Uno de los destinos más demandados y visitados en nuestro país es la Costa Brava. Y no es para menos, pues sus preciosas calas y pueblos marineros conforman un paraíso natural único en España. De hecho, la provincia de Girona recibió el año pasado 8,4 millones de turistas, de los cuales la mayoría (7,3 millones) pasó unos días en este litoral tan especial. Estos datos demuestran el potencial turístico de la zona; no obstante, algo que todos vemos a priori beneficioso se ha tornado en los últimos años en una problemática ecológica y social.
Con sus 214 kilómetros de costa, la Costa Brava ve como en verano sus playas se abarrotan de turistas hasta el punto de tener que compartir casi la sombrilla. La masificación turística derivada de la urbanización sin control es el principal conflicto que afecta a esta zona, un hecho que se ha extrapolado de manera directa a la vida de los vecinos, que tienen que intentar convivir con las consecuencias del turismo en masa, además de ser testigos de los cambios que sufre su entorno año tras año.
Un paraíso natural amenazado
La entidad SOS Costa Brava emerge como la principal defensora de este destino tan preciado. La asociación, que agrupa a una veintena de asociaciones y colectivos que luchan por el mismo objetivo, la defensa de este territorio, lleva desde 2018 intentando advertir de las heridas de la Costa Brava. La presidenta de SOS Costa Brava, Irene Gisbert, atiende a Infobae España: “El principal objetivo es parar la especulación urbanística en la Costa Brava. Tenemos suficiente turismo, no hay más agua, no hay más playas, no hace falta construir nada más”, afirma.
Uno de los aspectos más afectados como consecuencia de este problema es el hermoso patrimonio natural con el que cuenta este litoral. Sus playas y calas más emblemáticas se ven abarrotadas de turistas que hacen de la convivencia un reto tanto para los vecinos como para ellos. Así, bañarse en el agua se vuelve una batalla por encontrar un sitio entre lanchas, barcas y una marabunta de gente, que en ocasiones no respeta las normas.
Este último asunto es otro de los puntos de inflexión, pues en ocasiones las embarcaciones sobrepasan el espacio delimitado, convirtiéndose en un peligro potencial para los bañistas. A su vez, latas de refresco, cerveza o colillas inundan la arena y el terreno debido a la falta de conciencia sobre la preservación de esta belleza natural. Aspectos que afectan de forma directa y grave a la biodiversidad del entorno.
“El patrimonio natural se degrada muchísimo, sobre todo el fondo marino. Por ejemplo, la posidonia, que es superimportante, se ve afectada cuando las barcas echan el ancla sin ningún tipo de control o cuando está muy masificado el mar. Todo eso la estropea”, explica Irene. Sin embargo, dentro de lo malo cabe destacar que es un destino muy estacional, por lo que “da tiempo a que parte se recupere”.
Una construcción sin control
La incesante llegada de turistas lleva a la construcción de edificios a primera línea de playa, destruyendo así el litoral y perjudicando el paisaje. Para hacerse una idea, en toda la Costa Brava, el Parque Natural de Castell-Cap Roig es la única zona protegida donde no se puede construir. En ella solo hay nueve masías que están ahí desde hace más de un siglo. Estas fueron casas de pescadores y de gente del pueblo, pero hoy en día la mayoría son segundas o terceras residencias de gente adinerada que pasan escasas semanas al año ahí.
“Deberían dejar de hacer segundas residencias, puede haber hoteles para que la gente vaya cuando quiera. O sea, nosotros no negamos el turismo, pero si decimos que ya no hay más recursos hídricos y que la gente ya no cabe en las playas, entonces no tiene ningún sentido que se siga construyendo”, indica Gisbert. No obstante, a pesar de la gran problemática a la que se enfrentan los vecinos, hay opiniones dispares y distintos intereses.
“A una parte de la población le parece que el modelo está bien así y que no hace falta ampliarlo más, que quieren un turismo de calidad y saben que se tiene que reducir. Y luego hay otros vecinos que tienen piscinas o restaurantes que piensan que cuanto más llenen sus negocios de turistas, mejor para ellos, están encantados porque como solo vienen unos meses, no tienen que dar explicaciones”, afirma Irene. A esto se le suma la pasividad por parte de los Ayuntamientos “lo cuales no tienen sensibilidad por el territorio”.
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Uno de los sectores que más se podría ‘beneficiar’ de este problema son los hoteles y, sin embargo, es uno de los más concienciados. “Tienen muy claro que no necesitan más, que necesitan funcionar, pero que no se tiene que construir más. Pero, evidentemente, el que tiene el negocio de los jardines, por ejemplo, cuantos más mejor”.
Posibles soluciones
La solución a este problema parece sencilla: dejar de construir. Aunque desde SOS Costa Brava van más allá, pues ven como mejor solución comenzar a deconstruir, y desde la figura del Conservatorio del Litoral comprar terrenos y renaturalizar todo lo que se pueda. A esto le acompaña el papel fundamental que juegan los Ayuntamientos, los cuales “deben tener mayor sensibilidad”.
“Hoy por hoy, la mayoría no hacen nada para la defensa del territorio, a pesar de decir que sí. Tienen que empezar ellos a comprar terreno y desclasificar algunas zonas que aparecen urbanizables cuando en realidad son montañas, bosques de pinos…”, señala Gisbert. Otra de las demandas que ven necesarias desde la entidad es establecer un modelo cualitativo en el que se tenga un control sobre, por ejemplo, la cantidad de turistas que pueden entrar en un pueblo.
“En verano los pueblos quedan colapsados. La gente hace caravanas de kilómetros, necesitan una o dos horas para moverse tres kilómetros. Así, son los Ayuntamientos quienes deben ir marcando que modelo de turismo quieren. Es evidente que viven del turismo, pero de esta manera tan masificada no tiene sentido”, indica la presidenta.
Fuente de esta noticia Infobae
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