Los restos de la mujer fueron arrojados en una maleta al Riachuelo en agosto de 2007. Un supuesto “espíritu maligno” la había señalado “culpable” de una infidelidad. Su propia familia la asesinó.
Un día invernal de 2007, hace ya 16 años, una valija que apareció flotando en el Riachuelo a la altura de La Matanza fue el presagio de lo se recordaría después como uno de los crímenes más espeluznantes de la historia argentina. En el interior del equipaje solo encontraron el torso de una mujer, un osito de peluche y una tarjeta del Día del Padre.
Los restos de la víctima permanecieron como “NN” durante meses hasta que, recién a principios del año siguiente, le pudieron poner nombre y apellido al horror. Se trataba de Vanesa Giunta, una mujer de 27 años que había sido torturada, quemada y descuartizada en un departamento de Villa Lugano en medio de un ritual satánico.
Con el avance de la investigación se determinó que Vanesa no había sido víctima de un asesino misterioso sino de personas de su círculo más cercano. Su novio, la tía de él y la pareja de la mujer fueron condenados por la Justicia a la pena de prisión perpetua en mayo de 2010. El desencadenante del crimen había sido una supuesta infidelidad.
Las piezas del rompecabezas
El nombre de Vanesa Giunta ingresó en el radar de la Justicia en febrero de 2007, pero entonces la causa era por averiguación de paradero y recayó en la Fiscalía de Instrucción Nº11 de Juan Andrés Necol.
Sin embargo, la investigación dio un vuelco inesperado a partir de la declaración de un testigo que aseguró que Guinta había sido asesinada, dio detalles precisos de cómo la habían matado, pero además señaló el lugar en donde habían sido descartados sus restos: las costas del río Matanza.
Fue entonces cuando las piezas del rompecabezas empezaron a encajar y los investigadores pudieron vincular el caso de la mujer desaparecida con el contenido macabro dentro de la valija que había encontrado un hombre que se dedicaba a limpiar la orilla del río, en las cercanías de la Isla Maciel.
La testigo clave que facilitó el esclarecimiento del hecho había sido una adolescente de 18 años en ese momento llamada Yoana Bustos, hija de la mujer que resultó condenada a la pena máxima por el crimen de la víctima.
“El espíritu maligno”
La reconstrucción ubicó a todos los protagonistas de la trágica historia en un departamento del quinto piso del edificio ubicado en las calles 2 de abril y Montiel del Barrrio Piedrabuena en Lugano. Ese era el domicilio de Stella Maris Bustos, tía de la pareja de Vanesa y padre de sus dos hijas, Julio César Bustos.
En base al testimonio de la testigo, Yoana, un “espítitu maligno” le había revelado a su madre que Vanesa le era infiel a su marido (sobrino de Stella Maris), y se desató la locura: los Bustos, – con ayuda de la pareja de Stella Maris, Julio César Ramírez -, atacaron a golpes a Vanesa, la prendieron fuego y mientras agonizaba le sacaron los dientes con una pinza y le cortaron los dedos.
El jefe de la División Homicidios, comisario Claudio Tapia, fue el encargado de confirmar que se habían encontrado rastros de sangre en el interior del departamento y que todo indicaba que esa había sido la escena del crimen.
“También se secuestraron elementos con los que se habría producido el descuartizamiento: serruchos, cuchillos y tenazas. Se supo que la víctima había sufrido otro tipo de lesiones: la habían quemado, le extrajeron los dientes, la quemaron con cucharas metálicas al rojo y le cortaron sus manos previamente a su muerte”, detalló en aquel momento Tapia, en diálogo con Crónica.
Perpetua para tres
Stella Maris y Julio César Bustos fueron detenidos en mayo de 2008 y condenados el 13 de mayo de 2010 por el Tribunal en lo Criminal Nº 22 a la pena de prisión perpetua por el homicidio agravado de Vanesa Giunta.
Distinta fue la suerte de Julio Ramírez, pareja de Stella Maris Bustos, quien fue declarado en rebeldía y logró mantenerse prófugo hasta el 31 de marzo de 2011. Ese día la policía detuvo en Pompeya a un hombre denunciado por violencia de género. El sospechoso se identificó entonces como Julio “Ortiz”, tal era el apellido de su padrastro, pero sus huellas digitales lo pusieron en evidencia.
Se trataba en realidad de Julio Ramírez, el sujeto con pedido de captura por el aberrante crimen de Vanesa, quien además ya había estado varios años preso en otra causa y había salido en libertad condicional en 2004. El TOC 22 juzgó también al último detenido por el homicidio de Vanesa y lo sentenció a la misma pena que a los Bustos: la pena máxima.
En su fallo, los camaristas explicaron: “En casos como el de autos, en que hubo varias personas intervinientes, el ‘reparto de trabajo’ en un desarrollo delictivo no se puede diferenciar en el terreno de la imputación entre autoría y participación: cuando muchos intervinientes armonizan entre sí, su círculo de organización, de tal suerte que en conjunto –como colectivo- organizan un delito, responden todos en el mismo rango, aun cuando posiblemente por cuotas diferenciables”.
El silencio del dolor
Enriqueta Banegas, la mamá de Vanesa Giunta, la buscó desesperada durante casi un año entero hasta que el inesperado testimonio de Yoana Bustos la reunieron por fin con la verdad.
La mujer se hizo cargo de sus nietas, que tenían entonces siete y tres años, y se alejó para siempre de la atención mediática. Nunca tampoco se pudieron encontrar ni la cabeza ni las manos de Vanesa.
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