Carlos Fajardo @carlosFajardila
Columnista- Opinión
De un tiempo para acá, digamos de tres años y medio para acá, la seguridad en la capital colombiana ha sufrido un gran, progresivo y peligroso deterioro.
A diario centenares de ciudadanos son asaltados, vejados, sometidos por ladrones de esquina, matones de vereda que, bajo la protección de las polisombras y los maletines, los trancones eternos, la falta de autoridad y vigilancia, convirtieron las calles destrozadas y caóticas de la ciudad en su coto de caza.
Abunda el talento criollo y, cada vez con mayor frecuencia, la acción de grupos de delincuentes procedentes de la hermana república, que compiten con los nacidos en este sufrido y ensangrentado territorio sin dios ni ley en sevicia, crueldad y una terrible eficacia en la perpetración de sus crímenes.
Las páginas de los diarios destilan sangre, la crónica roja consume páginas y páginas en las rotativas, se convierte en tema de todos los días entre los vecinos en las casas, las calles, el Transmilenio, los sitios de trabajo y, de vez en cuando, en la retina de la administración, si es que se puede llamar así, de la decepcionante Claudia López.
Como si fueran pocos los escándalos de esta elusiva administración, ora la corrupción, ora el desgreño, ora los “buenos negocios”, ora las controvertibles decisiones que echan al traste las promesas de campaña de la belicosa alcaldesa, los bogotanos tenemos a diario conocimiento de más y más asaltos, robo de celulares, fleteo, cosquilleo, y ahora, con cada vez más dolorosa frecuencia, muertes de ciudadanos indefensos a manos de criminales anónimos.
De qué valieron los miles de cámaras instaladas en todos los rincones de la ciudad si, como confesaba un político con intenciones de reemplazar a la alcaldesa en ejercicio, una buena parte de ellas, de por sí insuficientes, se encuentran averiadas.
¿Acaso el problema se va a resolver llenando la ciudad de policías?
¿Será que la solución estriba en construir más y más cárceles según el modelo Bukele?
Mientras los “expertos” desconocidos a los que apelan los diarios, los noticieros y la administración polemizan en los espacios mediáticos repitiendo lugares comunes, verdades de Perogrullo, la hemorragia no cesa, la más reciente víctima una joven universitaria de 20 años a quien un criminal le rapa su celular en un bus de Transmilenio,
La Señora alcaldesa, quien desde hace varias semanas nos agobia con sus trinos en los que asegura, poco más o menos, que la inseguridad en Bogotá se debe a que el gobierno nacional no le ha asignado 1500 0 2000 policías más, en otras ocasiones se va lanza en ristre contra los jueces, contra los derechos, contra los propios policías, contra las víctimas, contra sus propios funcionarios de menor jerarquía, como no dudó en hacerlo al poner en la picota pública a un humilde conductor de bus articulado quien con impotencia veía cómo más de treinta energúmenos se subían a su vehículo sin pagar el pasaje, jamás ha aceptado su propia responsabilidad como jefe de policía de la ciudad, como cabeza administrativa de la misma, sale a lamentar la muerte de esa joven ciudadana en circunstancias en las que todavía no se sabe si de verdad se lanzó en persecución del ahora homicida o se resbaló o simplemente fue empujada por uno de los cómplices en el interior del bus.
Hastiados de su ejercicio oportunista e ineficaz, los ciudadanos preguntan:
“¿Ya fue a sacarse fotos con la víctima?, ¿Ya llegó hasta sus apesadumbrados e indignados familiares con sus flashes, sus “periodistas” de nómina, sus cortesanos corruptos?, ¿Ya ensayó el discurso emotivo, el quiebre de voz y la infaltable lágrima?”
Vamos de tragedia en tragedia- Siempre, de una administración negligente y corrupta como la actual, habrá mucho que lamentar. ¿Qué hizo la señora alcaldesa y su grupo de cortesanos inútiles, muy bien pagos, en los ya tres años y medio de su ordalía de abusos, incumplimientos y corrupción desenfrenada, aparte de llenarse los bolsillos de las miles de ingeniosas y desvergonzadas maneras, como se ha denunciado en ya innumerables ocasiones en el propio Concejo de Bogotá?
La señora Claudia López ya pide un nuevo consejo de seguridad especial para la ciudad que le quedó grande, pero más que un consejo extraordinario de seguridad los bogotanos preferimos que se adelantaran las elecciones, que su nefasta administración terminara mañana mismo y que toda su caterva de ladrones se marchara para siempre. Un consejo extraordinario no resuelve los pendientes de una administración que naufraga en la indolencia y el rechazo de la ciudadanía.
Bogotá necesita un nuevo gestor administrativo, una persona genuinamente comprometida con la ciudadanía, con la justicia y con el cambio, una persona que venga de las entrañas del pueblo, que calce los zapatos de la gente, que haya vivido sus afugias y limitaciones.
Bogotá no necesita príncipes ni delfines de ocasión con sus pretendidas soluciones desde arriba, desde el interés cosmético de quienes nunca han vivido en carne propia las consecuencias de las malas gestiones y decisiones de sus aristocráticos familiares y predecesores ni de esos que, como la actual alcaldesa Claudia López, llegan con un discurso en apariencia solidario, cuentos chinos y disfrazados concienzudamente de ovejas.
Tristemente la política en Colombia, según afirma dolorosamente el exconcejal Juan Carlos Flórez, una voz destacada, informada y estudiosa de nuestra realidad, “es cada vez más una empresa criminal, a través de la cual los sectores más astutos de la sociedad construyen gigantescos entramados de extracción ilegal de recursos públicos en alianza con conglomerados de contratistas y lavadores del narcotráfico”
¿Podrán, bajo ese ominoso entendido, ser los políticos quienes traigan las soluciones estructurales que se necesitan y pasen del discurso oportunista y coyuntural a desarrollar, desde el ejercicio de poder, estrategias eficaces que afecten positivamente la seguridad ciudadana?
No cabe la menor duda de que la política se ha convertido en un terreno proclive al engaño y el dinero fácil, pero ¿Qué hacemos? Gente decente que construye liderazgos genuinos, diáfanos, gente honesta y comprometida con lo social, se retiran asqueados de la política, la misma que enaltecen con su ejercicio digno y transparente, propositivo y asertivo. Funcionarios honestos son perseguidos de manera cruel e inclemente al tornarse incómodos para los alfiles corruptos de una administración criminal.
Hay que cambiar las cosas desde adentro: La política no es en esencia ni buena ni mala, es una herramienta que se puede utilizar en beneficio de la nación o en beneficio propio.
No es fácil ser propositivo en medio de un caos minuciosa y deliberadamente construido para pescar en rio revuelto, ser virtuoso genera deberes.
El mundo no es de ángeles ni de santos, tampoco de demonios, podemos indignarnos y denunciar el caos, la corrupción, las jugarretas y movidas chuecas, pero eso no es suficiente. Toca, como decía el poeta Mario Benedetti en uno de los bellos pasajes de su poesía, arremangarnos y enfrentar la hidra desafiante de la dura realidad, promover y profesar el cambio, ser ejemplo y bastión del mismo.
Tenemos en octubre una nueva oportunidad de cambiar los destinos de la ciudad, depende de nosotros, de nuestro voto consciente, honesto, comprometido, el futuro de todos, de nosotros y de nuestros hijos.
Que la sensatez sea la regla.
Carlos Fajardo
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