Antonia Amaya, Curro Terremoto, Esteban de Sanlúcar, Paco Amaya, Paco Reyes, Leonor Amaya y otros miembros posiblemente de la compañía de Carmen Amaya. Archivo de Julio Puente (donación personal de Pepe Alonso) (The Conversation)
España Peregrina fue el título de una de las primeras publicaciones periódicas fundadas por los españoles que tuvieron que exiliarse tras la guerra civil.
De vida breve (unos meses del año 1940), se publicó en México. Allí se asentaron muchos de los creadores, intelectuales o científicos que formaron parte de lo que el filósofo José Gaos denominó el transtierro, en su afán por remarcar la sensación de haberse trasladado de una tierra de la patria a otra.
Las personas que a partir de 1936 llegaron a América Latina estuvieron marcadas por las circunstancias de partida, pero supieron acomodarse a su destino y destacar en distintas facetas profesionales.
Una eclosión de flamenco en América Latina
Los artistas flamencos también formaron parte de este traumático trasvase cultural y contribuyeron al desarrollo de estas formas artísticas en el Nuevo Mundo. Eran migrantes por causas económicas, bélicas o exiliados por motivaciones políticas.
Sin embargo, encontraron, especialmente en Argentina y México pero también en otras latitudes latinoamericanas, dos elementos cruciales para continuar desarrollando sus carreras.
En primer lugar, unas industrias del entretenimiento (teatro, cine, salas de fiestas, etc.) en auge. En segundo lugar, un público deseoso por consumir productos culturales que evocaran las formas artísticas españolas, entre las que el flamenco poseía un lugar destacado.
En este sentido, es paradigmático el caso del cine mexicano. Desde la segunda mitad de la década de 1930 y hasta bien entrados los años 50, tuvo lugar una eclosión de producciones conocida como su época de oro.
Retrato de Paquita de Ronda, alrededor de 1950. Simón Flechine SEMO: Fotógrafo. D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, CC BY-NC-ND (The Conversation)
Intérpretes flamencos como Florencio Castelló, Niño de Caravaca, Niño del Brillante, Pepe Badajoz, Paco Millet o Paquita de Ronda contribuyeron a asentar toda una veta creativa basada en la representación de cierta idea de lo andaluz, como ocurría en cintas como Sierra Morena (1945), Una gitana en México (1945), Pepita Jiménez (1946) o Los siete niños de Écija (1947), entre muchas otras.
Como queda dicho, la migración económica fue de la mano con las exclusiones políticas.
Las afinidades republicanas de artistas como Angelillo, Ana Sevilla o Rosario Núñez “la Andalucita” impidieron que pudieran seguir desarrollando con normalidad sus carreras dentro de las fronteras españolas.
El primero, que había llegado a ser considerado una de las figuras más destacadas de la escena musical española anterior al conflicto, buscó nuevos horizontes para su arte en Argentina. La segunda pudo reunirse con su familia en México. Sin embargo, falleció tempranamente durante una gira por Estados Unidos. La última, habiéndose asentado en América Latina antes del inicio de la guerra, apoyó a la República desde aquella región, como ha estudiado Ángeles Cruzado.
Una de las figuras exiliadas de mayor interés en lo que a la difusión del flamenco en Ciudad de México se refiere es la del escritor y conferenciante Domingo J. Samperio. Durante la década de 1950 contribuyó a divulgar este arte a través de sus artículos y conferencias, algunas de ellas impartidas en el Ateneo Español de México. Fue amigo personal de artistas como Carmen Amaya, Niño del Brillante o el guitarrista Víctor Rojas. En su pensamiento literario-musical se armonizan ideas cardinales del compositor Manuel de Falla con la estética de los también compositores Felipe Pedrell y Claude Debussy.
Esteban de Sanlúcar en Argentina
Acompañante de figuras anteriormente mencionadas como Carmen Amaya o Angelillo, hay otro nombre de excepción que desarrolló su trayectoria artística no solo en México sino en diferentes países de América Latina como Venezuela y especialmente Argentina: el guitarrista Esteban de Sanlúcar.
Esteban de Sanlúcar, con Rita Ortega y la China, en el tablao Los Canasteros (s. f.). Archivo fotográfico de Sergio E. Sartorio. (The Conversation)
De raíces sanluqueñas y con amplia actividad profesional en Sevilla, fue autor de composiciones como Panaderos flamencos, Mantilla de Feria y del zapateado Perfil flamenco, dedicado a Paco de Lucía. Considerado un prestigioso maestro de la estética guitarrística, hizo convivir su granado conocimiento del flamenco con un manifiesto sabor musical porteño a través de formas como la milonga, la vidalita o el tango argentino.
Integrado de pleno en la vida cultural de Buenos Aires, está considerado un elemento clave también en el plano docente, ya que tuvo la virtud de crear un conjunto de discípulos –como Camilo Salinas, Pepe Monreal o Manolo Yglesias– que han mantenido viva hasta el día de hoy la pasión por la guitarra flamenca en Argentina.
Las asociaciones de emigrantes
Esa creatividad fue también posible porque detrás había colectivos de aficionados y amigos, de espectadores y usuarios, receptivos a lo que artistas e intelectuales planteaban.
Un papel muy importante jugaron los distintos espacios de sociabilidad, entre los que las asociaciones de emigrantes tuvieron gran relevancia. Ya estaban arraigadas antes de la guerra civil, pero se crearon más con motivo de la misma. Sus funciones principales fueron la asistencia a quien llegaba a tierra extraña y la ayuda mutua; pero también la representación del colectivo, el establecimiento de relaciones, la realización de actividades culturales y de fiestas.
Rincón Familiar Andaluz, Buenos Aires. El flamenco tuvo un peso importante en esta asociación, creada en 1938 para apoyo de los emigrantes andaluces y de la causa republicana. Buenos Aires Flamenco (The Conversation)
En esto último, el flamenco tuvo presencia destacada en muchas asociaciones: actuaciones, celebraciones, clases de baile, charlas, tertulias. Era un flamenco híbrido, en plena época de la “ópera flamenca”, en entornos abiertamente cosmopolitas.
También se dieron en estas asociaciones reuniones privadas de aficionados. Por las mismas pasaban artistas asentados allí, así como los que estaban de gira por tierras americanas. Muchas veces estos iban después de haber actuado, en busca de un calor más allá de los grandes escenarios. Y, sobre todo, participaban aficionados que, a menudo, se iniciaban en ellas al conocimiento y al fervor por el flamenco.
Las asociaciones sembraron la presencia cotidiana de este arte, lo que contribuyó a su expansión, generando espacios sociales en los que el flamenco constituyó un símbolo de identificación que hizo más llevadera la vida en el destierro.
En conclusión, el conjunto de artistas a los que nos hemos referido se vieron impelidos a emprender en América Latina una segunda vida (volviendo de nuevo a las palabras de Gaos).
Esta, aun con lo que suponía de tragedias personales, tuvo, no obstante, un envés luminoso: la extensión con mayor potencia del flamenco por tierras americanas y, por lo tanto, la contribución a que surgieran nuevos intérpretes y creadores en aquellas latitudes. Gracias a los esfuerzos de todos ellos, los cordajes que atan musicalmente a ambas orillas se tensaron virtuosamente hasta el día de hoy.
* E. Gallardo Saborido es científico titular. Escuela de Estudios Hispano-Americanos/Instituto de Historia, CSIC., Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). FC Ruiz Morales es profesor titular de Antropología Social, Universidad Pablo de Olavide. FJ Escobar Borrego es titular de Universidad. Área de Literatura Española., Universidad de Sevilla.
Publicado originalmente en The Conversation.