas y vueltas en temas centrales como la dolarización y las reformas estructurales. Vuelta de tureca, entonces, con la “casta” y la motosierra. En principio, el término apuntaba a descalificar a “los” políticos y la ruidosa imagen, a advertir sobre una drástica reducción del Estado. Ahora, parecen más bien elementos fundidos para marcar un supuesto corte entre su proyecto y el resto. Un límite impreciso, flexible en realidad, para incluir o excluir de su propia casta
En los últimos días, y con Milei vuelto ya de lleno a la campaña, la realidad empieza a mostrar un recorte interesado de la categoría casta junto a inquietantes ingredientes conceptuales. Los puentes con sindicalistas de siempre y la intolerancia frente a las críticas son apenas signos de una construcción más profunda, que involucra el modo de entender la construcción política y el ejercicio del poder, en caso de un triunfo que lo coloque en Olivos.
Es notable como el candidato libertario es a la vez producto y combustible de la cultura política que dice venir a romper. La intolerancia y el reparto de insultos frente a las críticas de cualquier naturaleza están a tono con la grieta y más, con la fosa tóxica en las redes sociales. Ignorantes, corruptos, delincuentes, cucarachas, terrorista: son algunos de los términos para atacar desde economistas que rechazan la dolarización hasta Patricia Bullrich, foco de sus mayores cargas.
En una nota publicada el domingo en Infobae, Ernesto Tenembaum expone ese estado de cosas y destaca un punto: Milei no es una novedad absoluta en el ejercicio de la descalificación sin límites y, por el contrario, es hijo de una cultura política de décadas. Sin dudas, se trata de un fenómeno previo, que ya lo incluye, aunque con dos añadidos potentes. El primero: Milei es un exponente máximo de ese cuadro. Y el segundo: ahonda un ciclo en lugar de quebrarlo. En conjunto, un fenómeno a contramano de los primeros tramos de la recuperación democrática, más propio de este milenio y en especial, a partir del momento de esplendor de Cristina Fernández de Kirchner.
De todos modos, no sería el único rasgo de una política personal que asoma revulsiva, para algunos novedosa, a pesar de que navega a en las aguas más estancadas de la política actual. El “tacticismo” domina su campaña, algo que explica la conveniencia de buscar la polarización de manera original, evitando batallar centralmente con el candidato del oficialismo y tratando de anular a una rival, en un juego que le es funcional, en ese punto, a Sergio Massa. Alcanza para reponer las denuncias de un “pacto” desde la otra vereda. Más tradicional, en términos políticos, habían sido sus escasas apuestas directas en la sucesión de elecciones provinciales, particularmente la alianza con Ricardo Bussi en Tucumán.
La intolerancia que expone la elección de enemigos y la flexibilidad según la conveniencia son parte de la misma pintura que asoma detrás de su consigna central y de la motosierra. Milei se coloca como contracara de la “casta”, con pretensión binaria. Nada nuevo: el recorrido en la historia reciente expone ejemplos variados, en blanco y negro, para recrear la idea de réprobos y probos. El punto es además el lugar pretendido para distribuir bendiciones y anatemas.
Luis Barrionuevo tendió puentes con Milei. Una jugada clásica para disputar el área de Trabajo
Resultó notable el caso de los contactos directos con algunos jefes sindicales, además de informales conversaciones indirectas. Sería parte de la lógica, en la chance de ganar las elecciones, si se tratara sólo abrir el juego para sentar en la mesa a referentes de organizaciones que puedan asegurar algún grado de acuerdo efectivo, un entramado de contención social, en el contexto de la profunda crisis económica y el panorama del 2024. Y no sólo se trataría de la CGT.
Pero la cuestión ahora sería la proyección que abren esos gestos, en especial con Luis Barrionuevo, como construcción política propia y no como parte de un eventual juego de relaciones en el marco de crisis referido. En una reciente entrevista con Jonatan Viale, Milei hizo esfuerzos para evitar la aplicación de “casta” al dirigente del gremio gastronómico y figura histórica del sindicalismo menemista. “Soy de otro poder”, dijo el candidato para tomar distancia y sostuvo que, en todo caso, el papel y trayectoria de los jefes sindicales es un tema que deben resolver los “trabajadores”.
Ocurre que en estas horas circulan trascendidos sobre el tipo de trato que surgiría, al menos como pedido, en tales conversaciones. Un clásico: en caso de que el candidato libertario llegara a la Presidencia, asegurarse el área de Trabajo y la estructura de servicios de salud, que incluye el manejo de fondos para obras sociales.
Por supuesto, todo se anota en las especulaciones que circulan en medios políticos y empresariales sobre cómo construiría poder efectivo Milei si gana las elecciones. La movida barrionuevista parece anticiparse. Pero en sentido más amplio y sin contar contraprestaciones a cuenta, los señalamientos apuntan en dos direcciones: la relación con el Congreso y los gobernadores, donde gana terreno JxC, y los efectos de un triunfo libertario sobre las dos principales coaliciones.
Milei no escapa sino más bien se anota en la tradición de pretensiones hiperpresidencialistas. El ejemplo más a la vista son las declaraciones desde su círculo sobre la obligación que tendría el Congreso de avalar las propuestas del Ejecutivo elegido por “el” pueblo. Nada parecido a asimilar los orígenes y juego de contrapoderes. Y tampoco algo novedoso.
En la misma línea, la hipótesis de una implosión en JxC y el conglomerado peronista frente a un resultado de derrota alimenta una posible estrategia para elegir fragmentos de uno y otro espacio, definir “líderes” opositores para negociar y arreglar básicamente con jefes provinciales. Es decir, como viene ocurriendo con algunos de sus equipos, crear su propia “casta” en un clima de final de época. Sería el imaginario libertario, un tablero ideal, sin consideraciones sobre cálculos políticos ajenos, en un horizonte de extendida y profunda crisis económica.