Columnista de Opinión Dr. Carlos Fajardo
@CarlosFajardila
Desde muy temprano la horda uribista busca sistemáticamente la manera de denigrar del gobierno popular, ejercen una vigilancia minuciosa, como jamás se había registrado, sobre las mínimas acciones de funcionarios para satanizarlas y socavar la imagen de la administración…
Cualquier pequeño defecto, cualquier mínimo error o problema de logística, cualquier frase suelta o fragmento descontextualizado de declaración es aislado y presentado como la peor afrenta, el indicio clave de la proximidad inexorable del apocalipsis y el final de los tiempos.
Sus aullidos ferales son difundidos masivamente por la prensa de los cacaos y en la mayor algarabía silencian la explicación razonable de las presuntas “fallas” que señalan, pues no les interesa la crítica como tal sino simplemente denigrar, demoler, satanizar: Heraldos del caos.
Lo importante pasa a ser accesorio, fútil, el gran problema no es que el gobierno haya extendido un generoso beneficio a los ciudadanos más vulnerables, algo que incidirá en la mejoría de sus condiciones y su supervivencia, sino que hubo problemas de logística en la entrega de ese beneficio.
Una búsqueda minuciosa les permite detectar que familiares de algunos altos funcionarios son, a su vez, funcionarios de tiempo atrás o contratistas del estado. ¡Nepotismo! aúllan, ¡abuso monstruoso! gritan con falsa indignación, como si durante sus infames gobiernos no hubieran sido la constante, más que la excepción.
La excepción se convierte en la regla: “Todos los funcionarios de Gustavo Petro son unas rémoras pegadas a la teta del estado” empieza a escucharse y a repetirse en las calles. “Son lo mismo de antes”, aseguran con cruel sarcasmo y sentencian: “El tal cambio no existe”.
Se caen de su peso las mentiras con las que la criminal ultraderecha pretende reescribir la historia. Las declaraciones del socio del simulacro que llamaron “operación jaque” referentes a hechos anteriores, muy anteriores a la aparición de su frente, son claramente libreteadas.
De Lucas Villa corren a sacar del cubilete a un oscuro y desconocido personaje, presuntamente miembro de un grupo delictivo satélite del uribismo, pero no se sabe nada de los otros verdugos ni del tenebroso determinador. Quieren a toda costa lavarse las manos. Nos creen bobos…
Del estallido social afirman que fue una confabulación de las disidencias de las FARC, que importancia que le dan a ese grupo larvario y radical, movilizar millones de personas, cabalgar sobre la indignación popular porque 2 o 3 individuos condenados tenían vínculos con ellas…
Y del fallo de la Haya quieren a toda costa restar el mérito de la administración Petro quien rediseñó el equipo de juristas y a la vez le reclaman porque pagó mucho más dinero por sus servicios, como si defender nuestra soberanía fuera barato. Quieren reescribir la historia…
Mientras en la JEP decenas de militares y paramilitares confiesan sus terribles andanzas, sus vínculos incontestables con figuras de la actual oposición inteligente, anti próceres y antihéroes del fascismo criollo, ellos intentan contrarrestar lo evidente con mentiras.
6402 jóvenes asesinados que no “iban a recoger café” y muchos de cuyos familiares nunca tuvieron ni tendrán acceso a sus restos mortales acribillados por las balas del Estado asesino y de unas fuerzas militares que perdieron su honor, su moral y su norte, son para ellos una ficción.
Más de cien muchachos desaparecidos, muchos más torturados, vejados, intimidados, mutilados y asesinados durante el estallido social pretenden ser borrados de un plumazo como buenos muertos porque un juez encontró que un puñado de ellos tendrían vínculos con rebeldes armados.
Llevan una detallada contabilidad de los litros de combustible que le cuestan al país los desplazamientos del presidente y de algunos altos funcionarios al exterior, claro, tienen experiencia, ¿acaso no cuantificaban antes “litros de sangre”?
Satanizar es una forma de mentir y mentir está en su ADN. Fieles al principio laureanista se aplican a calumniar porque su prócer sentenció “Calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda”. Pero calumniar no es discrepar, para lo último se necesitan argumentos y sus argumentos son vergonzosamente débiles, como lo ratificó la corte constitucional al rechazar por vanas las demandas a la ley de Paz Total.
Nos quieren condenar a la ira, a la discordia, a la hemorragia fratricida y a la guerra eterna, en su léxico no existe la palabra diálogo porque, como aullaba uno de sus próceres “Bala es lo que viene y bala es lo que hay”. Saben que “en rio revuelto, ganancia de pescadores” y en eso son expertos, ellos que convirtieron los rios en camposantos…
Hay que demoler el resentimiento y el odio, remover de raíz la inequidad, la impunidad y la corrupción, promover el diálogo y la solidaridad como antídoto de la violencia, más que derruir hay que construir en el corazón de la ciudadanía un monumento a la paz y el respeto.
Tenemos que ser capaces de mirarnos a los ojos como iguales, descubrir en el otro no un enemigo sino otra visión y otra propuesta, entender que nación es un trabajo de equipo, una construcción colectiva, un intercambio respetuoso y permanente, una interacción inclusiva…
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